La salida es colectiva: El Eternauta y la guerra emocional del libertariado

Después del estreno de la serie dirigida por Bruno Stagnaro, resulta casi imposible abstraerse de las apropiaciones que se buscan hacer sobre El Eternauta ¿el héroe es el ejército como dijo algún funcionario? ¿qué memorias colectivas arrastra esta historia que tiene a su creador y a sus cuatro hijas desaparecidas?

03 de mayo, 2025 | 17.12

Con el ritmo aluvional que la hiper conexión propone, El Eternauta se impuso como tema después de su estreno en la plataforma Netflix, el jueves pasado. La serie, como toda historia apocalíptica, tiene una actualidad sin fisuras: mientras el lunes se vio por todas las pantallas el desconcierto de la población española frente a un corte de luz masivo y prolongado por 15 horas; el miércoles, en miles y miles de pantallas, el Tano Favalli desarmaba el dínamo que le da electricidad una lamparita de filamento colocada en una bicicleta de reparto de Rappi. “Lo viejo sirve, Juan”, dirá el personaje de Favalli, interpretado por César Troncoso en la adaptación de la obra de Germán Oesterheld con dibujos de Francisco Solano López. 

Lo viejo, lo analógico, los mismos cuerpos envejecidos de los protagonistas; eso sí es una rareza para las historias de fin del mundo a que estamos acostumbrados y acostumbradas; El Eternauta, la serie de Bruno Stagnaro los pone en primer plano como si llamara de alguna manera a quienes leyeron de niños el cómic de Osterherld que empezó a aparecer en la revista Hora Cero en 1957 pero tuve su auge en los años ‘70. Trenes, aviones, radios, chatas desvencijadas pero con motores poderosos, la guía de teléfono, la guía Filcar, la brújula; es como si el siglo XX volviera para mezclar y barajar de nuevo las cartas de truco. El apocalipsis de esta historia no extraña el gps más que en los primeros dos minutos del primer capítulo, después cae en el olvido bajo la nieve y ya no se sabe en qué época transcurre. 

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Un zarpazo del pasado al presente: “Las brújulas están bien, lo que se rompió es el mundo”, dice en algún momento, otra vez, el personaje Favalli. ¿No se trata de eso la memoria? Entre lo que se recuerda y lo que no se puede olvidar aunque se quiera, entre lo que se convoca desde el presente para entender, interpretar las encrucijadas actuales y esa foto antigua que cae como certeza sin buscarla, como una manzana en la cabeza de quien piensa; la memoria habita y se entrelaza con el presente, como las enredaderas en los muros. En una Buenos Aires sin tiempo, la serie El Eternauta trae a la pantalla, al ocio, al fervor aluvional compartido entre quienes no dialogan -simpatizantes del gobierno de Javier Milei y quienes lo padecen- una memoria colectiva común, aun en disputa

.Entonces es posible que el subsecretario de Políticas Universitarias de Argentina, Alejandro Álvarez, se enfervorice retuiteando interpretaciones de derecha sobre la serie basada en la novela gráfica de Oesterheld suplantando al héroe colectivo por el ejército argentino. Es posible ver a los trolls contratados por la secretaria de comunicación de Manuel Adorni insistiendo en que es un producto de capital privado en el que el Incaa no tuvo nada que ver, como si el proyecto no existiera desde antes de la desarticulación de ese organismo, como si los cuadros técnicos y creativos del cine nacional hubieran salido de un repollo y no de la posibilidad de hacer cine en Argentina. 


La disputa está brava en redes, pareciera que para la ultraderecha en el poder es urgente pisar el producto lo antes posible para que deje de fluir esa memoria emocional que atraviesa generaciones, que apareció como canto durante el último mundial y decía que nunca olvidaría a los pibes de Malvinas. Y ahora ve en la tele cómo a un sobreviviente de Malvinas, Juan Salvo, el protagonista que interpreta Ricardo Darín, estar en Campo de Mayo le trae traumas nunca saldados, la necesidad de huir rápidamente del lugar. 

La ultraderecha en el poder juega con la emoción permanentemente, es su carta para expandir la tolerancia e incluso el regodeo frente a la crueldad sin tener que aplicarla directamente por sus propios medios cada vez -aunque nunca se privan de reprimir y castigar a quienes consideran descartables. Así, por ejemplo, llaman a odiar a periodistas, se amenaza directamente -Luis Caputo dixit- con la “desaparición” del oficio, y es posible que algún tipo suelto se decida a agredir físicamente a un periodista, como ya sucedió en el caso de Roberto Navarro, aunque todavía quede esclarecer el hecho. El martes que viene, sin ir más lejos, se cumple un año del triple lesbicidio de Barracas, el hecho en que un hombre prendió fuego a cuatro lesbianas pobres que convivían en un cuarto de hotel después de que se escuchara hasta el hartazgo que las personas Lgbt reciben privilegios por parte del Estado. El discurso de Davos a principios de este año, en el que Milei homologó homosexualidad y pedofilia devino en una multiplicidad de ataques contra la comunidad. 

Resentimiento, revancha, ensañamiento, hay argentinos de bien y otros a los que se puede eliminar, sobre esa base emocional gobierna Milei; su aparato comunicacional mantiene esa hoguera encendida aunque tenga que reinterpretar que un conjunto de gente rota, traumada, renga, migrante, con trabajos precarios -los protagonistas de la supervivencia en El Eternauta- se salva por el ejército y no porque saben, de tan argentinos que son, atar todo con alambre y darle la mano al otro, luchando contra la desconfianza y el deseo de salvarse de a uno ¿O no era emocionante esa escena en los festejos masivos del Mundial 2022 en que entre un montón subían a una persona muy pesada al techo de una parada de colectivo para que también pudiera ver a la multitud de arriba?

El gobierno libertario le teme a la alegría colectiva, ahí es donde se desbaratan los límites de exclusión que impone como método de disciplinamiento. ¿O no se ensañó cuando los hinchas de clubes de fútbol decidieron ir a acompañar a jubilados y jubiladas que reclaman por sus haberes de hambre todos los miércoles en el Congreso y sufren los gases, los palos, la represión cruelmente? Los hinchas llevaron a esa escena, el día que fueron y en la previa que se había ido gestando los días anteriores, algo de ese saber solidario que vuelve como inolvidadizo, propio del pertenecer a este territorio argentino. ¿Cómo no vas a defender a los jubilados?, había dicho Maradona y esa flagrante pregunta contra la crueldad generó otras imágenes, agitó la calle.

El Eternauta trae escenas distintas de las que pretende el libertariado y sus cómplices. Las fotos de las cuatro hijas de Germán Oesterheld y Elsa Sánchez desaparecidas por la última dictadura cívico militar en Argentina pegadas sobre los afiches de la serie que se vio mucho más allá de nuestras fronteras. La foto del propio Oesterheld, también desaparecido. Las máscaras caseras que se hacen jubilados y jubiladas, y el montón de personas y organizaciones más pequeñas o más grandes que los acompañan cada miércoles y que son ni más ni menos que ese héroe colectivo del que tanto habla El Eternauta, persistente y resistente a la crueldad.

La serie de Netflix dirigida por Bruno Stagnaro, sus trailers celebrando el trabajo en equipo, cada referencia familiar, cercana, que aparece en la serie no dejan de pertenecer al juego de mercado, aun así tiene la potencia de mover una emocionalidad que parece endurecida, pero que ahí está latiendo en la memoria común de este fin del mundo: nadie se salva solo ni sola. Es una constatación cotidiana cuando se vive de crisis en crisis. Está nuestro adn compartido. Y aun cuando se quiera olvidar, vuelve. La resistencia es colectiva.