Adoptó un niño con discapacidad y gracias a una película descubrió un tratamiento que podría ayudarlo: "Nada me frena por Nathan"

Nathan tiene parálisis cerebral y su mamá tiene la esperanza de que un tratamiento experimental, que conoció por el film Los dos hemisferios de Lucca, lo ayude a tener una mejor calidad de vida. Este deseo la mueve a organizar una campaña nacional para recolectar fondos.

03 de octubre, 2025 | 00.05

Cuando escuchó el nombre y conoció su significado, sintió que era la señal que esperaba hace mucho. Nathan, "regalo de Dios". Era 2020, plena pandemia, y Gabriela Abud recibió el llamado del Registro Único de Adopción de Entre Ríos para contarle que había un niño de un año y un mes que esperaba una familia. No le dijeron nada más. Era un viernes y la citaban para un martes. "Casi me desmayo porque hacía ocho años que esperaba ese día", recuerda. En la reunión, le explicaron que Nathan había pasado mucho tiempo en neonatología –nació prematuro, con 28 semanas–, que tenía una lesión cerebral grado IV y que ya le habían hecho dos cirugías: una por desprendimiento de retina y otra de hernia inguinal. "Pensalo", finalizaron.

No sabe cómo explicar lo que sintió –además de miedo–, pero mientras escuchaba, sin siquiera haberlo conocido ni ver una foto de él, Gabriela supo que quería ser su mamá. También, que iba a hacer todo para darle a su hijo –que hoy tiene 6 años– la mejor vida posible.

Solo cuando dijo que quería avanzar con el proceso, le avisaron que iba a conocer a Nathan, que vivía en el interior entrerriano. Viajó desde Paraná, acompañada de su hermana. Luego de pasar por el juzgado, fueron directo al hogar de niños. Recuerda que fue muy fuerte entrar y escuchar a coro: "Llegó la mamá de Nathan".

Fue amor a primera vista. "Cuando lo vi, me enamoré, lo agarré a upa y enseguida hicimos match", recuerda. Ese día, además de darle muchos abrazos, lo bañó, lo cambió y por primera vez le dio de comer. Volvieron al día siguiente y salieron a pasear. Dos días después, le dijeron que se lo podía llevar a dormir al hotel. En menos de una semana, regresaba a su casa con el pequeño. La red apareció para ayudarlos: vecinas con ropa, amigas con practicunas y cochecito. A Nathan no le iba a faltar nada.

Encuentros y desencuentros

La maternidad adoptiva de Gabriela se cruza con una verdad incómoda del sistema: cuando las personas se inscriben en cualquiera de los registros que integran el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos, deben indicar si aceptarían ser convocadas para niños, niñas o adolescentes con discapacidad o problemas de salud.

Según los últimos datos oficiales, de un total de 1191 legajos activos en todo el país, solo 139 –12 de cada 100 familias– aceptan esa posibilidad. El resto, 1052 inscriptos, se anotan únicamente para perfiles sin discapacidades o enfermedades. El desencuentro entre las expectativas de los postulantes y la realidad de muchas infancias que esperan una familia, como en el caso de Nathan, es uno de los nudos críticos.

Uno de los miedos de Gabriela, además de la poca información sobre la futura evolución de su hijo, era que ella ya tenía 46 años y él era muy chiquito. Como mamá monoparental era todo un desafío y por eso buscó información y grupos de adopción en los que sentirse sostenida. Acompañar procesos de salud complejos sin dudas demanda habilidades extras, porque al dispositivo adoptivo inicial se le suma el cuidado más riguroso que trae aparejado cada diagnóstico. El desafío no termina en la casa: encontrar una escuela que sea contenedora, con equipos preparados, es todavía una odisea para muchas familias. También lo fue para Gabriela y Nathan.

Lo mismo ocurre con la salud: hasta que no tienen la guarda adoptiva, hay chicas y chicos que no pueden ingresar a una obra social o prepaga, y muchas veces las familias deben recurrir a la justicia para acceder a prestaciones que deberían estar garantizadas de manera directa. Gabriela lo sabe bien: debió presentar un amparo para conseguir una licencia por guarda adoptiva que en su convenio laboral no existía. También tuvo que litigar para que ANSES le pagara, y mientras tanto, vincularse y cuidar a su hijo.

Si bien Nathan estaba cada día mejor y los médicos le daban un buen pronóstico, Gabriela no sabía qué podía pasar o cómo evolucionaría. La parálisis cerebral fue diagnosticada de manera clara recién a los 5 años, después de recorrer varios especialistas. Nathan camina, entiende, se comunica con un sistema de pictogramas y gestos. También aprendieron a desarmar barreras invisibles: llegar al contacto visual que cuesta cuando el inicio de la vida estuvo marcado por una “neo” solitaria; la hipersensibilidad táctil que retrocedió con paciencia, abrazos, terapia y rutina. El habla es otro de los desafíos.

Desde entonces, la vida se mide en pequeñas conquistas que son enormes: Nathan caminó una semana antes de cumplir los 2 años, a los 5 saltó con los dos pies a la vez y empezó a tomar con sorbete a fin del año pasado. Ahora, entrenan algo que parece simple pero que para él sería un gran logro: soplar. Y practicarlo para su cumpleaños número 7, en abril del año próximo. "Uno aprende a ver la vida desde otra perspectiva, dejás ideales que tenías y y vas encontrando otros logros distintos, pero importantísimos”, cuenta Gabriela. “Le festejo todo, todo lo que hace –se emociona–. Si me ayuda a poner la mesa, si le digo alcánzame esa taza roja y lo hace, o si nos vamos a dormir y va y apaga la luz. Valorás todo".

Una esperanza

Así como se había informado sobre adopción, cuando logró un diagnóstico más certero sobre la discapacidad de su hijo, Gabriela empezó a buscar datos y así fue como llegó a las redes de la periodista Bárbara Anderson, una argentina radicada en México que compartía su experiencia del desafío de criar a un niño con parálisis cerebral y se refería a un tratamiento que habían hecho en India y llevado a suelo mexicano. También, anunciaba el estreno de Los dos hemisferios de Lucca, en Netflix, una película que relataba esa historia.

Fue el 31 de enero de 2025. "Debo haber sido la número uno o dos frente a la tele", recuerda Gabriela. A medida que pasaban los minutos, se sentía "totalmente identificada". Dice que la conmovió una convicción: no aceptar el "no" como respuesta. Pero en la pantalla apareció además algo más concreto: el Cytotron, un dispositivo que utiliza resonancias magnéticas para, supuestamente, regenerar tejidos dañados.

Empezó a escribir mensajes para todos lados y después googleó los datos de una clínica en Monterrey. Escribió mails y completó un formulario exhaustivo con la historia clínica de su hijo. Después de muchos mensajes y paciencia, tuvo una entrevista por Zoom. A las semanas, llegó la gran noticia: Nathan fue admitido y el 8 de febrero de 2026 deben estar allí: el tratamiento consta de dos días de estudios, 28 días de sesiones y dos días finales de controles.

La decisión convive con la cautela médica. Al igual que le pasó a la mamá protagonista de la película, el pediatra de Nathan no avala el tratamiento y la neuróloga no respondió los mensajes. Gabriela lo sabe: no hay aprobación de agencias de salud y su carácter experimental. Aun así, eligió intentar: "Nada me frena por Nathan", repite. Su expectativa es concreta: que tenga la mejor calidad de vida posible y, si se logra, que tenga la posibilidad de decir alguna palabra, como pasó con Lucca. "Que un día me diga ‘mamá, hoy me fue hermoso en la escuela’ o ‘mamá, cállate’", se ríe.

Para reunir los 35 mil dólares del tratamiento –por fuera de ese monto están el costo del viaje y la estadía–, Gabriela organiza una campaña junto a su familia y amigos. Venden empanadas, hacen rifas y abrieron el Instagram la cuenta @todosconnathan, con información para poder donar dinero y colaborar. La comunidad de Paraná, la Red Argentina por la Adopción y muchos más se movilizan para ayudarlos.

Mientras tanto, está en un grupo de WhatsApp con familias que ya hicieron el viaje y, junto a los logros que obtuvieron, comparten instrucciones precisas: qué papeles llevar, cómo preparar a los chicos, cómo administrar el cansancio. “Una cosa chiquita es un montón”, aprendió Gabriela. Y también que la adopción no se trata de completar a nadie, sino de construir un vínculo que habilite futuros posibles. En un país donde tantas niñeces esperan familia y las marcas de la discapacidad todavía asustan, la suya es una invitación a mirar de frente y a tejer redes: amor con compromiso, palabra y acción.

Si todo sale bien, madre e hijo volarán dentro de unos meses rumbo a México. En la valija, papeles, pictogramas y una promesa diaria: no bajar los brazos. "La enseñanza que me va dejando Nathan es la fortaleza de no rendirse nunca", concluye Gabriela.