A Julián, de 6 años, un compañero lo ahorcó durante la hora de gimnasia en un colegio porteño mientras los compañeros "se reían". A Catalina, de 16, dos compañeras le arrancaron un aro de la oreja con violencia en la puerta del colegio y ahora sufre amenazas constantes. Mauro, de 17, le envió imágenes íntimas suyas a un amigo y las terminó viendo todo el colegio. "Todos se ríen de mi ahora", se lamenta. Estos casos, recogidos por el Ministerio Público Tutelar de CABA, reflejan cómo el bullying y la violencia entre niños, niñas y adolescentes (NNA) encontraron una naturalización de la crueldad que nace, muy frecuentemente, en las redes sociales, y que se plantean no sólo como un canal de amplificación de la humillación, sino también como un espacio de “inspiración” y organización del bullying.
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La exposición constante a desafíos virales, contenidos violentos y presiones sociales digitales contribuye a un entorno donde la violencia no solo se consume, sino que también se reproduce y ejerce, traspasando las pantallas y afectando en la realidad.
“La violencia en las escuelas no empieza ni termina en la escuela. Estamos viendo en muchas instituciones educativas peleas organizadas, humillaciones públicas, desafíos virales, agresiones planificadas, que son reflejo de un malestar que crece en silencio y se expresa de forma cada vez más cruel y que, en muchos casos, ese caldo de cultivo se cocina en las redes sociales”, explicó Paola Zabala, Directora en Comunidad Anti Bullying Argentina, en conversación con El Destape.
Según un estudio de la consultora Voices, el 46% de los adolescentes argentinos se siente abrumado por las redes sociales, y un 72% evalúa su nivel de estrés como malo.
En este escenario, la Educación Sexual Integral (ESI), herramienta fundamental para la prevención de abusos y la promoción de relaciones saludables, enfrenta un desfinanciamiento preocupante. El gobierno de La Libertad Avanza eliminó del presupuesto 2025 los fondos destinados a su implementación, dejando a muchas provincias sin recursos para sostener programas que abordan la violencia de género y el acoso escolar.
La falta de políticas públicas efectivas y la ausencia de educación en el uso responsable de las redes sociales agravan una problemática que ya no se limita al ámbito digital.
Violencia organizada en Internet: "El norte emocional se perdió entre pantallas"
El horror invadió a la Escuela Media Nº4 de Ingeniero Maschwitz en abril: padres y madres denunciaron que alumnos de entre 13 y 15 años habrían organizado llegar armados al colegio y provocar “una masacre”.
"Bueno, esto es así. Vamos a entrar por la entrada principal como siempre y luego irán dos arriba y dos abajo… acá no es que ustedes elijan a quien mierda le van a disparar, persona que ven, persona que le disparan sin importar el que le toca. ¿Okey?", decía uno de los adolescentes en los chats filtrados, como si de un juego online de PC se tratara. Estos episodios no son nuevos ni ingeniosos. ¿De dónde sacaron la idea? ¿Cómo se organizaron? Sí, por Internet.
“Lo que no estamos viendo como adultos es que los chicos están creciendo sin brújula. El norte emocional se perdió entre pantallas, adultos ausentes, resignados detrás del: 'todos van, todos hacen, todos tienen'”, incapaces de tolerar el enojo de los chicos ante un “NO” como respuesta”, analizó Zabala. “Los chicos necesitan adultos que los miren, los escuchen, y que les digan con claridad: ‘Hasta acá sí, pero más allá no’. Los límites organizan, protegen, les dan un marco y les dicen que hay alguien que se ocupa”.
De lo contrario, Zabala plantea un riesgo educacional: “que terminen creyendo que el mundo gira a su antojo, o que nadie se ocupa de ponerles un freno cuando están yendo directo al precipicio. Hoy muchos chicos están desbordados no porque sean ‘malos’ o ‘irrespetuosos’, sino porque no saben qué hacer con tanto poder, con tanta libertad mal entendida, con tanto vacío”.
Por su parte, Murolo reforzó esta idea del “consumo en solitario” de medios digitales: “Estamos ante generaciones que sus primer acercamiento a los medios de comunicación es a los digitales, a los que tienen que ver con la telefonía móvil, aplicaciones, streaming, redes sociales y ahí hay otras lógicas que los adultos debemos aprender a ver”.
Sexismo online: los creadores de contenido son también menores de edad
Las nuevas tecnologías y, especialmente la irrupción de la inteligencia artificial (IA), trajo nuevos desafíos: las “deep fake” que, tal como explicó Leandro Murolo, “ya no son textos con información falsa nada más, sino videos en donde estamos viendo a personas que conocemos, usando su fisonomía y su voz para para mostrarlo diciendo cosas que no dijo”.
Y esto actúa como una extensión de la violencia de género, ya que un 96% de las “deep fake” son pornográficas y en un 99% son las mujeres quienes son víctimas de pornografía creada con IA, utilizando su imagen, según datos del informe State of Deepfake 2023.
Pero a esto se suma otra agravante: muchos de los creadores de estos contenidos sexistas son menores de edad. En julio de 2024, un estudiante de la Escuela Manuel Belgrano de Córdoba fue denunciado por generar imágenes pornográficas de sus compañeras utilizando inteligencia artificial. El alumno fusionó los rostros de las jóvenes con cuerpos desnudos de mujeres adultas y luego subió el material resultante a una conocida página pornográfica, acompañadas de descripciones que cosificaban aún más a las afectadas.
La denuncia inicial fue realizada por el padre de una de las víctimas pero estos delitos digitales encuentran vacíos legales aún en la Argentina y mayor parte del mundo, por lo que la causa no avanzó. En octubre del mismo año, un adolescente de 15 años del partido bonaerense de San Martín recibió al menos 22 denuncias y fue allanado por la Policía luego de ser señalado como el responsable de vender fotos falsas de sus compañeras desnudas, manipuladas con IA.
Cada vez son más frecuentes los casos donde grupos de varones adulteran imágenes de sus compañeras para consumo interno o comercialización pero dicha situación solo se topa con el rechazo a la Educación Sexual por parte del actual Gobierno y el recorte en programas de asistencia y concientización en temáticas de género e infancias. Por ende, la exposición temprana a pornografía violenta y misógina implanta en los más jóvenes roles y estereotipos de género que no tienen forma de cuestionar, convirtiéndose en su primer acercamiento a la sexualidad.
“Hoy lo digital no es un lugar aparte, es una extensión de la vida real. Es ahí donde se planifican escraches, se viralizan videos humillantes, se comparten desafíos peligrosos, se generan alianzas para excluir o atacar. Las redes no son el problema en sí, pero sí son una plataforma que puede acelerar, amplificar y normalizar conductas violentas”, explicó Zabala. “La manósfera, término que tomó preponderancia gracias a la serie “Adolescencia, es un claro ejemplo de esto porque permite agruparse con otras personas que manifiestan el mismo interés por la misoginia”, completó la Directora. Para ella, el mensaje es claro: “Si no entendemos el mundo digital, no podemos acompañar verdaderamente. No alcanza con amar y con cuidar. Hay que involucrarse. Deberíamos impartir más talleres de educación digital para padres”.
De la selfie al discurso de odio
En el laberinto infinito de las redes sociales, donde un challenge viral, un meme gracioso y una noticia falsa comparten el mismo espacio, la violencia se disfraza de entretenimiento. Leandro Murolo lo explicó así: "En el scroll interminable de redes sociales, donde pasamos de fotos de vacaciones a noticias falsas en segundos, los discursos violentos aparecen como una opinión más. Así se naturaliza que en estos espacios haya odio hacia personas o colectivos".
En la misma línea, Paola Zabala profundizó en el mecanismo psicológico: "La violencia en redes no se ve como violencia. Se disfraza de chiste, de ‘contenido’, de ‘entretenimiento’. Es un golpe que no deja moretón, pero que se viraliza. Es reírse con el grupo para no quedar afuera". En respaldo a esta idea, un informe de UNICEF Argentina (2024) reveló que el 52% de los adolescentes reconoció haber compartido contenido violento "solo por no quedar excluido" de sus grupos de chat.
Y es que el “pertenecer” empuja a las y los jóvenes a querer hacerlo en el mundo virtual accediendo, muchas veces, en “challenges” (desafíos, en inglés), nocivos para otros e incluso para sí mismo. El "blackout challenge" ya se habría cobrado más de una vida, tratándose de un desafío viral en Tik Tok donde la persona debe autoinducirse a una asfixia prolongada y filmarse, para luego compartir el video por la red social. De esta manera, varios jóvenes entre 11 y 19 años se quitaron la vida o sufrido graves consecuencias, razón por la cual la Sociedad Argentina de Pediatría y otras organizaciones alertaron a adultos sobre la existencia de este challenge.
También en Godoy Cruz, Mendoza, un estudiante de 13 años denunció haber sufrido abuso sexual por parte de tres compañeros durante una clase de inglés. Los agresores defendieron sus acciones alegando que se trataba de un "juego" popularizado en TikTok, demostrando cómo ciertos desafíos virales pueden normalizar la violencia sexual.
Ante esto, Zabala no sólo se pregunta “¿qué les pasa a los chicos?”, sino también “¿qué nos está pasando a nosotros que no podemos darles herramientas para mirar el mundo con sensibilidad y responsabilidad?”. En un contexto donde los discursos de odio, discriminación a intolerancia ganan elecciones y son validados constantemente en medios de comunicación, el ámbito político y digital, “la violencia termina produciendo cierto grado de desensibilización afectiva y naturalización”.
La lógica de las plataformas —que premia la inmediatez y la emocionalidad— convierte la agresión en un recurso más para ganar atención. Un comentario cruel genera más interacción que uno empático y esta lógica traspasa las pantallas.
"Que entiendan que del otro lado hay una persona, no un avatar"
Mientras las plataformas priorizan la rentabilidad sobre la moderación, Zabala insiste en que la escuela y la familia son la última barrera: "No se trata de prohibir, sino de enseñar a frenar el dedo antes de compartir un insulto. Que entiendan que del otro lado hay una persona, no un avatar".
Un estudio de la Universidad de Buenos Aires (2023) reveló que el 68% de los adolescentes argentinos participó en burlas digitales "solo por seguir la corriente". Además, la referente reflexiona que “pretender que un maestro o profesora ‘resuelva’ situaciones de violencia, abuso, exclusión o sufrimiento emocional profundo, sin formación ni respaldo institucional, es tan injusto como ineficaz”.
Antes de la llegada de los dispositivos interactivos, los niños compartían un primer espacio social con los padres, luego la familia, el colegio y finalmente la sociedad en su conjunto. Hoy estos grupos se ven atravesados por la interacción en plataformas sociales, de juegos y contenido infantil de 24 horas, con reglas propias (impuestas por las grandes empresas que lo fabrican) que los jóvenes, sin una mirada crítica desarrollada, podrían querer traspasan a la realidad. El mundo virtual no es la realidad, pero se esfuerza por parecerlo.
Los efectos de las primeras generaciones que conocen desde su infancia los teléfonos, que maduran con el brillo de las pantallas en sus ojos y en los de sus padres, aún no se conocen del todo, pero algo ocurre, hay un subsuelo social encontró alojamiento cómodo en un mundo sin reglas y que corre los límites de la violencia todos los días. Ante este escenario, no caben dudas que es el Estado el que debería participar, ya sea en la regulación o cuidado de los más jóvenes, y finalmente los padres, quienes deben hacer un gran esfuerzo por entender, compartir e instruirse, lo que es una tarea aún más difícil.