“Apunta a la Luna. Si fallas, puedes darle a una estrella”. A contramano de las desoladoras noticias a que nos tienen acostumbrados los informes sobre cambio climático, biodiversidad y contaminación del mar y la tierra, esta idea parece haber inspirado un trabajo singular que hoy publica la revista científica Nature liderado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y que firman, entre otros, figuras de la talla de Yadvinder Malhi, Samira Barzin, Peter Frankopan, Molly Grace y Hannah Ritchie, de la Universidad de Oxford, y la ecóloga argentina Sandra Díaz, que comparte filiación con ellos, pero además es docente e investigadora de la Universidad Nacional de Córdoba. Esta colaboración internacional aboga por la creación de un “Índice de Relación con la Naturaleza” (IRN), una herramienta que complemente el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que se da a conocer anualmente.
El IRN sería una métrica global que capturaría la calidad de la relación de los países con el mundo vivo a partir de una evaluación sobre cómo cuidan los ecosistemas, aseguran un acceso equitativo a la naturaleza y la protegen de daños. Un marco global para medir qué tan bien prosperan juntos las personas y la naturaleza. Los científicos lo definen como “un viaje aspiracional abierto” sin un valor objetivo predeterminado y en el que “más alto siempre es mejor”.
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El documento nació de la íntima convicción de los autores de que, al contrario de lo que parecen indicar los titulares catastróficos, sí es posible cambiar nuestra relación con el mundo natural. “Hay que tener en cuenta que no todas las necesidades crecientes son importantes para el bienestar humano –afirma Díaz–. Muchas de las que están creciendo enormemente no lo son, fueron creadas para mantener una adicción al consumo de bienes y servicios que se inventan todos los días para seguir haciendo dinero. En los últimos 50 años, la población del planeta más o menos se duplicó. Eso implica más gente que necesita comer, vestirse, tener una vivienda, transporte y energía. Pero, en el mismo período, el gasto per cápita se multiplicó por trece. Claramente, mucho de ese gasto es innecesario. Ese modelo sí es incompatible con el respeto a la naturaleza y el bienestar humano con justicia”.
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Los autores del trabajo sostienen que un camino más efectivo para lograrlo es cambiar de narrativa, centrándose más en las aspiraciones de las personas a un futuro mejor, en lugar de insistir sobre riesgos desastrosos y resultados negativos. “Nuestras aspiraciones compartidas de aire limpio, vida silvestre próspera, espacios verdes para todos y conexión social son herramientas poderosas para desatar la acción global”, afirman.
“La idea es monitorear cómo los países van mejorando su relación con el mundo vivo –destaca Díaz–. Es un nuevo paso en la evolución que viene ocurriendo a la hora de ‘calificar’ un país: hace un tiempo que se dejó de medir simplemente el tamaño de la economía, expresado por el producto bruto interno, para considerar también cuestiones más relacionadas con el bienestar humano, como el acceso a un standard decente de vida o el acceso al conocimiento. Pero ninguno de los índices [en uso] informa acerca de cómo un país se vincula con la vida no humana. La idea es que, si ponemos el foco en esto, tendremos más posibilidades de frenar el acelerado deterioro del tapiz de la vida y contribuir a su reconstrucción”.
De acuerdo con la ecóloga, el IRN no refleja directamente el estado de la naturaleza no humana. “Para eso hay muchos indicadores biológicos, como por ejemplo, número de especies de animales o plantas amenazadas, tamaño de las poblaciones silvestres, área ocupada por ecosistemas más o menos naturales… –explica–. Este nuevo instrumento valora la relación saludable, vibrante y mutuamente benéfica de los seres humanos con el tapiz viviente del que formamos parte”.
Evalúa tres dimensiones:
- Naturaleza saludable y accesible: mide el tamaño y la accesibilidad de las áreas silvestres. No sólo a parques nacionales con especies endémicas glamorosas, sino también pequeños espacios de naturaleza cercanos a la vida cotidiana de las personas, con especies silvestres donde la vida humana y no humana puede entrar en contacto cotidiano. “En otras palabras –afirma Díaz–, no contarían para esta dimensión los grandes extensiones de jardines ‘manicurados’ con acceso restringido a unos pocos. En cambio, sí estarían incluidos los parques públicos manejados de modo que pueda desarrollarse la vida silvestre vegetal y animal, y a los que las personas puedan acceder y educarse en relación con ellos”. Por supuesto, la destrucción de áreas naturales o la flexibilización de su protección otorgaría menores puntajes.
- Naturaleza utilizada con cuidado, sobriedad y respeto: este indicador evalúa la sostenibilidad de las fuentes de energía y de las cadenas de producción de alimento, indumentaria, materiales de construcción. Penaliza el consumo excesivo per cápita, no el consumo necesario para tener lo que se llama técnicamente una vida decente, o sea con necesidades básicas (físicas, psicológicas y sociales) satisfechas.
- Naturaleza institucionalmente protegida: mide en qué medida la protección de la vida no humana está contemplada en la legislación y su reglamentación. Por ejemplo, qué tipo de salvaguardas ambientales existen para la instalación de industrias, las regulaciones de infraestructura urbana, de caminos, la penalización del daño ambiental. También, si existen leyes y reglamentaciones sobre los derechos a la naturaleza y de entidades de la naturaleza (como ríos, especies, cuencas, tal como ocurre ya en varios países).
Las métricas específicas para cada dimensión aún están en desarrollo, y la idea es organizar consultas para precisarlas o completarlas.
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“Durante décadas, el enfoque de desarrollo humano inspiró el progreso global al centrarse en la capacidad de las personas para vivir vidas más largas y saludables –afirma en un comunicado de prensa Pedro Conceição, Director de la Oficina del Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD y autor colaborador–. Sin embargo, ante el peligroso cambio planetario actual, debemos elevar nuestras ambiciones, y eso significa concebir el progreso y el desarrollo para incluir relaciones sanas y mutuamente beneficiosas con el mundo vivo”.
El IRN está programado para debutar en el Informe de Desarrollo Humano de 2026, con el objetivo a largo plazo de tener actualizaciones regulares para cada país. Díaz puntualiza que no solo se refiere a “una relación de coexistencia y respeto con la naturaleza no humana, sino también con otras personas, que son quienes se perjudican y son explotadas bajo el modelo de apropiación dominante. Lo que en algunos círculos se está llamando ‘consumo honorable’. Hay muchos ejemplos en sociedades urbanas, no indígenas, de formas de producción y consumo más sostenibles, con menor daño sobre la naturaleza, más centradas en el consumo necesario, no excesivo, con mayor énfasis en resguardar espacios verdes accesibles, sistemas de producción de comida más sanos (tanto para consumidores como para trabajadores de la producción) y menos dañina para el resto de los seres. Y también con penalidades bien claras para quienes contaminan o dañan e incentivos para quienes ‘hacen bien los deberes’. Lo hacen grupos de la sociedad civil, pero también gobiernos locales y, en algunos casos nacionales. Estos ejemplos aún son de pequeña escala y mientras mayor la escala, más imperfectos, pero demuestran que se puede hacer”.
El índice en sí no va a modificar la situación, pero pondrá un reflector en algo que no estaba visibilizado. “Es como un termómetro, mide la fiebre y por lo tanto alerta sobre la mejora o no de la salud de un paciente, pero no le modifica la fiebre –explica Díaz–. Pero pensamos que visibilizar más la relación con la naturaleza es un modo indirecto de fomentar cambios. Estos índices internacionales no sólo sirven para medir el progreso o falta de progreso de un país, sino para motivarlos a hacer cosas y también para mejorar su imagen internacional. Eso pasó por ejemplo con el IDH. A los países les gusta, por así decirlo, poder mostrar que están mejorando en el ranking internacional de expectativa de vida al nacer, educación de las mujeres, etcétera. La idea es visibilizar las relaciones con la naturaleza como un modo de motivar y empoderar a las sociedades a mejorar su relación con ella. En este trabajo en particular no estamos proponiendo medidas concretas, sino una forma de monitorear el progreso en este sentido”.
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A diferencia de las comunicaciones del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, según sus siglas en inglés) o la Plataforma sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (Ipbes), el IRN no plantea ventanas de tiempo porque no tiene un valor a alcanzar como los 1.5 grados de aumento de la temperatura global, o el 30% de la superficie legalmente protegida (uno de los objetivos del Convenio sobre Diversidad Biológica). Es una escala que sube o baja pero, no tiene un punto fijo de llegada. Cuanto más alto, mejor.
En ese sentido, el trabajo de Nature es sobre todo un desafío a generar acciones en positivo. “Es [un llamado a] encontrar el angosto sendero de pensamiento y acción que debería existir entre la parálisis por lo aplastante de las tendencias, por un lado, y el pensamiento positivo narcotizante e indulgente, por otro –sintetiza Díaz–. No es pensamiento positivo estúpido, sino una invitación a salir del miedo y la desesperanza paralizantes para contar otras historias, basadas en lo que tenemos el poder de hacer, con claras aspiraciones de justicia y mutuo florecimiento”.
Y concluye Díaz: “No sólo es posible sino que es un deber. Es el ‘optimismo de la voluntad’, la única salida que nos queda para hacerle frente a panorama apocalíptico no sólo alentado sino activamente acentuado por los grandes poderes económicos. El panorama que se nos quiere imponer es uno donde ya no hay nada para hacer, donde ellos se salvan y la enorme gilada se embroma. La palabra ‘aspiracional’ en el título del artículo no es trivial. La idea no es simplemente minimizar el daño, caer al abismo más lentamente o sobre un fondo más mullido, sino cambiar la narrativa por una más basada en las capacidades de la gente, en la idea de que el futuro es definitivamente alarmante, pero no está decidido y se pueden cambiar muchas cosas”.