La urgencia de frenar los ataques a la democracia: el caso de Hungría

Dalma Dojcsák es abogada y experta en libertad de expresión, integrante de la Unión de Libertades Civiles en Hungría donde gobierna Viktor Orban desde hace quince años. Un autócrata de ultraderecha que desde el principio de su gestión se abocó a destruir a la prensa independiente para consolidar una única empresa de medios que le sirve para difundir su discurso anti migrantes, anti lbgtiq+, anti Unión Europea. Dojcsák, como llegada desde un futuro distópico, alerta sobre lo que significa que se imponga la destrucción de los organismos de control del Estado.

09 de mayo, 2025 | 12.31

Al mismo tiempo que Javier Milei y buena parte de su gabinete se empeñan en difundir por canales alternativos -como el streaming Carajo- su abierta declaración de guerra contra los medios de comunicación en general y contra periodistas en particular, en Buenos Aires tuvo lugar, a puertas cerradas, una reunión de defensores y defensoras de los Derechos Humanos que integran Inclo, una red de 17 organismos de distintas partes del mundo cuya agenda principal es el derecho a la protesta, a los derechos civiles, la igualdad y la equidad, derechos digitales y justicia ambiental. Este año el tema insistente en la red fue cómo responder y proteger derechos -como la libertad de prensa- frente al avance de las ultraderechas. 

“Salgan a la calle, protejan a cualquier precio las instituciones que no son el gobierno. Nosotros perdimos la Corte Constitucional, la autoridad sobre medios de comunicación, el ombudsman…”, dice Dalma Dojcsák, abogada y experta en libertad de expresión que fue parte de las reuniones de Buenos Aires como integrante de la Unión de Libertades Civiles en Hungría (HCLU). Dojcsák habla desde la experiencia de soportar un gobierno autocrático de ultraderecha desde hace 15 años, cuando Viktor Orban llegó al poder para quedarse después de destruir los organismos de control del Estado y de hacerse con un poder casi absoluto sobre los medios de comunicación. Por eso sus consejos son enfáticos, sabe de la importancia de frenar ciertas reformas que empobrecen definitivamente la democracia.

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¿Cómo es ejercer el periodismo hoy en Hungría?

--Nuestra organización lleva casi dos décadas trabajando en temas de libertad de expresión y de prensa en general, pero en 2010 se introdujo una nueva legislación sobre medios de comunicación que condiciona muchísimo la labor del periodismo. Fue una de las primeras reformas que introdujo Viktor Orban, porque en su llegada al poder entendió que si había perdido antes -gobernó entre 1998 y 2002 y perdió la reelección a manos de un gobierno socialista-, había sido porque no tenía suficientes medios de comunicación como sí los tenían los liberales y los socialistas. Así es como comenzó a canalizar dinero público hacia medios afines.  

¿Había medios públicos en Hungría?

--Sí, así que primero se apoderó por completo de los medios estatales. En pocos meses, todo cambió. Desde entonces los medios públicos son 100% propaganda gubernamental. Pero son principalmente las generaciones mayores quienes están atentas a estos medios. Orban necesitaba periódicos, radios, canales de televisión y medios digitales locales que pudieran controlar y llegar a las generaciones más jóvenes. En ese camino llegó la era digital y surgieron nuevos medios. En 2018 fusionaron la mayoría de los canales de televisión, radio, prensa escrita y digitales en una enorme empresa que ahora cuenta con cerca de 500 medios. Se llama Fundación de Prensa y Medios de Europa Central y está en total control del gobierno, los propietarios de los medios que la integran donaron sus empresas a este multimedio porque básicamente dependían de la propaganda estatal. Hay que tener en cuenta que en Hungría, en el mercado de los medios, el Estado húngaro es el mayor anunciante.

¿Y cuál es el papel de las redes sociales?

--Es importante. Muchas de las elecciones anteriores las ganó el Fidesz -el partido gobernante- en redes sociales. Especialmente Facebook es muy importante en Hungría, por alguna razón, Twitter nunca tuvo incidencia. En YouTube e Instagram, el gobierno creó sus propios influencers conservadores que también reciben mucho dinero de fuentes poco claras. El año pasado, durante las elecciones al Parlamento Europeo, nosotros fuimos el país que más gastó en publicidad en redes sociales en toda la UE.

¿Esa inversión es toda del gobierno de Hungría o hay otros países interesados en sostener a Orban en el poder?

 --Bueno, nadie lo sabe realmente. Suponemos  que los rusos están ahí en algún lugar.

No hay pruebas de eso, pero hay rumores al respecto. La cuestión es que en Hungría, Orban y su partido son básicamente lo mismo que el Estado. Así que tienen acceso a dinero público y pueden acceder a recursos públicos. Por ejemplo, el gobierno, como organismo estatal, realiza campañas publicitarias sobre temas anti-LGBT, anti-Ucrania y anti-Comisión Europea, anti migrantes y estos son anuncios colocados en vallas publicitarias, en anuncios en las redes sociales, espacios de publicidad privilegiados que obviamente son muy caros.

Desde acá observamos que Víktor Orban es una figura emblemática de estos movimientos de ultraderecha que intercambian adulaciones -y financiamiento- en eventos como la CPAC y el Madrid Forum, por ejemplo ¿En Europa también se lo evalúa como una figura importante?

--Creo que así es como Orban se ve a sí mismo. Ha dicho en algunas entrevistas que habiendo ganado todo en la política nacional, habiéndose posicionado arriba cuando todo el resto estaba abajo, era momento de entrar en la arena internacional y demostrar que, como húngaro proveniente de un país pequeño, puede ser relevante y dictar cómo se desarrollan las cosas en la política global. Su herramienta para lograrlo es ser disruptivo. Así que es disruptivo en la UE, es disruptivo a nivel global y está muy orgulloso de que su idea sea retomada por otros políticos en Argentina, Italia y Estados Unidos. Está muy orgulloso de sí mismo, y eso le da un refuerzo positivo, le confirma que lo que está haciendo es simplemente la mejor política de la historia. Aunque ahora le haya surgido un competidor.

 Es curioso porque diría que Javier Milei se ve de la misma manera.

 --Se ven como los elegidos, y ellos mostrarán el camino. No quiero caer en la trampa de emitir diagnósticos psicológicos, no soy psicóloga además. Pero estas personas están muy centradas en sí mismas y son un poco narcisistas.

La pregunta es si es una cuestión de narcisismo personal o es un estilo de gobierno que les está resultando bien en este último tiempo, no sólo a Javier Milei y Viktor Orban, también a Donald Trump, por ejemplo.

--Es decir, es populismo. Al final, si lo analizamos, es el populismo lo que es relevante en el contexto nacional. En Hungría, Orban es muy bueno entendiendo lo que buscan sus votantes. Hay un segmento de la sociedad, de entre dos y tres millones de votantes, sobre el cual necesita preservar su mayoría. Y solo habla con esa gente. Con nadie más. No quiere hablar con nuevos públicos. Quiere entender a esta gente de clase media baja, sin educación, hombres y mujeres que temen lo nuevo, temen la incertidumbre, y necesitan una figura fuerte, un líder fuerte, al que puedan seguir pase lo que pase. Orban hace muy bien en reafirmar a estas personas que el mundo es un lugar enorme y peligroso. “La gente quiere venir a Hungría y quitarnos nuestras cosas. Migrantes, activistas LGBT, son muy peligrosos.” Siempre usa imágenes de guerra, como si fueran a venir a atacarnos, como si fuera el último ataque, como si fuera una guerra. Y él es el general que protege a su pueblo.

¿Juega el discurso anti LGBT o la prohibición misma de la Marcha del Orgullo para consolidar ese grupo de votantes?

 --Sí. El discurso y las acciones anti-LGBT empezaron hace unos años con el argumento de la protección infantil, como en Rusia. Al principio se trataba de controlar el contenido de algunos productos culturales como libros y programas de televisión. Se prohibieron o bien se obligaba a cubrir la portada de libros y destinarlos a determinadas estanterías de las librerías. A los menores no se les permitía comprar libros con contenidos relacionados a la homosexualidad o la transexualidad. Y hace dos meses, también prohibieron la Marcha del Orgullo. De nuevo, esto no se basa en valores. La Marcha del Orgullo se ha estado celebrando en Hungría, en Budapest, desde hace dos décadas sin problemas. Creo que empezaron a plantear este tema porque hay una nueva oposición política que representa un tipo que es muy popular, más popular que Orbán y que viene de su propia fuerza política. Este tipo se llama Peter Magyar y así lo obligaron a posicionarse sobre esta prohibición para que pierda los votantes conservadores si se manifestaba en contra.  

Pero más allá de la especulación electoral, ¿las vidas de las personas LGBT están más en riesgo que antes? ¿Cómo impacta esta avanzada en las vidas concretas?

–Todavía hay vida social, todavía hay cultura Lgbtiq, pero cuando se observa que se canceló la Marcha del Orgullo y tienen miedo de lo que se avecina. Pero de hecho, la Marcha del Orgullo la están organizando junto al municipio de Budapest que es progresista. No sería una manifestación pública, sino un festival cultural organizado por el gobierno local. Es como rodear de alguna manera la prohibición.

Ahora que cada vez más países giran a la derecha. ¿Cómo proyecta el futuro de Europa?

 --No estoy en la mejor posición para responder a esa pregunta porque somos un país periférico, pero creo que los movimientos de ultraderecha son populares cuando la economía está mal. Y la economía está mal en este momento. También creo que las cosas pueden cambiar en un minuto con mucha, mucha facilidad. Este tipo que ahora está desafiando a Orban vino de la nada. Construyó un movimiento que logró pasar del 0 al 30% de los votos en las elecciones al Parlamento Europeo en tres meses. Así que las cosas pueden cambiar muy, muy rápido. Y personalmente creo que hay esperanza de mejorar aunque requiere mucho trabajo político. La principal razón del fracaso de la oposición es que ignoraban demasiados problemas de la vida de la gente y simplemente no hacían el trabajo político que Orban y su gente sí hacían. Hablar con la gente, escuchar sus problemas, y si los políticos y movimientos progresistas pueden hacer eso…

¿Qué papel juegan los movimientos de Derechos Humanos en estas democracias un poco devaluadas como la de Hungría? Lo digo porque hay declaraciones de Orban jactándose de tener una “democratura”, entre la democracia y la dictadura.

 --Creo que tenemos que estar ahí para los activistas y los movimientos de base porque todavía son muchos y son la materia sobre la que podemos reconstruir la democracia. Y también brindamos servicios a las personas. Brindamos asistencia legal gratuita…

¿Sirven entonces las mismas herramientas tradicionales? El litigio estratégico, los tribunales internacionales, por ejemplo.

Nuestro trabajo es dentro de nuestro territorio. Representamos a las personas en los tribunales y funciona bien. Podemos hacerlo. Podemos proteger a los periodistas de pagar daños a los políticos. Podemos intervenir en asuntos de justicia social.

¿Y qué pasa con los grupos más estigmatizados de la población, grupos que no llegan a tener estatus de ciudadanía como migrantes o personas encarceladas?

 --Muy, muy, muy pocas personas quieren venir a Hungría, lo evitan y tienen razón al evitarlo, incluso los nacionales húngaros que vinieron de Ucrania, la mayoría de ellos romaníes no están en las mejores condiciones. De hecho, recurren a tribunales internacionales y buscan obtener decisiones judiciales ejecutables en Hungría, con resultados dispares, ya que el gobierno húngaro, por ejemplo, desafía una orden judicial del Tribunal de Justicia de la Unión Europea y está dispuesto a pagar una multa de un millón de euros al día simplemente por no cumplir con los requisitos de trato humano a refugiados y migrantes.

En cuanto a las prisiones, es muy difícil porque quienes trabajan con ellos solían tener acceso a las unidades carcelarias y ahora las organizaciones de la sociedad civil son consideradas agentes extranjeros y sus abogados no pueden ir a hablar con sus clientes. Ahora se está fortaleciendo a las familias de las personas detenidas para que puedan abogar por mejores condiciones.

Acá en Argentina, después de un año y medio de gobierno de Javier Milei miramos a Hungría -pido disculpas por esto- como una pesadilla que no quisiéramos atravesar. Pero después de 15 años de gobierno de Viktor Orban, ¿hay algún consejo, alguna experiencia que nos puedas transmitir para fortalecer nuestra resistencia?

--Bueno, hay algunas reglas que nos gusta ofrecer a la gente. Una es proteger las instituciones estatales independientes que no son el gobierno. Nosotros perdimos La Corte Constitucional, perdimos la autoridad sobre medios, el ombudsman, entre otros organismos de control que dejaron de existir o perdieron su independencia. Protéjanlos a cualquier precio.

¿Cómo sería a cualquier precio? La pérdida de organismos de control es algo a lo que asistimos todos los días…

Quiero decir, salir a las calles y organizarse y tener a los partidos políticos restantes para bloquear toda la legislación que tienda a destruir estas instituciones. Es fundamental. Y lo otro es no renunciar a tus derechos antes de que te obliguen a deponerlos. En muchos casos vemos que la gente simplemente no protesta. Acepta que así es la vida ahora.

Así están las cosas. Se van. En la Unión Europea es muy fácil irse a vivir a otro país. Y la gente lo hace. Y en muchos casos, renunciamos a nuestros derechos sin luchar, y creo que eso facilita que los autócratas los arrebaten.

Entonces, a tomar las calles

Sí, lo recomiendo. Y buscar otras formas de protestar, no necesariamente en las calles, sino mediante huelgas, también organizarnos y hablar con la gente. Buscamos invertir mucho tiempo, dinero y energía en la comunicación pública, hablando con la gente con un lenguaje sencillo. Porque muchos no leen análisis extensos sobre libertades políticas, pero si les cuentas historias sobre personas y cómo su trabajo afecta a otras, cómo restringir el derecho de ciertas personas a protestar o el derecho de los periodistas a escribir afectará a otras. Es mucho más fácil para ellos entenderlo. Y es lo que necesitamos todos.