La conocí sin saber quién era. Llegué a ese salón lleno de jóvenes cuando ella ya hablaba. Tenía una voz serena, firme. Contaba historias
que parecían ajenas, pero eran propias. Hablaba de la vida, de la lucha, del amor. De sus hijas desaparecidas. De su compañero de vida
también desaparecido. De nietos y nietas a los que buscaba. De la esperanza. Todo como si fueran conjugaciones de un mismo verbo:
resistir.
Cuando terminó, el auditorio estalló en aplausos. Y en medio de esa ovación, ella sonreía. Una sonrisa dulce, limpia, que me desarmó. Entonces hice clic. Tomé apenas un par de fotos. No más. Sólo después supe su nombre y su historia. Y sentí un golpe seco en el pecho.
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Ella era Elsa Sara Sánchez de Oesterheld. Una de las Abuelas de Plaza de Mayo. La esposa de Héctor Germán Oesterheld, el escritor de El
Eternauta, la historieta de culto que narró, en clave de ciencia ficción, una épica de resistencia colectiva en un país asediado por lo desconocido. La dictadura cívico-militar no solo desapareció a Héctor. También a sus cuatro hijas: Estela, Diana, Beatriz y Marina. A tres yernos. Dos de las jóvenes estaban embarazadas. Esos nietos nacieron en cautiverio. Nunca pudo abrazarlos. Nunca supo dónde están.
¿Cómo se sobrevive a tanto? ¿Cómo se convive durante décadas con semejante dolor sin quebrarse? ¿Cómo es posible que, a pesar de todo, aún pudiera sonreír? En 1976, en plena oscuridad, Elsa le escribió una carta a su hija Diana, una de las hijas embarazadas. Decía: "Hijita mía querida, en medio de todo este horror, de este infierno, acabo de recibir tu carta. No puedo decirte lo que esto ha sido para mí, tratá de imaginar la necesidad ya delirante que tengo de estar con alguna de ustedes, de hablar, de consolarnos, y de querernos más que nunca, de unirnos, de protegernos. (...) A fuerza de vivir en la ficción, en nuestra casa se gestó la novela de ciencia ficción más terrible que jamás cerebro alguno pudo crear: la destrucción y degradación de toda una familia en forma sistemática”.
Pienso en esa carta ahora, mientras millones de personas alrededor del mundo ven por Netflix la serie El Eternauta. Pienso en esos nietos o nietas
que tal vez también la están viendo, atrapados por la historia sin saber que fue escrita por su abuelo. Sin saber que su abuela los buscó hasta su último aliento.
“Yo, que creí estar muerta, hoy vuelvo a tener esperanzas”, dijo Elsa alguna vez. Y ahora entiendo por qué sonreía. Su sonrisa era un puente. Una señal. Tal vez pensaba que si ellos veían esa expresión dulce, algo en su interior los haría reconocerse: "Mirá, es la misma sonrisa de fulano o fulana", podrían decir. Porque una sonrisa de abuela también puede ser una prueba de ADN.
Si por alguna bella casualidad de la vida esa imagen llega hasta los nietos de Héctor y Elsa, miren bien. Es casi seguro que ustedes tengan esa misma sonrisa. Sí, ella es su abuela. Y esa risa tierna, luminosa, siempre fue para ustedes.
Si naciste entre 1974 y 1983 y tenés dudas sobre tu identidad, o conocés a alguien que podría ser hijo o hija de personas desaparecidas, comunicate con las Abuelas de Plaza de Mayo. La verdad te está esperando.