La fábrica de pastas “Amelia” abrió por primera vez sus puertas en 1948 de la mano de Antonio Palazzo, un inmigrante calabrés que había llegado a Argentina a principios de siglo XX. Primero instaló una fiambrería hasta que un día, queriendo imitar la tradición que había visto de su madre y sus hermanas, empezó a preparar fusillis al fierrito en una vidriera del negocio.
La escena captó la atención del barrio. Los vecinos se detenían maravillados con semejante espectáculo y le empezaron a encargar pedidos hasta que el negocio se transformó en una fábrica artesanal de pastas.
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Hoy el local está ubicado en Boedo 1639 y es atendido por Ricardo Poli, yerno de Antonio, su hijo Federico, nieto del fundador, y cinco empleados y empleadas, entre las que se encuentran Amanda y Estela, que continúan desde la época de Antonio. Los fusillis al fierrito siguen siendo la estrella indiscutida, junto con los ravioles de seso que, según Federico, “recuerdan a las pastas que hacían nuestras abuelas”.
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Los inicios
La historia de la fábrica de pastas se empezó a escribir en 1948, cuando Antonio Palazzo abrió una fiambrería que también ofrecía algunos tipos de pastas tradicionales: fideos, ñoquis y ravioles de verdura y ricota. El negocio fue bautizado “Amelia”, en honor a su esposa, y en un comienzo estuvo ubicado en Tarija y Boedo.
Un día, de casualidad, recordó que en su pueblo natal, su madre y su hermana solían hacer fusillis caseros los sábados a la noche. Antonio decidió replicar esa tradición familiar y comenzó a elaborarlos a mano, sentado junto a la vidriera del negocio.
Sin buscarlo, atrajo las miradas de la gente que pasaba por la cuadra que se detenían para observar el meticuloso proceso de elaboración de esa pasta casera en forma de tirabuzón y le empezaron a llover los pedidos. Esa fama le dio el empujón necesario para que la fiambrería se transformara en una fábrica de pastas tradicional cuya especialidad es la elaboración de fusillis hechos a mano, fiel al estilo italiano. Al poco tiempo se mudaron a Boedo 1639.
Antonio estuvo al frente del negocio hasta 1987. Cuando se retiró, su yerno Ricardo tomó el mando inmediatamente. “Antonio me enseñó el oficio y el secreto de las pastas y yo ahora se lo estoy enseñando a mi hijo Federico, que es nieto de Antonio y representa la tercera generación en la fábrica de pastas”, cuenta Ricardo en diálogo con El Destape.
Hoy, en el local trabajan Ricardo, Federico y un equipo de cinco empleados. Entre ellos están Estela y Amanda, quienes forman parte de la fábrica desde la época de Antonio. “Ellas son los dos corazones de la fábrica. Hacen los fusillis a mano, como antes. Con solo mirar la masa, saben si está demasiado gruesa o si le falta algo y si ven un error enseguida tratan de solucionarlo”, asegura Federico.
Ana, la hija de Antonio, esposa de Ricardo y madre de Federico, se encarga de la administración del negocio y es la encargada de preparar un limoncello casero que también ofrecen en el local.
Una fábrica de pastas que busca mantener la tradición
La fábrica de pastas Amelia mantiene viva su esencia desde 1948. Con su fachada original, su toldo verde y los antiguos mostradores intactos, el local parece detenido en el tiempo. “Tratamos de mantener el aspecto original del negocio porque para mí es la cuna del nacimiento de los fusillis. No me da para poner mostradores de acero inoxidable y vender fusillis caseros, no me cuadra”, dice Ricardo.
También conservan las antiguas heladeras comerciales de madera y casi toda la maquinaria original, que data de las décadas del 60 y 70. “Hay una sola máquina nueva, el resto se mantiene hasta con los colores originales. La idea de la fábrica es mantener la tradición”, agrega Federico.
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Pastas para todos los gustos
Con el tiempo, la fábrica se fue aggiornando y la oferta de pastas se amplió. Hoy en día ofrecen: agnolottis, ñoquis, de papa, verdura y ricota, canelones, panzottis, sorrentinos- caseros y hechos a máquina- ravioles, ravioles “caseritos” -más grandes-, lasagna, tagliatellis al cortello y cintas anchas.
Actualmente, los más solicitados, además de los fusillis, son los “caseritos” de calabaza, los ñoquis y los “caseritos” de seso y verdura. También venden queso rallado y una selección de salsas caseras: tuco, bolognesa, pesto y salsa blanca.
Una de las últimas incorporaciones al menú son los envoltinis de puerro, osobuco y vino blanco. “El domingo pasado volaron”, asegura Ricardo entre risas.
Cada integrante de la familia tiene su pasta favorita: Antonio, el fundador, amaba los fusillis. Ricardo elige los “caseritos” de verdura, y Federico no puede resistirse a los sorrentinos de ricota, jamón y muzzarella. Además, en los últimos años sumaron opciones vegetarianas como los ravioles de masa de espinaca rellenos de berenjena y calabaza.
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La única casa de pastas que hace fusillis caseros
Los domingos, la fábrica recibe largas filas de vecinos y visitantes de todos lados: San Isidro, Olivos, Villa Lugano y hasta Mar del Plata. “Se llevan mucho para Mar del Plata porque ahí no hay fusillis hechos a mano. Los que hay son los que tienen forma de cable de teléfono, que son hechos a máquina y por ende tiene otro proceso: se pone la masa, se aprieta el botón y se pueden hacer hasta 100 kilos en una hora. En cambio, el nuestro es un proceso más artesanal, los hacemos con fierrito y uno por uno”, describe Ricardo. “En ningún otro lado vas a encontrar unos fusillis como los que hacemos acá”, asegura.
Las fechas en que más trabajas son las Pascuas, el Día del Padre, el Día de la Madre, el Día del Niño, los 29 (Día de los ñoquis), y los domingos de elecciones. “Esos días mucha gente vuelve al barrio, almuerza con la familia y es la excusa para rememorar las pastas de cuando eran chicos”, señala Ricardo.
Fabricar pastas es “un acto de amor”
Para Ricardo, la fabricación de pastas va mucho más allá del oficio. “Hacer pastas es un acto de amor”, dice convencido. “Se lo dije a mi hijo y me dijo que sonaba medio cursi, pero es así: si no las hacés con amor, no salen bien. Cuando cocinás sin ganas, sin respeto por lo que hacés, se nota y sale mal”.
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Ricardo todavía recuerda el día en que su suegro Antonio dejó el negocio y le pasó la posta. “Fue un día bastante triste. Antes de irse me dijo: ‘Esta fábrica tiene 40 años. El día que tengas que bajar la calidad, cerrá’. Esa frase me quedó grabada. Si tengo que subir precios, lo hago, pero jamás sacrificaría la calidad porque a la larga merma la cantidad de gente. Ese es el verdadero secreto del negocio”, concluye.
Amelia está abierto de martes a sábados de 8 a 13:30 y de 17 a 19:30 horas y los domingos de 8 a 13:30 horas.