Norberto Ángel Nigro tiene 58 años, vive en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y trabaja en el Poder Judicial de la Nación. Su vida podría ser rutinaria, tranquila, tradicional: ir al trabajo, mirar expedientes, teclear en la computadora, volver a su casa y cenar con su familia. Sin embargo, hay algo que a él y a su amigo psicólogo Nicolás Lodeiro Ocampo les preocupa desde hace mucho tiempo; algo en lo que siempre están pensando; una problemática lejana al Obelisco, pero muy presente en sus ideas y en sus acciones: el peligro de extinción que afrontan los yaguaretés.
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“A mí me gustan muchísimos bichos, pero el que más me gusta es el yaguareté porque creo que no hay parangón en Argentina de ese animal. Es una pasión”, le confiesa a El Destape.
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Nigro nació y creció en la CABA. Primero vivió en los límites del barrio de Devoto y luego en Agronomía. No recuerda cuando, porque dice que fue antes de tener memoria, los animales y el dibujo se volvieron las dos pasiones que mantiene hasta hoy. “Hago otras cosas, vivo de otra cosa, pero toda mi vida me gustaron los animales. Ya de chico, había dos o tres de los que era fanático. Entre ellos está el yaguareté. Me atrajo siempre por su poderío, su belleza y su importancia histórica para el país”.
Esa pasión que le surgió cuando era muy pequeño hizo que muchos años después, a principios de los 2000, creara junto a Lodeiro Ocampo la Red Yaguareté. La organización sin fines de lucro busca salvar al tigre americano (como se conoce también a los yaguaretés) de la extinción en Argentina, donde hoy solo quedan unos pocos ejemplares.
El niño que sueña
A mediados de los setenta, Nigro era un niño al que le gustaban los animales y quería conocer cuanto fuera posible sobre ellos. Aprovechaba la cercanía de su casa con la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires para ir a ver caballos y vacas, disfrutaba de pasear por la Rural y su mamá lo llevaba al zoológico una y otra vez. A veces iba al Museo de Ciencias Naturales y se dirigía directo a la sala de las aves embalsamadas. Sacaba un cuadernito y un lápiz, enfocaba su mirada en uno de los pájaros y comenzaba a dibujar. Copiaba los ojos, el pico, las alas y las patas. Observaba y anotaba la información expuesta por el Museo. Quería absorberlo todo.
A su papá también le gustaban los “bichos”, aunque no sabía mucho de ellos o, mejor dicho, sólo estaba familiarizado con los más cotidianos: un gato, un perro, un jilguero. Juntos, solían mirar el programa de televisión “El maravilloso mundo de los animales” que se emitía por canal 13 y conducía el fotógrafo y naturalista Francisco Erize. A través de ese ciclo, Nigro empezó a saber más sobre las especies autóctonas. Allí, mostraban tapes extranjeros en los que se veían animales de otras partes del mundo, pero luego Erize hablaba acerca de los que se podían encontrar en el país.
“Por ejemplo, pasaban un documental sobre leones y al final él decía: ‘Bueno, en Argentina también hay este tipo de animales. Acá llamamos leones a los pumas’. El plus era el tipo diciéndote esto. Yo no lo podía creer. Anotaba todo en una libretita”, cuenta Nigro sobre sus primeros intentos de esquematizar el conocimiento. De esos años, también recuerda el avistamiento de un puma en el viejo Camino de Altas Cumbres, en Córdoba, cuando viajaba con sus padres en un Fiat 1100.
En la adolescencia y en los primeros años de su juventud, Nigro comenzó a buscar espacios para llevar a la acción todo su interés por los animales. Así, fue boyando por distintas ONGs en las que no se llegó a sentir cómodo. “No te daban mucha bola. El voluntariado era medio despreciado. Te hacían ir a ensobrar cartas y yo quería laburar con los bichos”, explica.
A principios de los noventa, arribó a la organización Amigos de la Tierra y tiempo después comenzó una amistad por correspondencia con el reconocido naturalista Juan Carlos Chebez, quien estaba radicado en Misiones. “Él había sacado un libro en 1994 que se llamaba ‘Los que se van’ y hablaba de todas las especies en peligro de extinción de Argentina. Era una Biblia. Había dejado una dirección para que le mandaran datos. Entonces yo le empecé a mandar cosas que encontraba o conseguía”.
Fue el mismo Chebez quien lo contacto en los inicios del 2000 para que formara parte de la naciente Fundación Félix de Azara, una entidad que tiene entre sus fines el desarrollo científico y la conservación del patrimonio biológico y cultural de Argentina. En este espacio, Nigro se hizo amigo de Lodeiro Ocampo, con quien al fin pudo empezar a trabajar con su pasión.
Un cambio de vida
Lodeiro Ocampo tiene 53 años y es psicólogo, profesión que lo llevó a trabajar durante muchos años en áreas de recursos humanos de empresas y como terapeuta particular. Su vida también podría ser rutinaria, tranquila, tradicional: ir a una oficina, atender en el consultorio, volver a su casa y cenar con su familia. Pero, como Nigro, ama a los yaguaretés. Por eso, desde varios años cambió su perspectiva laboral y combina la actividad en la Red con emprendimientos comerciales y asesoramientos.
“Desde hace ya casi una década, con el gran crecimiento de la Red en todo sentido, tuve que elegir: habíamos llegado a nuestro techo o cambiaba mi actividad y empezaba a viajar. Con mis dos hijos ya casi adolescentes, pude largarme y empezar a hacerlo. Así he recorrido y sigo recorriendo todas las zonas donde hay yaguareté”.
Porteño de nacimiento, de chico vivió con su familia en distintas partes del Gran Buenos Aires, en Caracas (Venezuela) y en Cipolletti (en la provincia de Río Negro). “En Cipolletti se forjó mi corazón. Vivíamos en el borde de la ciudad, había muchas aves, perdices y liebres y entre partidos de fútbol y escuela, salíamos a recorrer las chacras y loteos que albergaban mucha fauna”.
Cuando aún era niño, a principios y mediados de los ochenta, a Lodeiro Ocampo le gustaban los depredadores, especialmente los felinos y las orcas. Buscaba información donde podía: coleccionaba la “Enciclopedia Salvat de la Fauna” de Félix Rodríguez de la Fuente y algunos números que lo impactaban de National Geographic. Un día le llegó un poster de un yaguareté de Parques Nacionales y, dice, fue amor a primera vista.
Como Nigro, en la adolescencia y en los primeros años de su juventud no encontró una ONG que acobije su entusiasmo y finalmente arribó a Azara, en los comienzos de la organización. Allí, el trabajador judicial y el psicólogo encontraron rápidamente un punto en común: los yaguaretés. Lodeiro Ocampo ya contaba en ese momento con una página de internet muy sencilla en la que subía información sobre este animal.
“Se armó un pequeño grupito bien porteño de cuatro o cinco que habían llegado a la web y un día nos juntamos todos en el barrio de Caballito con el objetivo de hacer expediciones al Parque Nacional Baritú (Salta) y zonas aledañas. Los viajes fueron tremendos. Era literalmente meterse en tierra de nadie, sin ver humanos por días y con un festival de huellas de yaguaretés. Ahí empezó una loca historia de acciones y demás cosas que nos trajeron hasta hoy, 25 años después”, cuenta Lodeiro Ocampo en diálogo con El Destape sobre como fue el inicio de la Red Yaguareté.
Los últimos
El yaguareté estuvo históricamente expandido por gran parte del país: desde el extremo norte, se extendía hasta Río Negro y quizás más al sur. Su presencia dejó marcas en los nombres de muchos lugares en los que hoy ya no está, como el municipio de Tigre o la Sierra del Tigre (en Tandil). La cacería y la transformación de los ambientes fueron las principales causas de su retracción.
Hoy en día, el tigre americano solo puede encontrarse en algunas partes restringidas de Argentina: en el norte de Misiones; en las yungas de Salta y Jujuy; y en el Gran Chaco, que abarca a sectores de las provincias de Formosa, Chaco, Salta y Santiago del Estero. Contando todos esos lugares, la cantidad de ejemplares es realmente baja: se estima que sólo quedan en el país entre 250 y 300 yaguaretés.
“El principal problema es la caza. Si vos no los cazas, los yaguaretés viven y se reproducen, aún en lugares que están ambientalmente pobres. Si vos evitás la caza, el tipo aguanta”, explica Nigro.
Desde la Red Yaguareté monitorean las poblaciones de la especie a través de cámaras trampa. Cada dos o tres meses realizan expediciones a las zonas de presencia en las que cambian las memorias y las pilas de los aparatos. “Nos traemos la memoria que estaba puesta para revisarla. La cámara buchonea todo. A veces ves que pasa una persona y al rato un yaguareté. También hemos visto a los cazadores”.
En muchas ocasiones, los yaguaretés atacan al ganado y los productores salen a buscarlos. Otras veces, la caza puede surgir por el simple temor. Estas situaciones se dan a pesar de que se trata de una especie protegida por la Ley Nacional de Conservación de la Fauna y declarada Monumento Natural Nacional y Monumento Natural Provincial en Jujuy, Salta, Chaco, Formosa y Misiones. “Hay un miedo atávico al bicho. Aparece una huella y se despierta una sensación de paranoia”, cuenta Nigro.
Para mitigar la situación, la Red Yaguareté realiza diversas acciones: trabajan en la concientización para amainar el temor y generar una mejor convivencia entre la especie y los humanos; promueven la electrificación de alambrados para proteger al ganado y evitar una represalia de los productores; acercan propuestas a las autoridades para la conservación y creación de espacios protegidos; y promueven denuncias por cacería y tráfico de cueros y otros restos.
En este marco, han impulsado más de 70 causas judiciales. Uno de estos procesos se inició por la matanza de un yaguareté en julio de 2024 cerca de la localidad de Estanislao del Campo, en Formosa. Por el caso hay cuatro imputados (tres de los cuales se encuentran con prisión domiciliaria) que afrontarán a mediados de agosto un juicio oral y público. La Red participa como querellante y se piden condenas ejemplificadoras.
Por otro lado, en la Ruta Nacional 12 de Misiones, los yaguaretés y otros animales de la zona afrontan el problema de los atropellamientos. “Actualmente tenemos una propuesta de medición de velocidad en tramos. Estamos tratando que el gobierno provincial la acepte”.
Nigro y Lodeiro Ocampo también han logrado cambiar normativas, participaron en la creación de áreas protegidas y escribieron diversos artículos científicos y de divulgación. El pasado abril, publicaron el libro “Yaguareté. Vida, leyenda y esperanza de la Verdadera Fiera en Argentina”, en el que dan cuenta del trabajo que hace la Red y brindan información sobre la distribución e historia natural y cultural de este animal. “No hay ningún otro libro sobre yaguaretés en el país. Es como el legado que dejamos al mundo. Todo lo que vamos a hacer ahora es yapa”.
Un gigante esquivo
Hace varios años atrás, uno de los integrantes de la Red Yaguareté se encontraba ubicando una cámara trampa en el Parque Nacional Baritú cuando advirtió que los pájaros habían dejado de cantar. En ese momento, se trepó a un árbol y se quedó mirando. Entonces, vio venir al yaguareté por un camino. Antes de llegar a donde él estaba, el animal se metió en el monte y los pájaros volvieron a cantar. Después, también en Baritú, hubo una segunda ocasión en donde otros integrantes del grupo tuvieron un encuentro del estilo y lograron filmar y fotografiar al animal. En ninguna de las dos situaciones estuvieron presentes Nigro ni Lodeiro Ocampo.
Lodeiro Ocampo pudo ver un ejemplar silvestre por primera vez en 2019, cuando fue al Pantanal (Brasil). Allí, los yaguaretés están acostumbrados a las personas y suelen mostrarse con más facilidad. “Ahora, desde 2024 yo organizo contingentes y los llevo a que tengan esa magnífica experiencia de estar una semana en contacto diario con yaguaretés”, cuenta.
Nigro todavía no tuvo la oportunidad de ver un yaguareté silvestre. “Probablemente vaya pronto al Pantanal porque no puedo morirme sin verlo. El día que vea uno me muero de alegría”, dice. Y aunque su voz se escucha del otro lado de un teléfono, se nota que está sonriendo.