Es indudable que las llamadas “hormigas argentinas” (nombre científico: Linepithema humile) no son simplemente un “fenómeno barrial”. Desde que en alrededor de 1890 empezaron a dispersarse por el mundo “sin pasaporte”, a bordo de buques mercantes, en los panes de tierra que quedaban en las plantas y en los contenedores de mercaderías, ya colonizaron todos los continentes, con la única excepción de la Antártida. Ahora, un trabajo de investigadores argentinos (https://doi.org/10.3390/d17100667, publicado en Diversity) muestra que estas hormigas invasoras no solo se establecen en otras regiones a través del comercio y el transporte transatlántico, sino que también avanzan hacia zonas aledañas a las nativas y tienen la capacidad de instalarse en otros ambientes naturales que no son los propios aprovechando condiciones favorables ofrecidas por poblaciones humanas. Así lo hicieron las que, a pesar del clima hostil, establecieron colonias en Bariloche y fueron detectadas allí en 2019. El 18 de mayo de ese año, el diario Rio Negro anunciaba que “el hallazgo de largos caminos de hormigas en una vereda del centro de la ciudad generó el alerta y de inmediato un grupo de ecólogas investigadoras del Conicet decidieron focalizar su atención en esta especie para diseñar su mapa”. Fue la primera vez que se la registró en esa región.
“La hormiga argentina es una especie altamente invasora con una amplia distribución global. Sin embargo, la dinámica de su reciente expansión al sudoeste del país no estaba clara –escriben Luis Calcaterra, investigador del Conicet en el Laboratorio de Ecofisiología de Insectos del Instituto de Biodiversidad y Biología Experimental y Aplicada (IBBEA) en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, y colegas–. Nuestros resultados revelaron una fuerte expansión desde la Pampa hasta hábitats antropogénicos (urbanos y rurales), pero no naturales”. Se trata del primer estudio que se centra en poblaciones de estas hormigas en el sur del país, donde las condiciones climáticas y ambientales no las favorecen.
De acuerdo con Calcaterra, no es la única especie que logra ir más allá de su área de distribución nativa y colonizar otras regiones llevada por los humanos. Los camalotes, por ejemplo, invadieron lagunas del Oeste de la Argentina. Pero la Patagonia (el monte y la estepa) es básicamente un desierto. Con un clima de tipo mediterráneo, recibe unos 200 milímetros anuales de precipitaciones, más que nada en invierno; es decir, tiene déficit hídrico. Para las hormigas es casi imposible prosperar en esos ambientes si los humanos no avanzan y se van estableciendo cerca de los cuerpos de agua, como ocurre en el valle de Río Negro, donde crecieron numerosas ciudades a lo largo de la Ruta 22 y después emergieron cultivos.
“Invadieron lugares donde no estarían naturalmente si no fuese porque nosotros creamos asentamientos y luego una zona de cultivos aledaña. Hace 60 o 70 años se establecieron en el Valle de Río Negro y también en el Oeste de la Argentina, más que nada en viñedos”.
La hormiga argentina no pica ni provoca alergia, pero los problemas surgen de su relación simbiótica con cochinillas y ácaros. “Es lo que pasa con la cochinilla harinosa (Planococcus ficus), por ejemplo, que transmite un virus a la vid –explica Calcaterra–. Las hormigas omnívoras adultas necesitan que su alimentación esté compuesta en un 80% por hidratos de carbono. Las proteínas las usan más que nada para generar crías. Por su deficiente metabolismo, las cochinillas excretan muchos hidratos de carbono. Entonces, las hormigas los consumen y a cambio las defienden de los predadores, lo que permite que aquellas se multipliquen más. Dañan las vides y también los cítricos”.
Hasta ahora, se pensaba que esta especie sobrevivía en ambientes que estuvieran fuera de su rango nativo, hasta su detección en el Sur. “Bariloche está a 1600 kilómetros de Buenos Aires y es el ecotono [zona de transición] con el bosque patagónico. ¡No había manera de que llegara hasta ahí sin que hubiera sido transportada por personas! –destaca Calcaterra–. En la estepa no puede estar, salvo en poblaciones indoor (pasan gran parte del año dentro de las casas y en la época más benigna logran salir a las veredas, a las calles, un poco a los parques y después reingresan cuando empieza el frío)”.
A pesar de sus limitaciones, la hormiga argentina es tremendamente exitosa, tanto en el país como en el extranjero. Tiene poblaciones y supercolonias, como la de Cataluña, que alcanza los 6.000 kilómetros, o la de Japón, de 200 kilómetros, territorios a los que llegaron después de establecer una avanzada en los Estados Unidos. Están entre las que tienen más capacidad invasiva, son particularmente tolerantes al frío. Su principal restricción es la sensibilidad a la variación de temperatura diurna. “Por eso coloniza tanto las viviendas, que ofrecen, además de humedad (que necesita porque pierde mucha agua por la cutícula), temperaturas bastante constantes. Como uno trata de tener una temperatura agradable durante todo el día, entonces a ellas les resultan una suerte de refugios. En cambio afuera, y más en estos ambientes tan desérticos, la variabilidad térmica a lo largo del día es muy grande”.
Su fórmula del éxito radica en que (a diferencia de los humanos con los que comparten su territorio nativo) las colonias casi no pelean entre sí, cooperan, lo que les permite utilizar todos los recursos que consumen para reproducirse y no para luchar con rivales. Además, son “políginas”, tienen muchísimas reinas. Una vez al año las ejecutan para que aparezcan nuevas más jóvenes y fecundas, que ponen mayor número de huevos y así pueden tener colonias enormes.
“Muchas veces se especuló con que cuando una población es introducida en otro lugar, se produce alguna modificación genética por la cual adquiere la capacidad de colonizar ambientes que antes no podía, se produciría algo así como un cambio de nicho –destaca Calcaterra–. Lo que nosotros vimos es que, como en los otros lugares que invadieron en el mundo, no son capaces de colonizar áreas que no son climáticamente adecuadas para ellas. No encontramos evidencia de que eso haya pasado en el caso de la expansión hacia la Patagonia. O sea, ellas siguen siendo iguales, pero aprovechan las condiciones ambientales que les ofrece el ser humano. Y otra cosa interesante es que las mismas variedades de la hormiga que invadieron gran parte del mundo, que no son todas, son las que se están expandiendo hacia la Patagonia”.
Las tres especies de hormigas naturales de nuestro territorio (la “argentina”, la “pequeña hormiga de fuego”, Wasmannia auropunctata, y la hormiga roja de fuego, Solenopsis invicta), se cuentan entre las que más pérdidas económicas causan en el mundo, unos 28.000 millones de dólares al año. En el caso de la hormiga argentina, no tiene muchos enemigos naturales. Solo se encontraron algunos virus que estarían funcionando naturalmente como agentes de control. “Nosotros estamos estudiando varios, pero esas líneas no avanzaron –cuenta el científico–. Se está tratando de utilizar control químico, lo que pasa es que las hormigas son muy inteligentes, enseguida aprenden que eso no les conviene y dejan de cargarlo”.
En su investigación, los investigadores muestran que la presencia de esta hormiga va disminuyendo hacia el Oeste, donde las temperaturas son demasiado bajas. Su presencia en los cultivos se hace menos frecuente, pero se mantiene en las ciudades, donde las condiciones son más beneficiosas.
El resto de los autores del trabajo son Lucila Chifflet, del Grupo de Investigación en Filogenias Moleculares y Filogeografía, Instituto de Ecología, Genética y Evolución de Buenos Aires (Iegeba), Facultad de Ciencias Exactas y Naturales/UBA, María Fernández y Andrés Sánchez-Restrepo, de la Fundación para el Estudio de Especies Invasivas (FuEDEI), y Gabriela I. Pirk y Victoria Werenkraut , del Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (Inibioma), todos del Conicet.