Evitar el conflicto no es una simple decisión, sino que responde a ciertos patrones de personalidad, según la psicología. Muchas veces, en la vida aparecen conflictos que tenemos que enfrentar, como conversaciones incómodas o discusiones con amigos, familiares, hijos o parejas. Mientras algunas personas aceptan el conflicto y lo atraviesan de manera saludable, otras lo evitan por completo.
Existen muchas razones por las que alguien puede temerle a la confrontación. Por un lado, algunas de estas personas lo hacen porque valoran mucho la paz, la tranquilidad y la estabilidad emocional, y por esta razón, se alejan de las situaciones conflictivas para no corromper ese equilibrio. Sin embargo, muchas otras lo evitan por otros motivos.
Quienes crecieron en hogares disfuncionales, por ejemplo, donde sus padres o cuidadores siempre terminaban a los gritos o en situaciones de violencia cada vez que surgía una discusión. Por esta razón, crecieron con la idea de que discutir y exponer sus sentimientos y opiniones implica necesariamente que la situación se torne agresiva, violenta o hasta peligrosa. Así, estas personas llegan a la adultez evitando los conflictos, y por ende, soportando situaciones que no son de su agrado y no dándose el espacio para comunicar lo que sienten y piensan, con el fin de protegerse.
Por otro lado, existen quienes evitan el conflicto por miedo a lastimar los sentimientos de la otra persona, decepcionar o no agradar. Estas personas, generalmente, buscan constantemente la aprobación de los demás. Puede ser porque tienen baja autoestima, miedo a la crítica o incluso una ansiedad social muy grande.
Sea cual sea el caso, lo que tienen en común las personas que evitan el conflicto es que al hacerlo, se están dañando a sí mismas, ya que no se dan lugar para expresar sus necesidades, emociones, deseos y opiniones. Así, terminan cediendo ante la postura de los demás para no incomodar a nadie. A largo plazo, esto suele generarles una autoestima aún más baja, pérdida de la identidad, frustración, angustia, e incluso puede derivar en somatizaciones físicas, como dolores musculares, trastornos digestivos, ansiedad, depresión, fatiga crónica, entre otros.
Cómo romper con este ciclo
Para romper con el patrón de evitar el conflicto, lo ideal, primero y principal, es buscar ayuda de un psicólogo. Por otro lado, hay otras cosas que podés hacer en el mientras tanto para hacer un trabajo interno al respecto. Por ejemplo, podés preguntarte: ¿Cuándo empecé a evitar los conflictos? ¿Hay situaciones de mi infancia o adolescencia que puedan haber influido? Entender el origen de este mecanismo puede ayudarte a ponerle nombre y empezar a soltar la culpa.
Validá tus emociones y necesidades. Muchas personas que evitan los conflictos creen que sus emociones no son tan importantes, y detrás de eso, hay un miedo muy grande a incomodar al otro. Empezar a reconocer que tus sentimientos son válidos y merecen ser expresados es fundamental para romper el ciclo.
Por otro lado, es importante que practiques la comunicación. No se trata de comunicar lo que te pasa de manera agresiva, sino de forma clara, directa y respetuosa, para marcar límites saludables. Además, es importante que aprendas a tolerar el malestar emocional, ya que es parte de la vida, así como las emociones agradables.