El mundo despide al Papa Francisco, fallecido este lunes en Roma a los 88 años, con un funeral que marcará un antes y un después en la historia del Vaticano. No solo por la figura del pontífice argentino —el primero americano y el primero jesuita—, sino también porque él mismo fue quien reformuló el protocolo de los funerales papales.
Desde su nombramiento en marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio promovió una Iglesia más austera, cercana a los pobres y despojada de ostentaciones. Ese espíritu está presente incluso en la manera en que será despedido.
En abril de 2024, Francisco aprobó la nueva edición del Ordo Exsequiarum Romani Pontificis, el libro litúrgico que regula los funerales del jefe de la Iglesia Católica. En ese documento, publicado en noviembre del mismo año, el Papa propuso simplificar y adaptar el rito para destacar que el funeral del pontífice debe ser el de un pastor y discípulo de Cristo, no el de un monarca o un jefe de Estado.
Como parte de esos cambios, eliminó el uso de los tres ataúdes (ciprés, plomo y roble) que tradicionalmente rodeaban el cuerpo del Papa fallecido, y en su lugar dispuso un único féretro de madera revestido en zinc.
Cómo está dividido el funeral del Papa, según el protocolo
El funeral de un Papa está dividido en tres etapas o “estaciones”. La primera comienza con la constatación oficial de su muerte, que se realiza en una capilla privada. Este detalle también es nuevo, ya que hasta ahora se hacía en la residencia papal, pero Francisco vivía en un cuarto de la residencia de Santa Marta.
El camarlengo, cardenal Kevin Farrell, tiene la tarea de golpear tres veces la frente del Papa con un pequeño martillo, llamarlo por su nombre de pila y, ante la falta de respuesta, declarar: “Vere papa mortuus est” (“Verdaderamente, el Papa ha muerto”). Luego se destruye el anillo papal y el cuerpo es colocado en el ataúd.
En la segunda estación, el cuerpo es trasladado a la Basílica de San Pedro, donde permanece durante tres días. Ya no se lo exhibe sobre un catafalco ni con su báculo pastoral, como ocurría con sus predecesores. El ataúd permanece cerrado pero visible, permitiendo que los fieles puedan despedirse. La misa exequial da inicio a los novendiales, nueve días de misas por el eterno descanso del Papa.
Finalmente, la tercera estación es la sepultura. Aunque la tradición desde el siglo XX indicaba enterrar a los Papas en las grutas bajo San Pedro, Francisco eligió un sitio distinto: la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma. El lugar tiene un valor simbólico para él, ya que solía rezar allí antes y después de cada viaje apostólico. En su testamento, pidió un entierro sencillo, en la tierra, sin decoración y con una inscripción simple: Franciscus. Tras los nueve días de luto, comenzarán los preparativos del cónclave que elegirá a su sucesor.