Las joyas robadas a la realeza que quedaron en la historia

Desde los diamantes británicos hasta los tesoros perdidos de los Romanov, estas joyas esconden historias de robos, engaños y misterios que aún despiertan la curiosidad.

12 de octubre, 2025 | 16.05

Las joyas de la realeza no son solo objetos brillantes, sino símbolos cargados de poder y tradición. Cuando una pieza desaparece, no se pierde solo un accesorio, sino parte de la historia y la identidad de un país. En muchos casos, detrás de estas pérdidas se esconden relatos sorprendentes de audacia, negligencia y misterio.

En la Torre de Londres, la colección de las Joyas de la Corona británica es tanto un museo como un emblema nacional. La Corona Imperial del Estado, con casi 3.000 gemas, incluye piezas legendarias como el Rubí del Príncipe Negro, con orígenes medievales y supersticiones sobre mala suerte. En 1671, el irlandés Thomas Blood, disfrazado de clérigo, intentó robar estas joyas y fue detenido, pero Carlos II le perdonó la vida en un giro inesperado que parece más cuento que realidad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, para proteger estos tesoros, fueron sacados de la Torre y escondidos en una lata de galletas enterrada cerca del Castillo de Windsor, una imagen que refleja el temor de una nación a perder sus símbolos más preciados en tiempos de conflicto.

Además, joyas como el Koh-i-Noor, conocido como la “Montaña de Luz” y originario de la India, siguen siendo objeto de controversia internacional. Este diamante, que solo han lucido mujeres por superstición, forma parte de la corona británica, pero es reclamado por varios países que cuestionan su procedencia y las conquistas que marcaron su historia.

El Cullinan, descubierto en Sudáfrica en 1905 con 3.106 quilates, fue cortado en nueve piedras principales y una de ellas se incrustó en el Cetro del Soberano. Sin embargo, persisten rumores sobre partes del Cullinan que podrían estar ocultas, alimentando la fascinación de buscadores de tesoros desde hace más de un siglo.

El Rubí del Príncipe Negro, con orígenes medievales y supersticiones sobre mala suerte.

Históricos robos a las joyas de la realeza

En Francia, durante la Revolución de 1792, las joyas reales eran el símbolo visible del poder absolutista. Para protegerlas, se trasladaron al Garde-Meuble en París, pero fueron robadas en un operativo que duró varios días. Aunque el diamante Le Régent fue recuperado y hoy se exhibe en el Museo del Louvre, muchas piezas desaparecieron para siempre, generando un misterio que persiste hasta hoy y que mantiene viva la esperanza de encontrar algún día esas joyas perdidas.

El legado de los Romanov, la dinastía rusa, está marcado por la venta y desaparición de sus joyas tras la Revolución de 1917. El régimen bolchevique dispersó gran parte de estas piezas en subastas internacionales para financiarse y borrar los símbolos zaristas. Mientras algunos miembros de la familia lograron salvar joyas personales, otras, como la tiara en forma de espigas de trigo, desaparecieron misteriosamente, dejando incógnitas sobre su paradero.

Muchas joyas imperiales no desaparecieron de golpe, sino que fueron fragmentadas o fundidas para vender sus gemas por separado. Las mujeres Romanov incluso cosieron valiosas piedras en sus vestidos para intentar huir con ellas, transformando sus prendas en mapas de fuga repletos de riquezas ocultas que rara vez lograron cruzar fronteras.

En Irlanda, las Joyas de la Corona de la Orden de San Patricio desaparecieron en 1907 bajo circunstancias que mezclan negligencia y descuidos insólitos, como la broma de un aristócrata borracho que devolvió las piezas por correo. La falta de señales de robo forzado y la participación de personajes como el escritor Arthur Conan Doyle en la investigación hacen de este caso uno de los grandes enigmas de la historia de las joyas reales.