Crisis, FOMO y una "billetera psíquica": por qué los jóvenes se endeudan para ver recitales

Aunque los precios de las entradas se dispararon y el contexto económico es crítico, muchos priorizan la experiencia emocional de la música en vivo por sobre cualquier otro gasto. Endeudarse para no quedar afuera.

08 de agosto, 2025 | 00.05

“Lo pago aunque no pueda”. La frase se repite en redes; en conversaciones con amigos; en foros de venta de entradas; en colas frente a teatros o estadios. Pese a la inflación, la devaluación del peso y un contexto económico que empuja a la mayoría de los argentinos al límite, los jóvenes siguen asistiendo a recitales, muchas veces llevando al rojo su economía. El Destape habló con varios de ellos y con una psicóloga para entender qué los lleva dejar todo y más por un recital.

En un país donde más del 90 % de los hogares tiene algún tipo de deuda y donde el salario promedio pierde mes a mes contra la inflación, según un informe de Naranja X, la decisión de pagar una entrada de 80.000 o 150.000 pesos podría parecer irresponsable. Pero para una generación que creció atravesada por la incertidumbre, el goce inmediato, la experiencia compartida y la emoción de estar ahí parecen tener más peso que cualquier lógica económica. 

En los últimos meses, varias encuestas y estudios reflejaron un fenómeno que crece. El informe reveló que 4 de cada 10 personas en Argentina se endeudaron en algún momento para asistir a un show. En paralelo, el número de recitales y festivales en todo el país no deja de aumentar. Desde artistas internacionales como Oasis, Katy Perry o Bad Bunny hasta propuestas locales como el Cosquín Rock, los festivales como Lollapalooza o incluso shows de artistas emergentes.

Fanáticos argentinos acampando para ver a su artista favorito.

Le pasa a Patricio, licenciado en historia del arte de 33 años: “La música en vivo es un plan que priorizo por sobre todo”. “En los últimos cinco años solo me fui de vacaciones una vez. Prefiero usar la plata y los días para viajar a un festival”, afirma. Como él, miles de jóvenes prefieren saltear salidas, ropa o cenas para destinar ese dinero a entradas.

Algunos como Juan -trabaja en marketing y tiene 32- aprenden a "elegir" sorteando obstáculos en forma de gastos secundarios y calculan sus movimientos con detalle. “Sé que si salgo a comer un par de veces al mes, ya me gasté lo que cuesta un show. Prefiero ver a Stereolab antes que comprarme una campera”, aseguró, casi en sintonía perfecta con Patricio.

Tarjetas, cuotas y deudas con amigos o familia: todo vale para ver un show

La oferta cultural es inmensa… y carísima. Tal vez en lo suntuoso del asunto se explique que, siempre según Naranja X, el 22% dejó de pagar un gasto esencial, como servicios, para no quedarse afuera, mientras que solo el 30% de la población siente que tiene un control real de sus finanzas personales.

Pero más allá del recurso financiero, lo que aparece de fondo es algo más fuerte: la música como necesidad emocional. “La gratificación emocional que brinda un recital muchas veces compensa el impacto financiero que puede generar endeudarse”, explica la psicóloga Eliana Franke. “El placer, la dopamina, el sentimiento de pertenencia y de haber estado ahí muchas veces pesan más que la preocupación por llegar a fin de mes”.

La mayoría paga con tarjeta de crédito, aprovechando las cuotas sin interés cuando aparecen, o se organiza entre amigos para ver quién tiene el mejor banco y sacar los tickets en conjunto. Algunos incluso recurren a familiares o conocidos para usar sus medios de pago más beneficiosos. Ornella, periodista de 34 años, por ejemplo, admite haber pedido prestado a su familia para ir al Cosquín Rock: “Ya me había perdido el anterior y no quería perderme otro”.

Micaela, médica de 34 años, lo confirma con su experiencia: “Una vez que compré la entrada no me arrepiento. A veces son caras, pero vale la pena”. Patricio también reconoce la ansiedad previa: “Cuando se empieza a rumorear que una banda que me gusta va a venir, ya empiezo a hacerme mala sangre porque sé que voy a terminar comprando igual”.

Franke lo vincula con lo que llama “billetera psíquica”: “Quizás no tenés o eso va a impactar en tu cuenta bancaria, pero va a subir mucho tu billetera psíquica. Te vas a sentir bien, vas a compartir con amigos, vas a tener algo para recordar o para postear en redes. Todo eso te da una química que el contexto de crisis no te ofrece”.

La urgencia emocional que supera la crisis: por qué los jóvenes se endeudan para ver a sus bandas favoritas

“Estamos atravesados por una subjetividad de época que valora más el presente que la planificación. A diferencia de otras generaciones que pensaban en ahorrar, en acumular para un futuro, hoy prima el deseo de vivir experiencias. Y si lo otro –como una casa, un auto, una estabilidad duradera– aparece como inalcanzable, entonces al menos quiero disfrutar lo que sí puedo hacer hoy”, analiza la psicóloga. 

Hace algunos meses, la artista argentina Blair fue criticada en redes por cobrar 40.000 pesos la entrada para un show en Vorterix. Ella respondió defendiendo su trabajo y visibilizando un problema estructural: los costos de producción suben, los precios también, pero la demanda no baja.

El descargo de Blair a las críticas por los precios de su show en Vorterix.

Franke aporta otra clave para entenderlo: el famoso FOMO –fear of missing out–, o miedo a quedar afuera. “La mente funciona mucho con el sesgo de aversión a la pérdida. Es más fuerte el miedo a perderse algo que la idea de guardar plata para fin de mes. Y si a eso le sumás que la situación económica te baja los niveles de seguridad, dopamina, oxitocina, el cerebro empieza a buscar como una bocanada de aire. Esa bocanada muchas veces la encuentra en una experiencia que lo saque del gris de todos los días, como un recital”.

Lo que antes era un lujo ocasional, hoy se vive como un salvavidas emocional. Y así, aún con la tarjeta al límite, los jóvenes siguen eligiendo la música.