A pesar de las bombas: el sueño fallido de un país sin peronismo

10 de septiembre, 2025 | 14.08

El antiperonismo es una de las principales identidades políticas del país, desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. No nos referimos a los sectores no peronistas, sino a aquellos que pretenden permanentemente construir una Argentina sin peronismo, al cual consideran un “ente patológico” que explica todos los males de la patria. El momento histórico donde este proyecto de eliminar al peronismo pasó a primer plano, al punto de estructurar prácticamente cada decisión gubernamental, fue durante la dictadura autodenominada como la “Revolución Libertadora”, un período que examino en el libro La dictadura de la libertad. El golpe de 1955 y el antiperonismo en el poder (Ediciones Futurock).

Para la gran mayoría de los antiperonistas de ese entonces, el peronismo había consistido en un experimento “nazi-fascista” y en una dictadura “totalitaria”, por lo que erradicarlo era un requisito indispensable para consolidar la democracia y la libertad en el país. Por estas razones, luego de concretar el derrocamiento del gobierno peronista en septiembre de 1955, los militares y civiles que conformaron el nuevo régimen de facto pretendieron extirpar la identidad justicialista de la población nacional. Este proceso adoptó el nombre de desperonización, y contó con diferentes iniciativas y momentos. Más allá de los conflictos internos dentro de los “vencedores” de septiembre (por ejemplo, cabe recordar que el general retirado Eduardo Lonardi, el primer presidente de facto de la “Libertadora”, fue reemplazado a las pocas semanas de asumir por su par militar Pedro Eugenio Aramburu, quien gobernó durante los siguientes casi dos años y medio junto con el contraalmirante Isaac Rojas), todo el arco político antiperonista coincidía en la necesidad de desperonizar al país.

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El proyecto desperonizador se estructuró a partir del diagnóstico de que el peronismo no resistiría por fuera del poder. La adhesión de la gran mayoría de la clase trabajadora al justicialismo era explicada, de forma simplificada, a partir de los favores otorgados por el gobierno peronista, sus métodos adoctrinadores y por el poder coactivo que el Estado ejercía sobre la población. De esta forma, era cuestión de tiempo que los y las peronistas abrieran sus ojos: sin nuevos favores entregados por el gobierno, desarticulado el aparato propagandístico peronista y difundiendo la supuesta verdad sobre lo acontecido en la década previa, las clases trabajadoras abandonarían su antigua lealtad política al líder exiliado y se inclinarían por algunas de los otros partidos disponibles. Lo mismo se intuía que sucedería en los sindicatos. De esta manera, el antiperonismo gobernante actuó bajo la premisa de que no existían peronistas convencidos genuinamente de sus ideales, sino únicamente engañados y corruptos.

La desperonización implicó diferentes iniciativas y proyectos. Ya durante el gobierno de Lonardi se tomaron las primeras medidas, como la creación de comisiones investigadoras a lo largo y ancho del país para indagar sobre los casos de corrupción del gobierno depuesto, se quitaron los nombres de Perón y Eva Perón de lugares públicos (así como todas las denominaciones alusivas al peronismo), y se prohibieron y quemaron libros asociados al peronismo. Ahora bien, la verdadera radicalización de la desperonización llegó cuando Aramburu, secundado por los sectores de la Marina, arribó al poder. La primera medida importante que adoptó este nuevo esquema de gobierno fue la intervención y ocupación de la CGT. En las semanas siguientes, se sucedieron una serie de disposiciones que pretendían borrar de un plumazo todo el pasado peronista: se disolvió el Partido Peronista y la fundación Eva Perón, se derogó la Constitución Nacional sancionada en 1949, se detuvieron a cientos de peronistas y a quienes consideraban sus cómplices, se cerraron publicaciones afines al peronismo, se intervinieron asociaciones e instituciones como clubes deportivos, y se derrumbaron edificios enteros como el Palacio Unzué (antigua residencia presidencial).

La normativa que más lejos llevó la desperonización fue el tristemente célebre Decreto/Ley 4161, sancionado en marzo de 1956, que prohibía y penalizaba la mera mención de Perón o Evita, junto al uso de cualquier tipo de simbología peronista. Como parte de este proceso se proscribió al justicialismo, impidiendo a todo cuadro político peronista el ejercicio de cargos en la administración pública o presentarse como candidato a elecciones. Una situación similar se vivió en el ámbito gremial. De forma paralela, para que la población conociera el “verdadero rostro del peronismo”, se generaron productos culturales masivos, como libros y películas, pretendiendo imponer una mirada oficial sobre el pasado inmediato. De todas estas producciones, el libro más difundido y popular fue El Libro Negro de la Segunda Tiranía, un texto que buscaba difundir los excesos y actos corruptos que habrían sido cometidos por el gobierno depuesto, así como la moral corrompida de su régimen. La desperonización no frenó allí, sino que tomó caminos más siniestros y represivos, como el robo y el ultraje del cadáver de Evita, y la decisión infranqueable de Aramburu y Rojas de fusilar ciudadanos en junio de 1956, tras el fallido levantamiento del general Juan José Valle.

La cruzada antiperonista fue justificada por sus autores a partir de una lectura particular del pasado nacional. Escudados en una ideología liberal, desde las esferas del gobierno y círculos intelectuales afines postulaban que la historia argentina se entendía a través de tres grandes hitos donde la “libertad” se había impuesto a las fuerzas de la tiranía: en mayo de 1810, cuando comenzó el proceso de liberación de la metrópolis española; en febrero de 1852, cuando el “primer tirano” Juan Manuel Rosas fue derrotado en la batalla de Caseros; y en septiembre de 1955, cuando se concretó el golpe de Estado contra Perón. La historia nacional demostraría, según esta mirada, que nuevamente el país estaba en condiciones de abrir los ojos y despertarse de la pesadilla peronista.

Este proyecto desperonizador de la “Libertadora” no concretó su objetivo principal: el peronismo persistió como identidad política a partir de un proceso de luchas y disputas, que con los años adquirió tintes míticos en lo que dio a conocerse como la “resistencia peronista”. No obstante, el antiperonismo siguió enraizado en gran parte de la población argentina, y con él, la apelación constante a un “otro” político carente de toda legitimidad, comprendido como una enfermedad que es necesario eliminar del cuerpo político nacional. Ese sueño, el de erradicar al peronismo, sigue desvelando a los antiperonistas hasta hoy.