Rodolfo Ranni: recuerdos de la guerra, su película más oscura, por qué le dijo que no a MasterChef y qué piensa sobre la crisis del cine argentino

El legendario actor Rodolfo Ranni dialogó con El Destape en un mano a mano a pocos días para el estreno de La noche de la basura, su vuelta al teatro.

18 de abril, 2025 | 19.07

Rodolfo Ranni (87) es una de las leyendas del cine, la televisión y el teatro en Argentina. El otrora galán de telenovelas y protagonista de algunos de los mejores thrillers del cine argentino se sube a los escenarios el próximo viernes 25 de abril en un nuevo montaje del clásico La noche de la basura, de Beto Gianola, junto a Graciela Pal. En un extenso mano a mano con El Destape, Ranni adelanta su nuevo trabajo en teatro, repasa perlitas de sus roles más destacados y lanza reflexiones sobre su historia y la crisis de la cultura.

- Me parece admirable que con 87 años te subas una vez más a actuar en los escenarios…

El trabajo nuestro es muy particular: si a mí me duelen las piernas para subir la escalera, al personaje no le duelen; si yo tengo 41º de fiebre, cuando entro al escenario no tengo fiebre porque el personaje no tiene fiebre. Eso es lo bueno que nos protege a nosotros en el teatro. No pienso nunca en mis 87 años, pero los tengo, claro, y aunque me duelen un poco las rodillas, creo que seguir trabajando me mantiene joven. Además, yo tengo una una teoría y es que el futuro no existe. Lo que existe es el pasado. Cuando terminemos esta nota ya forma parte del pasado. Por lo tanto, cuando me preguntan “¿por qué sigue adelante?”, respondo que porque todavía tengo muchos pasados por vivir.

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- Quiero profundizar un poco más en tu teoría… si el futuro no existe, ¿no creés, por ejemplo, en otra vida más allá de la terrenal?

No lo sé con seguridad, nunca lo pensé… lo que sí creo mucho es en el Ave Fénix. Yo soy como el Ave Fénix, renazco de mis cenizas constantemente.

- Volvés al teatro con La noche de la basura, una obra que ya habías protagonizado en 2012. ¿Por qué volver a este texto?

La obra la hice hace más de 20 años con Ana Acosta y con Dorys del Valle, con mucho éxito. Desde la parte de la producción es muy conveniente montar La noche de la basura porque son dos personajes nada más, porque siempre están los problemas económicos atrás (risas). Y además la elijo porque, personalmente, me gustan muchísimo los personajes, tienen una cosa casi neorrealista. En esta oportunidad la voy a hacer con Graciela Pal.

Si bien debutamos en el Metropolitan el viernes 25 de abril, la idea es salir de gira con la obra. Haremos funciones en Olivos, Cañuelas, Morón, San Miguel… a mí me gustan las giras porque, como hablábamos al principio, me mantiene en movimiento y hay algo muy lindo de presentarse en los pueblos donde por ahí no hay más de 2000 personas, porque esa gente es muy agradecida cuando les llevás el teatro a la casa. Hay gente que no accede al teatro si no es así, ya que no tienen la posibilidad de viajar a Buenos Aires. También pasa algo muy lindo que es que la gente me trata como si fuera de la familia, porque hace tantos años que me ven y que estoy en el televisor de la cocina de sus casas… lo único que falta es que me regalen gallinas como se decía antes en los pueblos (risas).

“Me queda la imagen terrible de ver cadáveres flotando en el muelle cercano a mi casa”

- Naciste en Italia, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué recuerdos tenés de tu infancia?

Sí, yo nací en 1937 y la guerra empezó en el ‘39, pasé toda la guerra y la posguerra pero acá estoy. La verdad es que lo peor es la posguerra porque la guerra en sí es una cosa muy concreta: te cae la bomba y te morís, o te salvás. Yo pasé la guerra en el campo de mi abuelo, vivíamos frente al mar y todavía me quedan algunas imágenes terribles como cuando con mi hermano, por la ventana de nuestro cuarto, mirábamos el muelle y veíamos flotando cadáveres: si tenían atadas las manos con alambre de púa eran partisanos y si no tenían alambre de púa eran soldados alemanes muertos. Y uno los veía y era cosa de todos los días. Cuando sos chico no pensás si eso que te está tocando vivir es malo porque es tu realidad, y porque de pronto también ocurría que todos mis juegos de la infancia eran bélicos.

- El contacto directo con esas imágenes de la guerra te hacen madurar más rápido.

Sí, sin dudas. Después tengo algunos recuerdos muy tristes de mi familia como el día que unas primas fueron encontradas muertas abrazadas en el baño de su casa después de un bombardeo, o cuando a otro primo, que era marino, lo acribillaron en un cruce de camino. Yo era un chico y no podía analizar esto, eso recién vino cuando me hice grande. Aún así tuve una infancia muy feliz con mi abuelo y su bodega, con los conejos y los chanchos, con mis juegos y mis amigos.

- ¿Y cómo fueron tus primeros años en Argentina?

Los primeros años en la Argentina fueron una consecuencia de la guerra porque no fueron muy felices y encima cuando mis papás me hablaban de América, yo pensaba en Nueva York. Entonces, cuando entramos al puerto de Buenos Aires, después de un viaje en crucero de 35 días, lo primero que hice fue preguntarle a mi papá, “¿pero dónde están los rascacielos?”. Por cosas del destino tuve la fortuna de que me crié en la esquina del Kavanagh así que todos todos los días miraba para arriba. Al año de estar en Argentina murió mi padre y la vida se tornó triste de nuevo. Yo era el hermano del medio -tengo un hermano que me llevaba 5 años y yo le llevo 10 a mi hermana- y para ese momento lloraba todos los días pidiéndole a mamá que volviéramos a casa, pero nos quedamos en Buenos Aires.

Uno de esos días que iba en patines por la plaza San Martín, que en esa época no tenía baldosa sino alisado rojo, paré en una librería de la zona a comprarme una galletita Tita con una moneda de 50 centavos de plata, que me regalaba mi tío todos los domingos después de hacerme cantar canzonetas en los almuerzos familiares, y le pregunté al viejito del lugar si no necesitaba a alguien que lo ayude, ya que a mis 11 años y recién llegado a Buenos Aires buscaba alguna manera de ganarme unos pesos. “Mirá, yo acá no tengo baño pero hago pis en un tachito. Si vos venís todas las mañanas cuando vas a la plaza a patinar y tirás el tachito en la boca de tormenta, yo te pago”, me dijo y me preguntó cuánto quería cobrar. Mi respuesta fue “una galletita Tita”. Ese fue mi primer trabajo en Argentina (risas).

“No me gusta la parte social de mi trabajo, yo actúo y me voy a mi casa. Le escapo a la popularidad”

- ¿Cómo llegaste a la actuación?

A mí lo que me gustaba era cantar en realidad, y yo tenía una fantasía con eso.  Me preguntaba quién ganaba más plata en ese momento, si un cantante o un actor. En ese momento el cine argentino era el más importante de toda Latinoamérica, se filmaban entre 80 y 100 películas por año… y eso me impulsó a decir “voy a ser actor” cuando tenía 14 años. ¡Como si fuera fácil! Y un día volvíamos del cine con unos amigos, pasamos por San Martín y Córdoba, la Galería Pacífico, y vi un cartel que decía "próximamente gran teatro”. No creía que en un sótano pudiese haber un teatro así que bajé las escaleras y, en efecto, me encontré con un sótano infecto, lleno de ratas. Pero también me encontré con un señor que nunca supe bien quién era y con una situación mágica. Me acerqué a ese hombre para preguntarle si ahí iba a haber un teatro y me respondió que sí, que se iba a llamar el teatro “de los independientes”. “Si querés anotate y sos uno de los fundadores”, dijo y me anoté. Ese teatro es el actual Payró. Así empezó mi historia con la actuación.

Hasta ese momento yo era monaguillo en el Santísimo Sacramento y no tenía la más mínima idea de lo que era ser actor, más allá de lo que veía en las películas. Cuando empecé a ensayar, lo hice en una obra llamada 14 de julio, de Romain Rolland que era un autor del que no sabía nada. Por esa imprudencia se me ocurrió que era una buena estrategia de difusión poner un afiche de la obra en la Iglesia a la que iba los domingos a la mañana. En el atril se vendía el Observatorio Romano (hace referencia a un diario) con la cara de Pío XII y a mí se me ocurrió poner el afiche de la obra justo ahí, al lado de la foto de Pío XII… no tardó en armarse un despelote bárbaro, yo no entendía nada (risas). De pronto apareció el párroco y preguntó en voz alta quién había sido y me planté, muy orgulloso, para responderle que lo había puesto yo porque estaba haciendo teatro. “¿Tú sabés quién es Romain Rolland?”, lanzó. “Sé que es el autor de la obra que estoy ensayando”, le contesté envalentonado. Ahí el párroco me fulminó con la mirada, no sin antes decirme: “Romain Rolland es el artífice del comunismo”. Todo porque había puesto el afiche al lado de la cara de Pío XII (risas).

- Si el teatro es un espacio de liberación artística, ¿en la televisión encontraste la popularidad?

El teatro es la esencia de la actuación, la televisión es la continuidad y el cine es la magia. Lo que en el teatro te cuesta media hora, en el cine se resume en un primer plano de mirada. Son expresiones artísticas muy diferentes la una de la otra… pero volviendo al tema de la popularidad, trato de mantenerme alejado de ella. No me interesa mucho la parte social de mi trabajo, actúo y me voy a mi casa. No me gusta quedarme para las fotos y autógrafos, me voy corriendo.

- Pero pienso que trabajos históricos como, por ejemplo, la tira Los Machos significaron un momento de exposición resonante en tu carrera. De pronto eras un galán, un sex symbol…

Eso es cierto, en esa época pasaba mucho. Lo viví con Los Machos y también con Muchacha italiana viene a casarse, telenovela que hice en 1969 durante tres años, 1000 capítulos. Yo era el galán, pero no me la creía. Y por eso es gracioso cuando las personas tienen una proyección romántica de lo que es uno, que piensan que soy los personajes de mis novelas. Una vez me pasó que entrando a una carnicería -en bermudas, remera y con unas alpargatas sucias de bosta de vaca- escucho como dos señoras paquetas hablan de mí y una le dice a la otra “mirá, es Ranni”, a lo que la otra mujer se da vuelta, me mira de arriba a abajo y suelta “¡que va a ser Ranni!” (risas). A lo mejor, en su fantasía, ella pensaba que yo iba a la carnicería en smoking.

- Quiero preguntarte sobre mi película favorita de tu carrera, En retirada. ¿Cómo llegás a ese proyecto de Juan Carlos Desanzo?

Yo estaba en casa de Juan Carlos y la idea original de En retirada estaba pensada más como el cine italiano y se iba a tratar de un hombre que nunca había trabajado en otra cosa más que eso (en la película, “El Oso” es un integrante de “un grupo de tareas” de la dictadura cívico militar) y de pronto viene la democracia y se queda sin laburo. La historia era otra, pero después la reformaron en un policial bastante más duro. En primera instancia, el personaje iba a ser un tipo aparentemente normal, con una familia y amigos, que laburó de eso todo el tiempo y de pronto se quedó sin laburo porque con la democracia y la libertad ya no tenía que matar a nadie. La idea después se transformó en la película maravillosa que hicimos y se armó el personaje de “El Oso”, oscurísimo.

- En retirada tiene una escena fuertísima, que es cuando “El Oso” tiene sexo con el personaje de Edda Bustamante. ¿Cómo fue el detrás de cámaras de esa parte de la película?

Con Juan Carlos teníamos una manera de trabajar el repentismo en la que no se hablaba demasiado de la escena… Esta escena que marcás vos es muy violenta, porque hay una trompada y es un sexo incómodo, poco sensual, pero la verdad es que no hubo mucho análisis sobre ella al momento de rodarla más que ensayarla un par de veces e ir probando cosas.

"Están matando el cine"

- ¿Qué lugar ocupa la cocina en tu vida?

Uno importante, sin dudas. Me gusta mucho cocinar, tiene que ver con el arte y la sensibilidad. No se puede cocinar sin amor. Y lo que sí hay que hacer, y recomiendo a los nuevos chef, es no tener el celular en la cocina porque se les van a quemar unas cuantas tortillas. Le pasa a mi hija que es una gran chef… hay que tener cuidado.

- ¿Cómo aprendiste a cocinar?

Aprendí viendo a mi abuela, a mi mamá y a mi papá, que era un gran chef. Es algo que está en mis genes, vengo de familia de gastronómicos. Después, pasó que en la tira Los Machos mi personaje cocinaba y cuando terminábamos de grabar en El Trece yo me iba a ver el programa de Arguiñano (Karlos). Después de Los Machos me ofrecieron hacer el programa de cocina porque Arguiñano se iba y acepté con gusto. Esa experiencia me gustó porque hacía de cocinero, estaba actuando, y me permitió vivir en España. Yo Ranni no cocinaría en televisión ni loco, ya me han llamado para MasterChef y siempre digo que no. La verdad es que en MasterChef me pagaban bastante más de lo que ofrecían…

Creo que los que aceptan ir a MasterChef lo hacen porque no hay ficción y necesitan trabajar. Y está bien, pero no es una cosa que estéticamente me seduce. Además, hay cada chanta cocinando en televisión…

- Recién mencionaste la falta de ficción en Argentina así que me das el pie exacto para preguntarte qué opinión te merece el desguace que está sufriendo el INCAA.

Eso es histórico. No sé porque se la agarran con el INCAA. Ahora bien, en las campañas políticas todos se quieren sacar una foto con un actor. Me duele porque en Argentina no se toma al cine como una industria: Fellini no es Fellini solo. Es Fellini porque hubo una industria detrás que lo acompañó. En el Gobierno dan muchas explicaciones, pero yo les pido que no maten el cine. Están matando el cine.

La noche de la basura se estrena el próximo viernes 25 de abril a las 20.15 horas en el teatro Metropolitan (Avenida Corrientes 1343, CABA).