Islas Malvinas, una marca profunda y con raíces en el deporte argentino

El rugby y el fútbol, entre otras cosas, están marcados a fuego por las Islas Mavinas y lo ocurrido el 2 de abril de 1982.

01 de abril, 2025 | 13.10

El sábado 3 de abril de 1982, apenas horas después de que el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri anunció el desembarco en Malvinas, la selección argentina de rugby lograba una de sus victorias más históricas: primer triunfo ante los Springkboks, la selección de Sudáfrica, el país que a partir de una gira mítica de 1965 había sido padre en el lanzamiento internacional de Los Pumas. El resultado fue de 21-12, veintiún tantos del legendario Hugo Porta. Y Los Pumas jugaron bajo el apodo de “Sudamérica XV”, un disfraz utilizado para burlar la resolución de las Naciones Unidas que prohibía competir contra el régimen racista, el apartheid sudafricano, la rica minoría blanca que oprimía a la mayoría negra. Pero allí estaban Los Pumas, confirmando aquello de que el deporte, muchas veces, suele vivir en un subterráneo. En su mundo propio. La juguetería dentro del gran shopping. 

Ese mismo sábado, dos argentinos competían en la elite del deporte y lo hacían en territorio británico. El primero era Oscar Larrauri, en el circuito de Donington, por el campeonato europeo de Fórmula 3 que ese año terminaría siendo suyo, todo un acontecimiento luego de que, un año antes, Carlos Alberto Reutemann, anunciara su retiro de la Fórmula 1. El más importante era el segundo caso: Osvaldo Ardiles. Campeón mundial con Argentina en 1978, a dos meses de jugar el Mundial de España 82, Ardiles jugaba ese sábado la semifinal de la Copa de la Asociación (FA Cup).

 

Los hinchas del local Aston Villa (hoy el equipo del Dibu Martínez) silbaron cada una de sus acciones. Los del Tottenham (hoy del Cuti Romero) lo ovacionaron. Un argentino ovacionado en plena guerra en un estadio inglés. Solo posible en el deporte. En su mundo de ídolos. De olvidos y perdones fáciles. Pero también de lealtades eternas. Ardiles, sin embargo, supo ver ese mismo día que su mundo, como escribió años después en sus memorias, “colapsaría”. Un primo suyo, aviador, fallecería en Malvinas. Ardiles se fue a jugar a Francia, volvió a Inglaterra, con sicólogo incluído, pero ya nada sería igual. 

Releo las crónicas de Los Pumas, Larrauri y Ardiles en “El Gráfico y las Islas Malvinas. Periodismo deportivo en tiempos de guerra”, un buen libro del periodista Alfredo Bernardi focalizado en la tradicional revista de Editorial Atlántida, la misma de “Gente”, “Somos” y “Para Ti”, todas defensoras de la dictadura. Para evitar su derrumbe, el régimen apeló a la gesta de Malvinas. Terminó siendo un búmeran que, en rigor, no hizo más que precipitar la caída. La conquista del Mundial 78 no le sirvió a la dictadura para decirle al mundo que los argentinos eramos “derechos y humanos”. Y Malvinas fue el pelotazo en contra definitivo. La pretensión de que la Patria era la dictadura. 

La rendición en Malvinas fue casi simultánea con la derrota en el debut en pleno Mundial de España de 1982, la Copa a la que Argentina llegaba como favorito, pues al plantel campeón de 1978 se sumaban Diego Maradona, Ramón Díaz y Jorge Valdano. Este último le preguntó a Menotti que debía hacer con un instructivo que le había dado la dictadura a todo el plantel con respuestas guionadas para cuando la prensa internacional preguntara sobre Malvinas. “Responda lo que su conciencia le dicte”, le dijo Menotti a Valdano.  Alguna vez se dijo que el fútbol podía ser interpretado como “una continuación de la guerra pero por otros medios”. En aquellos días de 1982 no había metáfora posible. Guerra y fútbol al mismo tiempo. Y la derrota, sabemos, fue doble.

En el juego a veces liviano del periodismo deportivo los titulares de cuatro años después, México 1986, decían que, por fin, Diego, con su doble gol, el gol del siglo y La Mano de Dios, había vengado Malvinas. Una comparación imposible. Como si la guerra fuera un partido. Como si los muertos fueran un gol. Pero el colega Andrés Burgo, en su hermoso libro “El Partido” (Argentina 2 – Inglaterrra 1), habló con soldados que combatieron en Malvinas. Y ellos le dijeron el sabor especial que realmente significó para ellos aquel triunfo. Porque era ridículo pretender una victoria militar ante Gran Bretaña y sus aliados. Pero no un triunfo deportivo. Ese deporte que puede vivir en un subterráneo, es cierto. Y ese subterráneo que, muchas veces, en plena tormenta, puede servirnos de refugio