Al Hilal, dinero árabe que no precisó comprar a un club europeo (Qatar-PSG), trasmitió a través de su propia TV (DAZN), el golpe verdadero del Mundial de Clubes de la FIFA. Arabia Saudita había dado un golpe en el Mundial de selecciones de Qatar, cuando le ganó a la Argentina en su debut, pero fue eso y no mucho más. Al Hilal eliminó anoche al todopoderoso Manchester City de Pep Guardiola.
Puede ser el inicio de la promoción de Arabia Saudita para el Mundial que organizará en 2034. Solemos, de una foto, hacer una película entera. De un partido, definir a un “equipazo”. Y de una derrota inesperada “el fin de una era”. No es nuevo. Pero creció en estos tiempos más acelerados. En los que gana el impacto de la afirmación antes que el análisis. Siempre fue más tentador (y más fácil) el atajo del “blanco o negro” antes que la complejidad del gris. Así, apenas se jugaron los primeros partidos de la Copa Mundial de Clubes de Estados Unidos, la sentencia, firme, estableció que “el fútbol sudamericano le compite de igual a igual a Europa”. Los partidos siguientes demostraron que no era Sudamérica sino Brasil, que clasificó primero a sus cuatro representantes y ahora colocó en cuartos de final a Palmeiras y a Fluminense.
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Y anoche Al Hilal demostró ante el City que esa competitividad no es patrimonio brasileño. Que su dinero fácil, y sin topes salariales, puede revelarse superior al sistema más centralizado de la MLS de Estados Unidos, que sí fija en cambio límites presupuestarios a los clubes. El Inter de Leo Messi fue humillado por PSG. Al Hilal, en cambio, noqueó al City. ¿Se sumará a las sorpresas hoy el mexicano Monterrey cuando enfrente a Borussia Dortmund?
Todavía falta para el final, pero el Mundial no terminará siendo la hegemonía europea que se había pronosticado. Esa Champions que casi todos habíamos imaginado, solo que jugada bajo calor extremo, en estadios a veces raleados, partidos que se suspenden apenas amenaza tormenta y con esa onda de show Made in USA que amenaza con repetirse en el Mundial de selecciones de 2026. Como sea, y por mucho que le atraiga el debate al mundo de las redes, un torneo de verano pomposamente llamado Mundial de Clubes jamás será el mejor parámetro para obtener nuevas y tajantes conclusiones sobre quién domina en el fútbol mundial. Afirmar, por ejemplo, que “este Mundial está demostrando que la Champions es una mentira”.
Con el interés que aumenta en partidos de eliminación directa, y duelos más parejos, el Mundial, pese a todas sus críticas, parece haber llegado para quedarse, con la FIFA de Gianni Infantino dispuesta a venderle el alma del fútbol al diablo. Es un diablo que la fortalece con dineros nuevos (Estados Unidos, Arabia Saudita, Qatar). Y que le permite a Infantino no quedar sometido al poder de la vieja élite europea en la batalla geopolítica por el dominio de la pelota. La fiesta de Al Hilal en el partidazo anoche contra el City fortalece esa pretensión. En Argentina, el Mundial de Clubes se nos esfumó rápido, con River y Boca que ilusionaron en el inicio pero terminaron despidiéndose en primera rueda. Nuestro fútbol quedó viejo. Expuesto ante otro fútbol que desde hace tiempo comenzó a jugar más rápido, con más técnica. Y no fue solo la lentitud, sino también la tontera de suponer, en los momentos de impotencia, que se podía jugar en el escenario internacional tal como jugamos en casa. Perdiendo tiempo, protestando y peleando. La nueva globalidad nos dejó desnudos.
No fue igual para el fútbol de Brasil. Palmeiras-Botafogo libraron en octavos un choque brasileño cerrado, peleado, y también emotivo. Palmeiras más agresivo, ganó bien. El duelo confirmó dos cosas: que el fútbol brasileño, con más dinero, crece comprando jugadores talentosos de países vecinos, Argentina incluída. Antes nos sacaba promesas Europa. Ahora se suma Brasil.
Y, segundo, que esa bonanza económica de Brasil no está ligada al hecho de que su fútbol acepta clubes SAD, como pretendió imponer aquí el gobierno de Javier Milei y copiaron algunas de sus “repetidoras”. Peor aún, el único SAD (SAF en Brasil) de los cuatro clasificados, Botafogo, expuso bien rápido el lado oscuro de ese modelo: su esquema de multipropiedad estalló estos mismos días en crisis con sus clubes de Francia, Bélgica e Inglaterra. Y, apenas después de la derrota contra Palmeiras, su patrón estadounidense, John Textor, despidió al DT portugués Renato Paiva. Dijo que quiere un técnico más ofensivo. Una semana antes lo había abrazado y besado en plena entrevista en el campo de juego, tras la victoria histórica de primera fase contra PSG, campeón de la Champions. El modelo SAD, pues, repite los mismos viejos vicios del fútbol de siempre. Cero “superador”. Cero proyecto sólido. Como siempre, todo depende de ganar o perder. Al DT Renato Gaúcho lo habrían vuelto a cuestionar por su juego avaro. Pero Fluminense fue efectivo en su avaricia y eliminó al Inter de Lautaro Martínez.
Como sea, las seis Libertadores seguidas y los cuatro equipos clasificados a octavos del Mundial son demostración clara de que el fútbol de Liga de Brasil está un escalón por encima del argentino. Su campeonato de veinte equipos y cuatro descensos directos genera fuerte competencia, emoción y espectacularidad. La exigencia, lejos de generar miedo y más especulación, como bien podría haber sucedido, elevó el nivel del juego. Lo hizo más audaz. Mucho más “vendible”. Y eso no tiene nada que ver con la ventaja natural de una economía de país más grande y más federal, como lo es Brasil. Tiene que ver con el fútbol.
Europa, opuesta inicialmente, pero con sus clubes rendidos luego al dinero de Infantino, no perderá su cetro. La Champions no dejará de ser el mejor torneo de clubes del mundo. Pero ese fútbol pasará a competir ahora todo el año. Sin descanso tras una temporada agotadora, jugando al mediodía y con casi cuarenta grados de calor. Y que gane el que resista mejor.