El mismo día en que se informó que la inflación, fundamentalmente impulsada por los alimentos, alcanzó un inesperado 3,7 por ciento mensual a pesar de las anclas salarial y cambiaria, el gobierno hizo una presentación festiva del absoluto fracaso de su programa económico. La estrategia discursiva fue mostrar al nuevo endeudamiento externo multimillonario y a la nueva devaluación de la moneda como una alegre “liberación” del cepo y un “nuevo esquema cambiario”, la famosa flotación entre bandas similar a la de 2018, ambas medidas a pedido y en el contexto de un nuevo acuerdo con el FMI, que siempre se impone.
Superando la literatura fantástica, tanto el ministro Luis Caputo como el presidente Javier Milei hicieron un balance de la evolución del programa económico y, sin ruborizarse, repitieron al unísono que desde diciembre de 2023 existieron mejoras en salarios y jubilaciones, dicho esto en una economía en la que el dato central para esta porción de la población, asalariados y jubilados, fue un profundo desplome del consumo. Y dicho además por un gobierno que no convalida aumentos salariales en paritarias. En tanto, la protesta social que comienza a catalizarse fue leída en términos de una presunta conspiración opositora. La caricatura avanza, hasta el punto de la emoción ministerial a la hora de los agradecimientos a los cómplices.
Pero la realidad tiene otros componentes: el modelo de La Libertad Avanza fracasó y, para no volar por los aires, el gobierno debió recurrir a dos medidas centrales: endeudamiento y devaluación. Si no se supiese que el FMI es una institución esencialmente política antes que técnica, sorprendería la profunda irresponsabilidad del organismo, que sigue aumentando la insustentabilidad de la deuda argentina con el solo objetivo de sostener el proyecto de las clases dominantes locales. Pero no lo hace directamente por ellas, sino por dos razones concurrentes. La primera, como suele repetirse en este espacio, porque la gran burguesía local funciona como clase auxiliar de las hegemónicas de los países centrales, esas para las que el Fondo es un instrumento. Y segundo por propia supervivencia, dado que Argentina es su principal acreedor esta de alguna manera compelido, como mínimo, a refinanciar vencimientos. Seguramente dentro de unos años, cuando se evalúen nuevamente los resultados ex post del endeudamiento presente, el directorio del FMI haga la autocrítica de decir que todo fue para evitar una crisis peor. Y quizá tenga razón.
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La segunda medida fue que, contra todas las promesas, desde el Presidente hasta el último de los funcionarios, también se formalizó la devaluación que ya adelantaba la brecha entre el dólar oficial y los paralelos, es decir entre el 20 y el 25 por ciento según a cuánto cotice la divisa esta semana. No deben esperarse grandes presiones. Contar con 20 mil millones de dólares adicionales es un aliciente para recuperar la “confianza de los mercados” que venía en picada, mucho más cuando a partir del lunes los particulares podrán comprar todos los dólares que quieran.
Luego viene toda la sarasa, presuntamente técnica, sobre la relación entre reservas y base monetaria ampliada, sobre la inflación como fenómeno monetario, sobre “el saneamiento de la hoja de balance” del Banco Central o sobre la insólita toma de deuda que no aumenta la deuda, que repitieron tanto el Ministro como el Presidente, y que solo cumplieron la función de marear al espectador no iniciado. El dato de fondo es que seguir utilizando al dólar como ancla inflacionaria se consigue solo con dólares. Y si no se juntan dólares propios se debe recurrir al endeudamiento. Solo en esto consiste la poco sofisticada “fase 3” del programa, la de D + D, deuda y devaluación. Lo que se negoció con el FMI, entonces, fue que a cambio de otra carretada de miles de millones de dólares, que pesará sobre las espaldas de las futuras generaciones, se dejará devaluar un poco la moneda vía la flotación sucia, lo que en un tiempo no muy distante dejará a la divisa cerca de la banda superior.
Con los nuevos dólares disponibles, entonces, el gobierno apostará a sostener la cotización por debajo de los 1400 pesos unos meses más. El plan, que intenta presentarse como una transformación fundacional, no puede ser más cortoplacista: intentar llegar a las elecciones sin que se escapen todas las variables. Pero el detalle es que D +D, más deuda y devaluación, significa que las variables ya se escaparon. Como la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno de precios básicos, y como el principal precio básico de la economía local es el dólar, se asistirá a un nuevo salto inflacionario, aunque sin olvidar que el nuevo valor para el dólar ya comenzó a descontarse, vía expectativas de devaluación, desde comienzos de año.
Como siempre sucede tras las devaluaciones, la suba se compensará a posteriori con la caída de la demanda. Los lectores conocen la dinámica. La devaluación se trasladará más rápidamente a precios que a salarios. Ni el gobierno convalidará paritarias que a su juicio parezcan excesivas, es decir por encima de la inflación, ni el nuevo contexto recesivo permitirá recomponer ingresos. El dato “positivo”, por decirlo de alguna manera, será que al frenarse la recuperación económica de los últimos meses de 2024 se frenará también, parcialmente, la suba de importaciones y habrá un leve aliciente para los exportadores que, se supone, ahora serán menos renuentes a liquidar.
La duda que resta es qué sucederá con la popularidad del gobierno, ya en contracción en los últimos meses. Los asalariados y las clases medias en retroceso que soportaron la motosierra en 2024 lo hicieron con la esperanza de que 2025 sería el año en que se cosecharían los esfuerzos. Sin embargo, ahora no tardearán en advertir que la carestía se extenderá más de lo esperado. El descubrimiento de que se aleja el consuelo para tanta esperanza puede ser duro. Para Luis Caputo, sin embargo, no parece haber de qué preocuparse, en su presentación del viernes afirmó que no le interesa el salto cambiario. Repitió que si se hacen las cosas bien solo pueden esperarse resultados positivos. Y contra viento y marea, el Ministro está convencido hasta las lágrimas de que lo está haciendo bien, maravillas de la ideología.