Con la magnificencia del Kremlin como escenario, los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping enviaron un mensaje inequívoco al mundo: “la humanidad está en el camino hacia un nuevo orden internacional y nosotros sabemos cómo guiarla”.
El mensaje fue dado en varias etapas y diferentes dimensiones. Primero fue el jueves 8 de mayo. Mientras en Roma se conocía el nombre del nuevo Papa, León XIV, en Moscú, Putin y Xi caminaban, con paso firme, sobre una larguísima alfombra roja con ribetes bordados en hilo de oro y que atravesaba de punta a punta el imponente salón del palacio. Cada líder había partido de un extremo y se encontraron en el centro para estrechar sus manos derechas.
Frente a una Europa desorientada que sólo ve el belicismo como salida para su crisis y un Donald Trump, bombardeado por la oposición demócrata, que apenas saca magros resultados de sus decisiones estentóreas, los presidentes de Rusia y China anunciaron -sin palabras- que han decidido ocupar el centro de una nueva arquitectura mundial.
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No por casualidad eligieron como marco la conmemoración de los 80 años de la derrota del nazismo y de Adolf Hitler, un momento también de mutaciones profundas en el contexto mundial, un período caótico y desordenado que reclamaba nuevas reglas y estructuras. Así nació el orden mundial que hoy tambalea.
Ese jueves, en víspera de los actos en la Plaza Roja, Putin y Xi reforzaron su mutuo respaldo y se declararon no sólo los custodios de la estabilidad estratégica del planeta sino también los guardianes de la memoria histórica. Apuntaron así contra la batalla cultural que, desde hace décadas, Estados Unidos y la Europa occidental llevan a cabo para borrar de la Historia la decisiva actuación soviética en la derrota de Hitler y la de China contra Japón en el frente Pacífico.
Moscú y Beijing han decidido pelearle el monopolio de la memoria histórica a Hollywood e instalar una nueva narrativa de la guerra que ellos considera más justa. Sobre todo en el caso de China, totalmente ninguneada desde 1945 en cuanto a su papel en la Segunda Guerra Mundial.
Putin lo dejó claro ese mismo jueves, en el encuentro que ambos líderes tuvieron por la tarde. “La Unión Soviética perdió unos 27 millones de personas mientras que, en China, las víctimas fueron cerca de 37 millones entre soldados y civiles”. Así, el presidente ruso buscó reparar la distorsión histórica sobre los acontecimientos en Asia, difundiendo las cifras recabadas por Beijing y no las de la “historia oficial” occidental que habla apenas de 20 millones de víctimas chinas.
En la guerra por la hegemonía del discurso histórico, Donald Trump también jugó. El miércoles 7 reivindicó el 8 de mayo como festejo, en EEUU, del “Día de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial” y el 11 de noviembre el de la “Victoria de la Primera Guerra Mundial” (1914-1918), en un claro divorcio con los europeos.
La extrema desorientación geopolítica de Occidente quedó expuesta como nunca. Trump, con su afán de ser siempre “el ganador” (aunque en 100 días al mando no logró cerrar ningún acuerdo de los anunciados pomposamente en su primera semana de gobierno), deja de lado a los europeos. Y la Unión Europea, a la deriva, más que poner el foco en sus propias memorias, se centró en castigar a los líderes del bloque que aceptaran la invitación de Putin para ir a Moscú.
Sin permiso
“Hoy, ante las tendencias negativas, las acciones unilaterales y el dictado del poder en el mundo, China y Rusia están dispuestas a asumir una responsabilidad especial como gran potencia mundial”, dijo Putin en la reunión entre ambos, cuando la prensa estaba presente. “Desarrollamos nuestros lazos en beneficio de los pueblos de ambos países y no en contra de nadie. En el contexto de una situación geopolítica compleja y de incertidumbre global, la alianza política exterior entre Rusia y China es el factor estabilizador más importante en la arena internacional”.
En el mismo sentido Xi subrayó que la alianza con Rusia es “una opción vinculante para lograr nuevos éxitos en la propia prosperidad de ambos países (…) y responden a la llamada de nuestro tiempo a defender la justicia internacional”.
Ambos priorizaron el diálogo global, la integración y el rediseño de las reglas en el marco de las Naciones Unidas, los BRICS y la Organización para la Cooperación de Shangai. Con total firmeza pero sin nombrar a la Casa Blanca, China subrayó estar en contra de cualquier forma de hegemonía o presión unilateral.
Criticaron la expansión de la OTAN, a las sanciones económicas y a las barreras comerciales. Haciendo referencia explícita a EEUU afirmaron “la intención de ampliar la cooperación y la coordinación para contrarrestar con firmeza la política de Washington de ‘doble contención’ de Rusia y China”.
Entre las propuestas sino-rusas se destacan: renunciar a la mentalidad de bloques, propia de la Guerra Fría; oponerse al renacimiento del nazismo; y adoptar una nueva arquitectura internacional que refleje el nuevo balance de poder entre todos los miembros de la comunidad global, en el siglo XXI.
El viernes 9, en el acto por la victoria de la Gran Guerra Patria (como se conoce en Rusia la derrota al nazismo), Xi estaba sentado al lado de su par ruso. De los 13 contingentes extranjeros que desfilaron, el de China fue el más numeroso. También marcharon las tropas de Corea del Norte que combatieron, en las últimas semanas, en la región de Kursk contra las fuerzas ucranianas.
Entre una treintena de altos dirigentes que acompañaron la conmemoración en la Plaza Roja, se encontraban los presidentes latinoamericanos Lula da Silva (Brasil); Nicolás Maduro (Venezuela) y Miguel Díaz Canel (Cuba). Desafiando la prohibición de la Unión Europea, también fue al acto el premier de Eslovaquia, Roberto Fico.
Estuvieron además Alexandar Vucic, líder de Serbia (fuerte aliado de Rusia), cuyo avión tuvo que dar vueltas en el cielo porque los países bálticos no le permitían pasar por su espacio aéreo, y el presidente interino de Burkina Faso, un joven líder anticolonialista y popular, que revertió, fuertemente, la dominación de Francia y de EEUU en su país.
En su discurso en la Plaza Roja, Putin reiteró las líneas políticas que se ha trazado Rusia para su futuro. Consideró que el legado de los antepasados rusos es “proteger la patria, defender los intereses nacionales, la cultura y los valores tradicionales y estar unidos”. Reconoció el papel de “los aliados” (sin nombrar a ninguno) en la derrota de las tropas hitlerianas. Sí, en cambio, destacó que, gracias al esfuerzo conjunto de la Unión Soviética, “el valiente pueblo de China” y otros se logró vencer a “la militarista Japón y sus satélites”.
La acción coordinada que quieren implementar Putin y Xi para organizar el actual caos global no es sencilla. Ambos están dando pasos cada vez más acelerados, aprovechando el desconcierto occidental y las desinteligencias entre Washington y sus aliados. Se apoyan en la creciente fuerza de los BRICS y de Eurasia.
El próximo martes 13 habrá, en Beijing, una importante Cumbre de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) con China, de la que, lamentablemente, Argentina no será parte. El presidente Javier Milei también sufre de desorientación geopolítica. Habrá que estar muy atentos porque allí se discutirá cómo el Sur Global podrá avanzar en el diseño del nuevo mundo.