La escena ocurrió en Washington, pero bien podría haber sido en Casa Rosada, como lo imaginó Fernando Ayala en la película Plata Dulce, de 1982. Kristalina Georgieva, directora gerente del Fondo Monetario Internacional, se calzó un pin con una motosierra y sonrió para la foto. A su lado, Federico Sturzenegger — ejecutor entusiasta de la herramienta — celebró la postal como un triunfo político.
"Gracias Kristalina por lucir la motosierra en la solapa", publicó el ministro de Desregulación y Transformación del Estado. El símbolo del recorte fiscal y la poda estatal se convirtió en souvenir de campaña.
"Es muy importante que no descarrile la voluntad del cambio", advirtió Georgieva con tono maternal, como si se tratara de una directora de colegio hablando sobre un alumno revoltoso. La frase tenía destinatario y fecha: el electorado argentino y las legislativas de octubre. Fue un mensaje a dos bandas. El Fondo no solo audita las cuentas, también direcciona el rumbo del gobierno en el que invirtió 20 mil millones de dólares para alfombrar el camino electoral.
El organismo tomó el control de la Argentina para evitar que se repita la historia de hace un lustro, cuando le entregó 40 mil millones de dólares a Mauricio Macri como aporte de una campaña que terminó en derrota. Entonces, como ahora, en Estados Unidos gobernaba Donald Trump, el gestor de esos desembolsos extraordinarios con los que Estados Unidos busca sumar otra estrella tácita a su bandera de estados asociados. La anexión de Argentina, el sueño húmedo de un sector de la élite local proclive a dispararse en el pie, viene con una serie de requisitos innegociables. El principal: mantener al país como proveedor de materias primas, sin opción al desarrollo ni a la autonomía funcional.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
El miércoles, mientras en la Argentina la policía ejecutaba el rito semanal de golpear jubilados, el ministro de Economía Luis “Toto” Caputo rindió el primer examen post acuerdo en las Reuniones de Primavera del FMI y el Banco Mundial, y desgranó ante inversores y burócratas del hemisferio norte el programa económico que Argentina se comprometió a profundizar: más ajuste, más reformas regresivas y más concesiones.
“Vamos a avanzar con la reforma tributaria, las retenciones, el impuesto al cheque, la coparticipación”, dijo Caputo en un foro del JP Morgan. El campo va a pagar menos, las provincias van a recibir menos, las pymes van a padecer más carga y los sectores populares van a pagar la cuenta, tradujo la audiencia, deseosa de subirse al “carry trade” recargado con los fondos frescos del FMI.
MÁS INFO
Todo está escrito. El contrato colonial que el Gobierno firmó con el Fondo es Triple X. A cambio del préstamo, el país se compromete a desmantelar su estructura productiva, achicar el Estado, entregar empresas públicas y reducir la asistencia social.
El “memorándum de entendimiento” recrea el manual del Consenso de Washington, aggiornado a las necesidades energéticas, mineras y comerciales del presente. Reforma previsional, privatización de empresas estratégicas, desregulación energética y déficit cero son objetivos explícitos de la gobernanza tercerizada al FMI. Los intereses directos de EE.UU. también están precisados en el documento oficial.
“Mejorar los riesgos transfronterizos”, dice el contrato con el Fondo, un eufemismo que el Departamento de Estado traduce como fijar límites a la relaciones geopolíticas de los países pupilos. No es un secreto que EE.UU. pretende cortar todo lazo de China en la región. Y que, con pocos aliados a la vista, piensa en Argentina como cuña para desarmar el vínculo cada vez más estrecho entre el gigante de Asia y América Latina.
Lo dijo con todas las letras Mauricio Claver-Carone, el hombre designado por Trump para tratar con Sudamérica. “Queremos que se termine esa línea de crédito que Argentina tiene con China”, reclamó el funcionario, en relación al Swap. Hace un año, la prórroga de ese acuerdo de monedas evitó que Argentina ingresara en zona de default. Con paciencia milenaria, el gobierno de Xi Jinping renovó este año otra vez el pacto para aliviar la presión sobre las arcas en rojo del Banco Central. Pero aún así el gobierno amaga con romper el vínculo o, cuanto menos, entregar en el altar del Fondo algunos de las inversiones estratégicas que, con distinto grado de avance, China tiene en el país.
Las más preciadas son las represas Kirchner y Cepernic. Hace tiempo que EE.UU las incluyó entre las inversiones chinas que considera “críticas” para sus intereses en la región. En 2024, la generala del Comando Sur, Laura Richardson, incluyó un sobrevuelo por las represas entre otros avistajes de desarrollos chinos en la Argentina. En pocos días pisará suelo nacional el almirante Alvin Holsey, quien reemplazó al frente del Comando a Richardson, célebre en estas pampas por haberse referido a los minerales argentinos como recursos propios y por entonar el himno de Estados Unidos junto al presidente Milei en Tierra del Fuego, a 400 kilómetros de las Islas Malvinas, un 4 de abril.
Otra evidencia del proverbial desprecio de Milei por cualquier noción de soberanía.
Si algo faltaba para confirmar la subordinación absoluta del gobierno argentino a los designios de Washington, fue la intervención de Scott Bessent, secretario del Tesoro de Estados Unidos: “Argentina es un buen ejemplo. Estuve allí para demostrar el apoyo de Estados Unidos al FMI. Las reformas emprendidas son una de las contribuciones más importantes del FMI a una economía mundial equilibrada”, apuntó el funcionario esta semana, en los mismos cónclaves donde Caputo se comprometió a interpretar la partitura del Fondo.
Las pretensiones se expresan y ejecutan a cielo abierto. Un gobierno de derecha, que se presume y suele posar de nacionalista, vuelve a ser quien protagoniza y celebra la entrega del país. No hay nada nuevo bajo el sol de mayo: arropados en la bandera y las insignias nacionales, esa amalgama de uniformados, empresarios y políticos que se llenan la boca de consignas patrioteras llevan dos siglos entregando los recursos naturales a potencias extranjeras y mutilando las posibilidades de desarrollo nacional.
Es el gran asunto pendiente del campo popular: dejar de mimetizarse con esa élite cada vez que llega al poder y emprender en serio una transformación que erradique para siempre a esa runfla antipatria que, de nuevo, entregó el futuro de varias generaciones de argentinos en el altar del FMI.