Durante la presidencia de Néstor Kirchner se repetía un mantra: volver a ser "un país normal". Luego de la interminable recesión iniciada en 1998, que explotó con el trauma de la larga crisis de 2001-2002, el anhelo no era por grandes transformaciones, solamente una aspiración sencilla, la normalidad. La serena calma después de la tormenta.
La sociedad se había agotado de otra constante de los años '90: el ajuste permanente y la promesa inalcanzable de un futuro venturoso que nunca se volvía presente. Había hartazgo por el ajuste y, especialmente, por la constante injerencia extranjera en los asuntos internos. Durante años las medidas más antipopulares se habían hecho pasar mediante una fórmula estándar, "es lo que pide el FMI". Llegando al fin de siglo se sumó otra: "¿Y qué querés? Es lo que pasa cuando estás endeudado".
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Por eso la primera década del nuevo siglo fue un verdadero oasis. La normalidad estaba al alcance de la mano. Fueron años de recuperación, de crecimiento acompañado por la suerte de los buenos precios internacionales, de superávits gemelos y de lento ordenamiento macroeconómico. Se consiguió renegoció el inmenso endeudamiento heredado, se fletó al FMI previo a dejar en cero las cuentas y hasta se consolidó el inicio de un proceso de desendeudamiento. Fue una década larga de estabilidad y mejora permanente que ningún proyecto neoliberal jamás conseguiría.
Por supuesto hubo contradicciones. No se avanzó lo suficiente en la transformación de la estructura productiva para alejar el estrangulamiento externo y se tensionó, quizá en exceso, la puja distributiva. Quizá aquí estuvo la raíz de la imposibilidad, entre las clases dominantes, de construir un nuevo consenso sobre el modelo de país para el largo plazo, la gran desgracia nacional.
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La recaída neoliberal y el retorno a la tradición del endeudamiento
Con prescindencia de los errores, que hoy parecen menores, de los gobiernos nacional-populares, a partir de 2015 y a menos de tres lustros del trauma de 2001-2002 se vivió una nueva recaída neoliberal. Como es propio de la historia de los gobiernos conservadores, la nueva administración reconstruyó metódica y aceleradamente los lazos de dependencia económica. La herramienta fue la tradicional: la explosión de endeudamiento. Bajo mando del actual ministro de Economía, Luis Caputo, conduciendo las finanzas se tomaron más de 100 mil millones de deuda nueva en solo dos años y, ya en 2018, se regresó al FMI. Bastaron apenas poco más de dos años para perder los grados de libertad de la política económica que tanto había costado recuperar.
El gobierno que regresaría en 2019 frente al completo fracaso del macrismo sabía, aunque muchos de sus integrantes más conspicuos optaron por fingir demencia, que su tarea fundamental sería renegociar el endeudamiento. Aquí entra el factor "los mercados", que no son otra cosa que la expresión local del poder financiero global. Los mercados suelen ser implacables con los gobiernos nacional populares y ultra permisivos con las administraciones más conservadoras. Pero por más que se critiquen metodologías y demoras, lo concreto fue que durante la administración del Frente de Todos, el endeudamiento se renegoció e, incluso, se consiguió un período de gracia en los pagos, lo que en su momento se había pensado como un respiro para retomar el crecimiento. No fue poco dadas las inmensas restricciones políticas que padecieron el grueso de los funcionarios en el marco de una absurda guerra fratricida y de la falta de liderazgo, una muestra de la deficiencia de la construcción política forzada para regresar al poder.
El problema fue que la experiencia fallida del gobierno 2019-23 en la construcción de un nuevo proyecto político, de una nueva hegemonía para el desarrollo, junto al descalabro inflacionario de 2024, basado tanto en el despilfarro del superávit externo durante todo el período, como en la sequía del último año, construyeron el marco para que el neoliberalismo regrese nuevamente, esta vez disfrazado de algo presuntamente distinto, el libertarianismo. El caballo de Troya fue el monigote que se había construido para la guerra ideológica mediática, pero que por azar y carambola de la historia terminó en la presidencia de la Nación. Sin embargo, la anomalía no fue completa. La alta burguesía encerró a Javier Milei en un hotel y le adaptó un programa. Mezclados con elementos impensados de la lumpenpolítica, los cuadros técnicos más dañinos del macrismo regresaron al poder, desde Patricia Bullrich a Federico Sturzenegger y, por supuesto, el mismísimo ministro Caputo. Con ellos, la "nueva" derecha comenzó rápidamente a "hacerlo de nuevo". Fiel a su tradición, y otra vez de la mano del "recordman" endeudador de 2016-18, volvió a poner en marcha la maquinaria infernal de la toma de deuda en moneda extranjera, de la pérdida total de los últimos grados de libertad de la política económica.
Es como si una familia festejase el consumo acelerado del crédito conseguido por hipotecar la vivienda que habita. Todo insólito. Endeudarse para gastos corrientes nunca es una buena noticia. Y menos cuando no se sabe de dónde provendrán los recursos para el repago. Argentina puede tener abundantes recursos naturales, pero desarrollarlos es una tarea metódica que demanda muchos años y el “saber cómo” local. No es algo que pueda ser resuelto en el corto plazo por ninguna potencia extranjera.
Si el anhelo de los primeros 2000 fue la normalidad, el presente es el reverso, el reino de la anormalidad extrema.
Las anormalidades en la política internacional
No puede ser normal que, mientras en las escuelas se enseñe sobre los héroes de la independencia y se cante un himno que habla de "rotas cadenas", el presidente de la Nación se arrastre junto a todo su gabinete por la Casa Blanca, donde ni siquiera se respeta su investidura de jefe de Estado. Y todo ello, apenas, para seguir sosteniendo, hasta las elecciones y a fuerza de deuda, un modelo inviable de dólar barato que destruye el aparato productivo.
No puede ser normal que un gobierno supedite su política exterior a los designios de una potencia declinante. Y no puede tomarse con normalidad que el presidente de una nación extranjera, vía la extorsión directa de "retirar la ayuda", les diga a los argentinos lo que tienen que votar. Tampoco parece normal que los principales medios de comunicación locales festejen los despropósitos y la venta de humo del secretario Scott Bessent y que sea la prensa internacional quien los destaque.
Finalmente, no parece normal que nadie se pregunte de dónde saldrán los recursos para hacer frente a la suma de compromisos externos que continúan acumulándose. Y lo más extraño de todo, tampoco parece normal que la historia continúe repitiéndose con sucesivas recaídas en esquemas económicos que ya fracasaron, no una, sino muchas veces. La amenaza de devenir en un Estado fallido está a la vuelta de la esquina.