Folklore: el saber del pueblo

31 de julio, 2025 | 17.53

Mercedes Sosa, nuestra cantora popular más emblemática, expresaba desde Suiza durante su exilio cómo el arte y lo popular están íntimamente ligados a la existencia humana, y, por tanto, siempre atravesados por un determinado orden social, económico y político:

“Pienso que un artista popular debe diariamente, cotidianamente, ser responsable de ese título de `cantor popular´ que significa no tan solo cantar con una bella, o más o menos bella voz, sino tener cosas mucho más profundas, estudios más profundos de literatura, el estudio de la vida misma. […] El artista es un hombre que vive en este mundo, sufriendo las mismas cosas que sufren todos. Un poco más holgada su vida, pero de ninguna manera puede olvidar que hay gente que le cuesta mucho vivir”.

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En tiempos donde vivir cuesta mucho, la revalorización del Folklore, de lo popular o culturalmente propio, resulta necesario ya que funciona como resistencia y herramienta de sentido colectivo frente a políticas que se escudan en lógicas que no logran explicar nuestra realidad y resultan incapaces de distinguir entre lo valioso de la vida y lo injusto de la crueldad.

Tal vez por eso, incluso desde espacios donde no suele resonar el folklore, surgieron expresiones masivas como 'Falklore!' o 'Gracias Mercedes' en el Teatro Colón. No son gestos aislados: revelan la urgencia de volcarse a un horizonte cultural distinto del que ocupa el discurso oficial. Movilizan el deseo de habitar un horizonte que sea profundamente nuestro.

Pero antes de sentirse contenido por un cierto horizonte simbólico, aparecen las dudas, incluso las vergüenzas. ¿Qué es el Folklore?

Un concepto nunca alcanza a abarcar la realidad de algo, siempre deja una parte afuera, pero si tuviésemos que referirnos a qué es ese algo que quiere definir el término FOLKLORE, debemos decir que la palabra se forma por la unión de dos términos en inglés: "folk", que significa "pueblo" o "gente", y "lore", que se traduce como "saber" o "conocimiento".

Así, el folk-lore, remite ni más ni menos que al saber del pueblo, al saber popular, el que existía, existe y existirá independientemente del término anglosajón que fue acuñado recién a mediados del 1800.

Pero entonces, ¿qué comprende el saber del pueblo?

Cuando a Teresa Parodi se le pregunta ¿Qué es el Folklore?, destaca que: “es la identidad de cada pueblo. Es el alma de las comunidades, de los pueblos que viven a lo largo y ancho del país. Que sueñan, sufren, luchan viven con la música que tiene raíz en su lugar”.

El Chango Spasiuk responde a la misma pregunta con lo que en una canción -una poesía, un tratado sobre el existir santiagueño- enseña Peteco Carabajal: “es la afinación de mi tierra”. “Es la afinación de este lugar en el mundo”, agrega.

Si no buscamos una esencia que nos indique qué sí y qué no es Folklore, podemos aproximarnos a una respuesta si desmenuzamos el contenido de sus palabras.

El pueblo. Un sujeto comunitario reunido, atado, con base en una misma cultura, con una experiencia histórica común, un estilo de vida en común y una determinada voluntad o decisión política que configura su destino común.

En cuanto a qué sabe ese pueblo, ese saber no abarca solo su aspecto estético plasmado en canciones, ni en esculturas, danzas o pinturas, sino precisamente toda su cultura, entendida como molde simbólico para la instalación de una vida: su manera de abordar la existencia, su filosofía y el orden social y político que propone. Pues una persona no es solo su cuerpo, sino también todo lo que da sentido a su existencia: la lengua con la que aborda el mundo, su forma de comer y lo que come, su forma de pensar y el contenido de lo que piensa, sus costumbres, su religión o la falta de ella. Su identidad.

Así, Folklore es producir contenido artístico y, a la vez, un sentido determinado de comunidad para que esta y sus individuos existan -vivan- en un tiempo y un espacio sintiendo quienes son y para qué viven.

Claro, este saber proviene de otras tradiciones (distintas de la oficial) que fueron silenciadas para apañar la maldad y que están presentes aún sin ser reconocidas. Tradiciones que, además, portan los relatos de las alteridades identitarias históricamente menospreciadas: indígenas, matacas olleras, mestizos, cocheros, canoeros, santas populares, gauchos guerreros, arrieros, hacheros, solo por nombrar algunas.

Por eso un cantor como Milo J se siente conectado con su alma mediante el Folklore y nos dice que en su generación esto es más común de lo que se reconoce:  “todos escucharon folklore, te van a decir que no y todos escucharon folklore desde que nacieron”.

En ese ocultamiento hay, a veces, un trasfondo de vergüenza. Pero es importante diferenciar a quien infunde la vergüenza de quien la siente. No siempre la vergüenza nace en quien la sufre: muchas veces es el reflejo de un entorno que desvaloriza lo propio. A los quichuistas también les daba vergüenza hablar su quichua cuando los oprimía el discurso civilizatorio.

En nuestros días, la dicotomía civilización o barbarie utilizada para colonizar territorios, mentes y sentires se renueva con otros nombres: lo moderno (el progreso) o el Folklore (lo salvaje), la razón o el sentimiento, lo culto o lo popular, lo blanco o lo indígena, lo pulcro o lo hediento, el trabajo científico/intelectual o el trabajo artístico/manual. Estas divisiones configuran jerarquías sociales y culturales, remitiendo todo lo vinculado al Folklore, al sentimiento, lo popular, lo indígena, lo hediento, lo artistico/manual, al espacio de lo marginal, irracional, ilegítimo y, por ello, no merecedores de prestigio.

Si advertimos ello, nos damos cuenta que en el saber del pueblo también encontramos propuestas de eticidad. Es decir, posturas sobre lo que está bien o mal, lo justo, lo digno, lo humano o lo cruel, y que hay modelos sociales a los que les conviene que estas otras propuestas sean silenciadas.

La negación de la afinación de este lugar del mundo (del quechua, de la chacarera o del charango y el bombo, entre tanto) va acompañada de la negación de ciertas identidades, cosmovisiones, realidades, sueños, luchas o sufrimientos como importantes o válidos.

Como contracara, el saber popular debe ser enseñado, aprendido y aprehendido para romper la vergüenza y reproducir sus múltiples formas de cuidado de la vida que, ante las formas contemporáneas que la niegan, se vuelven imprescindibles. Nuestro Folklore siempre lo supo: si se calla el cantor, calla la vida.