Estamos acostumbrados a expresarnos respecto de la confianza que nos inspiran las personas, ya sea en nuestras relaciones personales o en referencia a personas públicas. Pero ¿De qué hablamos cuando hablamos de “confianza” en una institución? Hablar de confianza o desconfianza en/hacia las instituciones supone principalmente dos cuestiones. En primer lugar, la confianza remite a la credibilidad. Remite a la creencia -o el descrédito- en los diagnósticos, soluciones y sobre todo, en las promesas de las instituciones. En segundo lugar, en un sentido más inmediato y cotidiano, hablar de confianza es hablar de cierta predisposición (o no) a recurrir a las instituciones para resolver distintos tipos de problemas, demandas y conflictos.
En un tiempo de ajuste y desfinanciamiento del Estado, de ataque cotidiano hacia las instituciones y quienes las conducen, la pregunta por la confianza se vuelve una pregunta nodal. En este sentido las fuerzas de seguridad son quizás una de las que más justifican este interrogante. La confianza ciudadana en la policía es uno de los pilares fundamentales para garantizar la estabilidad y el cumplimiento del Estado de derecho. Los resultados de una encuesta recientemente realizada por UNSAM nos permiten analizar esta cuestión la confianza/desconfianza en la Policía y las fuerzas de seguridad, y hasta trazar algunas primeras coordenadas de interpretación.
Confianza comparada
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El primer paso para pensar la confianza en las policías es comparar la representación de fiabilidad con otras instituciones. El Congreso de la Nación y el Poder Judicial, por ejemplo, comparten niveles bajos de confianza: 37 % de los entrevistados manifiestan “nada” de confianza en ellos. Sólo el 3 % y el 2% respectivamente señalan tener total confianza. Por el contrario, las universidades aparecen como la institución más valorada, uno de cada dos encuestados dice tener entre mucha (33%) y total confianza (17%).
En el caso de la Policía, 27 % de los encuestados declaran tener “nada” de confianza y 25% dice tener algo de confianza, mientras que el 3% dice total confianza en ellas. Es decir, la policía se ubica más cerca de las instituciones peor valoradas socialmente en términos de confianza ciudadana, y más bien lejos de aquellas ponderadas positivamente. Ahora bien, estas percepciones no son homogéneas. Presentan una variación significativa de acuerdo a distintos segmentos poblacionales, como veremos a continuación. Variación que es preciso considerar para intentar dilucidar los matices específicos que presenta esta desconfianza ciudadana en la institución policial, y hacia dónde habría que enfocar una política de reconstrucción de los lazos entre policía y ciudadanía.
Confianza según género
Cuando se analizan las respuestas por género, surgen diferencias. Las mujeres tienden a mostrar un nivel de confianza menor que los varones. Entre ellas, la proporción que declara “nada de confianza” en la Policía es de 29% y la de los varones 25%, mientras que entre los varones las respuestas “mucha confianza” es de 17%, y de las mujeres,tan solo 9%.
Esta diferencia, aunque mínima, no nos sorprende. En investigaciones anteriores, (https://www.revistaanfibia.com/el-incomodo-debate-de-la-pena-de-muerte/) analizamos cómo los varones sufren más las violencias policiales y, sin embargo, son los que más confían -relativamente- en las fuerzas de seguridad. Podemos interpretar esta diferencia a la luz de algunas experiencias recurrentes y difundidas entre las mujeres: el destrato a la hora de intervenir ante situaciones de violencia de género. A pesar de que la problemática de género se ha instalado con fuerza en las últimas décadas, persiste entre muchas mujeres una sensación de destrato y revictimización al momento de denunciar las violencias de género. Además, a pesar de que se han ido sumando un catálogo muy variado de recursos, dispositivos y tecnologías, tanto judiciales como policiales, para proteger a las víctimas de sus agresores (tobilleras, botones anti-pánico, refugios de seguridad, órdenes de restricción, etc.), muchas mujeres saben de las demoras en la toma de denuncias o de otras formas de desidia al intervenir sobre estos hechos.
Confianza según clase social
Otra variable que muestra lo heterogénea que es la relación entre las policías y la ciudadanía es sin lugar a dudas, la clase social. A menor nivel de ingreso, predomina la poca o nula confianza: 55 % entre quienes ganan hasta $1 millón por mes. A medida que sube el nivel de ingresos, ese porcentaje cae progresivamente hasta 36 % en los sectores que perciben más de $6 millones por mes. En cambio, la confianza intermedia (“ni mucha ni poca”) crece con los ingresos: pasa de 31 % en los más bajos hasta un pico de 71 % en el tramo de $3,2–6 millones, lo que sugiere una moderación o cierta ambivalencia en los niveles medios-altos. Finalmente, los niveles más altos, la desconfianza también aumenta de modo sostenido (15 % a 44 %), especialmente a partir del segundo tramo de ingresos, con una tendencia clara de mayor confianza entre los más ricos.
Esto se vincula con la experiencia diferencial que según la clase social, se tiene del servicio policial. Los estudios etnográficos, las crónicas periodísticas, una conversación con cualquier vecino/a de la gran mayoría de los barrios más vulnerables no deja lugar a dudas al respecto: la policía está muy poco en estas calles. En los barrios más pobres, la policía aparece tarde, si es que aparece. Y cuando aparece lo hace, muchas veces en su peor versión. En algunos casos, las policías se encuentran “coludida” con los actores de las economías ilegales, de los barrios, habilitando su funcionamiento a cambio de un porcentaje del negocio (que luego a su vez, en muchos casos, “sube” para financiar la política). Además, los pibes, los varones jóvenes, padecen la intervención policial de formas muy específicas: desde diversas prácticas sistemáticas y cotidianas de “hostigamiento” o “verdugueo” (insultos, humillaciones, trato brusco, etc.), hasta las prácticas más extremas de vejación a los derechos humanos (violencia física, “gatillo fácil”, etc.). Cuando la policía interviene de forma diferencial en los barrios más pobres, por ejemplo, no solo corre peligro la integridad física de sus habitantes y se ve limitado el derecho a circular libremente. Si no que toda otra batería de servicios públicos esenciales (ambulancias, alumbrado, recolección de residuos, mensajería transporte, etc. etc.), deja de entrar al barrio, reforzando y potenciando la situación de exclusión. Además, al debilitarse la capacidad de las instituciones de garantizar la seguridad ciudadana se crean condiciones de conflictividad y violencia para posteriores intervenciones autoritarias, manoduristas, que buscan recuperar un orden que se percibe en riesgo. Si la relación entre policías y ciudadanía exige un urgente proceso de reconstrucción, es en los sectores más vulnerables en los que este proceso se manifiesta con más urgencia.
Confianza según regiones
El nivel de confianza varía entre las regiones del país. En general, predomina la desconfianza: las respuestas de “Nada de confianza” superan el 30% en casi todas las zonas, especialmente en Córdoba (33%), CABA (31%) y el GBA (32%). Las posiciones intermedias, como “Ni mucha ni poca confianza”, también tienen un peso considerable, alcanzando entre el 28% y el 41%, lo que indica una gran porción de la población con percepciones ambiguas o prudentes respecto al tema consultado.
Por otro lado, los niveles de confianza son bajos en términos generales. La “Mucha confianza” apenas supera el 10% en la mayoría de las regiones, con la excepción de Mendoza (20%) e Interior (17%). El indicador de “Total confianza” es aún más reducido, con valores entre el 2% y el 4%, salvo en Mendoza, donde llega al 10%. El contraste que se expresa entre los grandes centros urbanos (CABA, GBA, Córdoba) y el resto de las regiones se expresa, sobre todo si se presta atención a los mayores niveles de confianza. Mientras que para los primeros se registran niveles de mucha o total confianza que oscila entre el 10 y el 15%, en Mendoza alcanza el 30% y en el resto del país (“interior”) supera el 20%. Esto puede deberse a que en los grandes aglomerados urbanos la desconfianza se alimenta de la experiencia del poder policial: detenciones arbitrarias, controles, violencias contra poblaciones vulnerabilizadas (jóvenes, mujeres, jubilados), accionar represivo en el marco de movilizaciones populares, todo amplificado por la exposición mediática. En el resto del país, sin embargo, la Policía conserva un rol de proximidad, más asociado a la presencia y al orden.
Confianza según opción política-electoral
El nivel de confianza varía significativamente según el voto en las últimas elecciones presidenciales. Quienes votaron a Sergio Massa y Myriam Bregman son los que muestran mayores niveles de desconfianza: un 42% y un 46%, respectivamente, declaran tener nada de confianza. En cambio, entre quienes votaron a Javier Milei, solo 14% manifiesta no tener confianza, siendo este el grupo con menos desconfianza declarada. Los votantes de Patricia Bullrich y Juan Schiaretti se ubican en posiciones intermedias, con 20% y 22% sin confianza, respectivamente. Asimismo, los votantes de Milei se destacan con un 21% de mucha confianza y un 6% de total confianza, los porcentajes más altos de la tabla. En contraste, los votantes de Massa y Bregman muestran los menores niveles de confianza plena (solo 2% y 0%, respectivamente).
El muy significativo contraste entre los polos ideológicos que atraviesan el mapa político marca un clivaje. Expresa tanto la deuda de las fuerzas progresistas en consolidar una propuesta de seguridad propia que contemple a las policías como un actor relevante, como el peligro democrático de que las policías queden entrampadas en una posición política particular, en lugar de buscar servir al conjunto de la ciudadanía.
Confiar en la yuta
Cada vez que un caso de “inseguridad”, algún crimen aberrante, conmociona a la sociedad, dos son las respuestas que se salen a exigir en los medios: más presencia policial y endurecimiento de las penas. Respecto al primer punto, creemos en la necesidad de dialogar con el reclamo, darle entidad, pero también de responder: no se trata solo de más policía. Se trata de una mejor policía, una que refunde su vínculo con la ciudadanía El mapa de la confianza institucional revela más que simples diferencias de porcentajes: muestra cómo segmentos de la sociedad evalúan la legitimidad del Estado y de sus funcionarios.
La confianza no se impone ni se decreta; se construye día a día, a partir de gestos, prácticas y resultados. En el caso de la Policía, el mayor o menor grado de confianza depositado en ella pareciera hablar también de la sociedad argentina. Expresa cómo se distribuye socialmente nuestros miedos, esperanzas e ideales. Expresa, la forma en la que esperamos sea ejercida la autoridad y las formas de la violencia que somos capaces de soportar.
Reconstruir ese lazo con la ciudadanía requiere transparencia, profesionalismo y empatía con las comunidades a las que sirve. La confianza, en definitiva, es un termómetro. Allí donde la ciudadanía desconfía, se abren espacios para el temor, la indiferencia o la violencia.
