Swap chino, desarrollo y dependencia

En un mundo cada vez más definido por la disputa entre China y Estados Unidos, Argentina debe dejar de lado el simplismo de las lealtades geopolíticas y enfocarse en cómo aprovechar las oportunidades que ofrece la nueva división internacional del trabajo. El swap chino, más que una trampa de dependencia, puede ser una herramienta de desarrollo si se lo integra en una estrategia productiva orientada a generar divisas genuinas.

18 de mayo, 2025 | 00.05

No es una noticia que el problema entre Estados Unidos y China no pasó al plano militar, como habría sucedido en otra época ante una disputa similar, por el detalle atómico. tampoco es una noticia que el gobierno de Donald Trump representa una reacción torpe frente al dato de haber perdido la carrera de la globalización. La guerra arancelaria parecía técnicamente absurda antes de empezar, demostró serlo apenas comenzó y en el presente se parece más a la bravuconada de un combatiente con menos fuerzas de las que decía tener. La sensación global es que, luego de la algarada inicial, Estados Unidos tuvo que retroceder. La estrategia trumpista conducía a una situación de pérdida para todas las partes, pero “el gran país del norte” tenía más que perder que su adversario. Y como también se sabe por estas latitudes, las leyes económicas no pueden torcerse por pura voluntad. 

Aquí hay un punto, los especialistas en geopolítica, los “realpolitikers”, reducen el enfrentamiento entre las dos potencias a una disputa esencialmente militar, pero el trasfondo es absolutamente productivo, económico. China asumió las reglas de la globalización, con sus FMIs y sus OMCs, y con el estandarte del libre comercio ganó la batalla y se convirtió en la economía más productiva del mundo. Las proyecciones dicen que para mediados de siglo representará, ya que hablamos de mitades, la mitad del PIB industrial del planeta. Un primer análisis sugiere que se trata de un proceso que no parece que pueda revertirse con aranceles unilaterales. Una primera conclusión es que, si Estados Unidos quiere recuperar su hegemonía, como mínimo deberá buscar otra estrategia, incluir el largo plazo y asumir que las blancas también juegan.

Visto desde Argentina y pensando el desarrollo, que es lo que importa, la guía debe ser siempre como insertarse en esta nueva economía de hegemonías en disputa. Bien mirado, esta debería ser la parte menos novedosa de cualquier análisis. Primero, porque existen ejemplos históricos muy potentes, como la revolución industrial. Si China se prepara para profundizar su rol de factoría planetaria es evidente que demandará materias primas del resto del mundo. Así como lo hizo en los albores de la revolución industrial, Argentina puede aprovechar esta demanda para desarrollar sus recursos naturales. Sin ir muy lejos, América Latina ya se benefició de este proceso ¿o alguien cree que el ciclo de altos precios de las commodities de la primera década de este siglo fue puro talento de los gobiernos progresistas?

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Todos los papers que, con financiamiento occidental, demonizan el nuevo rol de China se basan en la crítica a esta emergente división internacional del trabajo. Ponen el énfasis en el “extractivismo” de una potencia industrial que, en su consolidación, chupa materias primas del resto del mundo y se beneficia del “intercambio desigual” que esta relación provoca. Los ejemplos que se utilizan son los de las inversiones de la potencia asiática en África o el caso reciente del puerto de Chancay en Perú. El señalamiento sería que China invierte en infraestructura para “llevarse” las materias primas. Si alguien quiere saber cómo funciona este esquema también puede recurrir a la historia, puede por ejemplo mirar el mapa de los ferrocarriles argentinos a comienzos del siglo pasado y su convergencia radial hacia el puerto sobre el Río de la Plata y el Atlántico. Ahora, en cambio, con el centro cíclico de la economía global desplazado hacia Asia, los hubs logísticos se vuelcan al Pacífico.

Pero la producción material es solamente la base que sustenta el entramado, sobre ella se desarrolla el capital financiero. Junto con sus exportaciones China fue expandiendo también sus finanzas. La disputa por la hegemonía del dólar es apenas un dato superestructural. En la base de la relación se encuentra el financiamiento de la infraestructura y del comercio exterior, el mismo sendero que recorrieron en el pasado otras potencias emergentes. Ya en segunda vuelta, el capital financiero del Estado Chino comenzó a usarse también para asistir a los Bancos Centrales de terceros países. El renovado swap de monedas que volvió a estar en danza en los últimos días es un ejemplo. 

Sin embargo, lo notable de la disputa fueron los argumentos. Estados Unidos acusó a China de intentar generar mecanismos de dependencia a través de estas formas de endeudamiento. Algo así como “eso lo hacemos nosotros, no ustedes”. El argumento es extraño porque Estados Unidos controla el FMI, un organismo de asistencia financiera que obliga a la subordinación de las políticas económicas internas. Una vez que se entra en deuda con el FMI los grados de libertad de la política económica de los deudores desaparecen. China, a partir del swap de monedas, no le impuso al país ninguna política económica, lo que no significa que las deudas no supongan alguna forma de dependencia, pero son claramente de otra naturaleza.

Las conclusiones preliminares indican que, más allá del Boca-River China-EUA y de la falsa necesidad y peor diplomacia de elegir un bando en la disputa, el dato más fuerte es que las economías de China y Argentina son complementarias. No sucede lo mismo con la de Estados Unidos, que es competitiva, es decir exporta lo mismo. Argentina tiene un problema de estabilidad macroeconómica porque no le alcanzan los dólares para crecer. EUA, por razones estrictamente geopolíticas, facilitó que el país siga endeudándose y profundice su dependencia pateando hacia adelante la restricción. Con el argumento de este apoyo, un sector de la política local legitima las políticas de subordinación. Sin embargo, la única manera de resolver genuinamente el problema de la escasez de divisas es aumentando las exportaciones y, para ello, el camino más directo es desarrollar la explotación de los recursos naturales de los que China, y no solamente, es demandante. Si eso genera o no un “extractivismo sin derrame” es un desafío para la política local, no una responsabilidad de los compradores, pero al mismo tiempo aumentar la provisión genuina de dólares es una condición necesaria para cualquier programa sostenible en el largo plazo. La pregunta de fondo es: cuáles son las alianzas internacionales más en línea con esta necesidad.-