El descalce

26 de febrero, 2025 | 23.22

Lo decimos de nuevo, insistir es necesario: la inflación no es “siempre y en todo lugar un fenómeno monetario”, sino un fenómeno de costos. Agréguese que, si la economía es una ciencia, sus leyes efectivamente deben funcionar “siempre y en todo lugar”, por lo que afirmarlo para cualquier fenómeno sería redundante. Sin embargo, los particularismos existen. Argentina es una economía periférica de desarrollo medio que, entre estas economías, presenta una característica que la vuelve casi única: no tiene moneda. Por el efecto de décadas de alta inflación, su moneda perdió la función de ser reserva de valor. Recuperarla, antes que la zoncera de dolarizar en algún punto del tiempo, debería ser el norte cualquier programa. Esta particularidad es la que determina que el principal precio básico interno sea el de la moneda que, en remplazo de la propia, cumple dicha función: el dólar. El lector ya sabe en carne propia que cuando sube el dólar suben todos los precios y cuando el dólar se calma los precios también.

En la misma línea, pero del otro lado del mostrador, se observa que, si bien el gobierno se dice ultramonetarista, es decir partidario de un monetarismo que ya no se consigue en ningún lugar del planeta, actúa con absoluta heterodoxia: el eje central de su plan económico es hacer todo lo posible para clavar el precio del dólar. Este precio, como el de cualquier otra mercancía no reproducible internamente, depende de su oferta y su demanda.

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Las claves de 2024 fueron los recortes draconianos del gasto que limitaron “la dolarización del déficit” y el aliento a la entrada de divisas vía el blanqueo, que sumó cerca de 30 mil millones de dólares a la oferta interna de divisas. Al mismo tiempo la revaluación de hecho del peso, producto de una tasa de inflación corriendo más rápido que la de devaluación, incrementó artificialmente la demanda de divisas al abaratar importaciones de bienes y servicios y desalentar exportaciones. En el camino empezó a generase un efecto reemplazo de la producción nacional. Como se explicó en este espacio el pasado domingo, ello da lugar al doble efecto de tensionar el mercado cambiario y de destruir lenta pero inexorablemente el mercado de trabajo. Esta es la foto del presente que tiene como contrapartida la aparición del déficit comercial, 8 meses de déficit de cuenta corriente y un mercado de trabajo cada vez más invivible.

Para prever lo que sucederá en 2025 es necesario preguntarse cómo se proyectan las variables que determinan el precio del dólar, es decir los componentes de su oferta y demanda.

Por el lado de la demanda, además de los pagos de deuda que podrían refinanciarse, está en dato duro de que el dólar muy barato alienta las importaciones de todo tipo. En pleno verano y próximos a terminar la demanda estacional de vacaciones, fue muy evidente el aumento de las importaciones de servicios turísticos, pero fuera de los picos estacionales se sostendrán las compras de todo tipo, que no sólo rompen el balance comercial sino que amenazan con la lenta destrucción del aparato productivo. 

Por el lado de la oferta se esperaba una explosión exportadora impulsada por el RIGI, con una primera etapa de desarrollo de las inversiones, con ingreso de capitales, y una segunda de maduración, con ingresos por exportaciones. Sin embargo, sólo un sector continuó su dinámica positiva, el energético, sin grandes saltos, pero con balance externo positivo. Además, en los últimos meses, antes que a un relanzamiento de inversiones del exterior, se asistió a la salida total o la disminución de las operaciones de algunas grandes empresas. La contracara de la concentración del monopolio del Grupo Clarín es al mismo tiempo la salida de Telefónica. También se fueron Mercedes Benz, Decathlón y Procter & Gamble, solo por citar algunas firmas famosas. Los efectos que se esperaban del RIGI están, en el mejor de los casos demorados. O dicho de otra manera, la fiesta que se vivió en el mundo de las finanzas no tuvo su contrapartida por el lado de la producción. Las proyecciones macroeconómicas parecen no convencer a todos. Dada la proyección de las inversiones y de las exportaciones se hace evidente que todas las fichas para sostener la oferta de divisas están puestas en seguir expandiendo el endeudamiento externo. El déficit que se proyecta para la cuenta corriente en 2025 demandaría, para mantener el equilibrio, nueva deuda por más de 20.000 millones de dólares, cifras en las que coinciden muchas consultoras, entre ellas PxQ y Audemus.

Una perspectiva pesimista sería pensar que el gobierno enfrentará dificultades para conseguir la continuidad del financiamiento. En contraposición, el nuevo orden geopolítico naciente a partir de la asunción de Donald Trump, pero sobre todo las necesidades del gran capital que opera en la plaza local, permiten prever que el crédito externo y el refinanciamiento de pasivos no enfrentará mayores restricciones. La verdadera duda surge sobre la foto del día después. Se supone que los esfuerzos financieros sirven para superar el descalce entre necesidades del presente e ingresos futuros. La pregunta, entonces, es si la economía que surja del 2025 tendrá la capacidad para cumplir no solo con las antiguas obligaciones, sino con las tantas nuevas y milmillonarias que se crearán en el proceso.