Para La Libertad Avanza, la elección porteña del 11 de mayo fue una PASO de la derecha. En esa interna a cielo abierto, la ciudadanía eligió que el mejor instrumento para ganarle al kirchnerismo lleva el color violeta, no el amarillo. En Buenos Aires, el PRO se enfrenta a esa lógica y a una especie de ecuación por la cual el gobierno no está dispuesto a “pagar” más de lo que merece la fuerza aliada.
El macrismo se sentó a negociar pidiendo al menos cuatro diputados nacionales. Pero el gobierno, aún con el paso de los meses, estaría dispuesto a conceder solo tres. ¿De qué sectores? Ese debería ser un problema del PRO, pero hay ciertos nombres que dejan a un actor fundamental afuera: a Macri.
Alejandro Finocchiaro y Florencia De Sensi, dos ritondistas que actuaron de forma ordenada en favor del gobierno en este año y medio, son nombres más que aceptables y conversados en la mesa de negociación. Otro es el de Diego Santilli, uno de los tres negociadores. Ellos – o los que defina el macrismo, en caso de encaminarse a una batalla interna – estarían en lugares “entrables”.
Para conseguir 15 bancas, el gobierno en alianza con el PRO debería superar el 40% de los votos. Con tres renglones para el PRO, el macrismo se quedaría con casi un 25% del total de la nómina. Para el gobierno, los amarillos no valen mucho más que eso.
Ese acuerdo llegará en formato de frente. ¿Por qué? Porque, de este modo, los amarillos deberán inscribir su sello bajo el paraguas violeta de nombre La Libertad Avanza. De no haber acuerdo con todos los dirigentes macristas, los que vayan por afuera no podrán usar el nombre PRO para presentarse en las elecciones.
En la ecuación se contempla la posibilidad de que algunos municipios no acuerden. Incluso, se ve como un escenario prácticamente imposible que la UCR esté dentro de ese pacto, básicamente porque, como contó ayer El Destape, la mayoría de los intendentes no está a favor del entendimiento.
El escenario lo contempla a un Facundo Manes como líder de una opción intermedia que, se estima, no tendrá demasiado éxito dada la polarización de la sociedad que, esperan, se profundice. Los que no convalidan las negociaciones, a diferencia de la lectura del gobierno y el PRO acuerdista, entienden que sí existe un escenario de tres tercios con una avenida del medio expectante.
El hecho de que ya haya un exponente para ese sector que, en septiembre y en octubre se verá si es importante o testimonial, funciona como incentivo para que el macrismo no tenga demasiado margen para intentar una opción propia en soledad. El detalle no menor es que, al menos en el interior bonaerense, el PRO y la UCR pueden sostener una alianza ya existente.
La elección bonaerense tendrá dos momentos. El del 7 de septiembre, más local, y el del 26 de octubre, nacional. En el gobierno conviven dos visiones: por un lado, la que prefiere darle prioridad a los comicios que renuevan el Congreso y, por otro, la que quiere colonizar aún teniendo la posibilidad de perder.
En ambos comicios, el fuerte del gobierno es el sello. No hay candidato violeta que pueda igualar lo que mide la marca, por lo que el objetivo es encontrar nombres que no la desplomen. En Buenos Aires, según datos que maneja el oficialismo nacional, la marca La Libertad Avanza mide alrededor de 35 puntos. La construcción de una alianza con un nombre nuevo, le descontaría diez puntos, además de obligarlos a encarar el engorroso camino de explicar que, aún con una etiqueta diferente, son lo mismo.
Con más o menos éxito, la Casa Rosada querrá que, para octubre, todas las provincias lleven el nombre del partido mileísta. En acuerdos amplios, en coaliciones, en soledad, pero con la identidad del gobierno nacional. En algunos casos podrá hacerlo y en otros no.