El gobierno nacional llega a las elecciones de medio término en condiciones críticas. No encontró calma en el frente financiero, que se obstina en correr contra el peso; sigue hundido en una recesión de la que no se avizora el final; la economía de los argentinos continúa estancada mientras que los precios volvieron a acelerarse. La plata no alcanza. No hay trabajo. Y no hay ni siquiera una promesa de alivio.
Javier Milei gobierna por fuera del marco constitucional, en abierto desacato al Congreso; no le quedan aliados confiables; tiene el gabinete estallado por internas y perdió a su canciller a 96 horas de los comicios. El domingo, La Libertad Avanza llevará en varias boletas a candidatos vinculados con el narcotráfico; en otras a completos desconocidos. No tiene garantizado el operativo de fiscalización.
El presidente ya no puede dar notas ni a sus amigos. Él y su hermana, Karina Milei, están comprometidos en varios casos de corrupción de alto perfil. Entregaron el país a un grupo de supermillonarios, ultraderechistas y financistas yanquis, a cambio de un paquete de ayuda a todas luces insuficiente que apenas alcanzó para llegar a las elecciones. Sin Donald Trump y Scott Bessent el gobierno caía antes.
La visita a Buenos Aires de Jamie Dimon, titular de JP Morgan, el banco global que fue semillero de todo el equipo económico de Luis Caputo y que se llevará la parte del león en las operaciones de deuda que se anuncian como si fueran éxitos, es la avanzada de playa de la etapa final del saqueo, donde aparece el botín más valioso, justo antes de que todo estalle por los aires.
JP Morgan es uno de los bancos del consorcio que negocia con el gobierno de Estados Unidos un préstamos repo de 20 mil millones de dólares para la Argentina y que debería tener como garantía colateral activos nacionales. ¿Cuáles? No lo sabemos. Junto a Dimon llegaron al país dos asesores estrella de JP Morgan: el ex primer ministro británico Tony Blair y la exsecretaria de Estado Condoleeza Rice.
La agenda es muy reservada pero tendrían una visita a la Casa Rosada. La coincidencia de Blair y Rice, alineados con la estrategia hemisférica de Trump, es la evidencia de la continuidad entre el neoliberalismo de los 90, los neoconservadores de la primera década de este siglo y el neofascismo de los nuevos años 20, del que se están escribiendo páginas importantes por estas horas.
Independientemente del resultado del domingo, el futuro del país dependerá en gran parte de lo que haga o deje de hacer Milei a partir del lunes. Será crucial prestar atención a sus decisiones para no perder de vista el desarrollo de tres escenarios que pueden desplegarse, cada uno o todos ellos en alguna combinación: el intento de intervención del gobierno, una profundización autoritaria y/o un final traumático.
La iniciativa en este momento es de Santiago Caputo, que se asoció al lobbista gringo Barry Bennet para sumar adeptos en la Argentina y Estados Unidos a su plan para intervenir el gobierno desde adentro en sociedad con algunos fondos de inversión y la usina de ultraderecha CPAC. A la aventura se sumaron, sin hacer muchas preguntas, los gobernadores de Provincias Unidas, la UCR y el PRO.
La salida del ministerio de Relaciones Exteriores de Gerardo Werthein, que se había encargado de ventilar sus diferencias con el asesor estrella, fue leída de forma unánime como una confirmación de la entronización de Caputo. De acuerdo a versiones extendidas en el norte y en el sur, trabajaría codo a codo con Federico Sturzenegger. Falta saber qué opina Karina. Ella tiene otros planes.
Respecto a la profundización autoritaria, es un proceso en curso que una derrota electoral podría acelerar. Donald Trump y Jair Bolsonaro intentaron dar golpes de Estado después de perder las elecciones presidenciales. Si Milei percibe que la correlación de fuerzas significa una amenaza para su futuro, puede verse tentado a ahondar el conflicto institucional, en el que hasta ahora no encontró gran resistencia.
En cualquier caso, los problemas no habrán terminado el domingo sino más bien estarán comenzando. A partir de esa noche, el gobierno deberá gestionar situaciones más complejas que durante sus primeros dos años de gestión con menos herramientas que las que tuvo hasta ahora y con menos paciencia social. Hará falta más que la ayuda de Trump para sortear esas dificultades.
Un mal resultado electoral, o una mala lectura política de un resultado no tan malo, podrían hacer que regresen rápidamente los fantasmas de un final traumático, fuera de los términos constitucionales, como sucedió en esos días aciagos entre la derrota bonaerense del 7 de septiembre y el primer tuit de Scott Bessent, cuando se hablaba de Asamblea Legislativa y algunos se probaban trajes.