Motosierra, ajuste, justicia social como sinónimo de aberración, desprecio por cualquier forma de organización que no obedece el mandato del mercado y sálvese quien pueda como banderas de gobierno. Basada en un cúmulo de razones de orden diverso, la elección que acaba de ganar Javier Milei le permitió al gobierno renacer y ver legitimado su rumbo de gobierno después de dos años durísimos. La estabilidad a cualquier precio, el bloque macizo del antiperonismo, la memoria traumática de los argentinos que recuerdan la inflación descontrolada del Frente de Todos, la nula autocrítica del peronismo, el liderazgo de Milei, el salvataje extorsivo de Donald Trump; todo eso pudo haber influido para que Milei consiguiera 9 millones y medio de voto en una elección donde se definía mucho más que el número de diputados y senadores.
Desde su tiempo de candidato, Milei se vio a sí mismo llamado a hacer historia y se propuso como el redentor de 100 años de decadencia. A contramano de todos los antecedentes, ganó una elección con la promesa de hacer un ajuste brutal y ganó la segunda con la trillada y eficaz fórmula de planchar el dólar.
El apoyo electoral que obtuvo en sectores medios y medios bajos aporta elementos a los que, como el ministro Luis Caputo, piensan que Milei representa un cambió histórico. Sus propuestas, que antes obtenían el 5% de los votos, ahora son ratificadas en las urnas por la mayoría que va a votar. En el medio, se van a la banquina los perdedores del modelo, los que dependen de la asistencia del estado en alguna de sus formas, los que cierran sus empresas, pierden el trabajo o se ven obligados a la autoexplotación, hoy denominada pluriempleo.
¿Quiere decir que la sociedad argentina dejó de lado su demanda de equidad y hoy se rinde al sálvese quien pueda? Un nuevo texto del sociólogo y ensayista Juan Carlos Torre aborda esa pregunta y repasa en detalle las características que hicieron de la sociedad argentina una excepción en un continente marcado por el orden jerárquico de los sectores acomodados. El experto en peronismo y movimiento obrero pone el eje en ese aspecto de la historia argentina que parece superado por el apoyo social al gobierno de Milei.
Autor del muy citado “Diario de una temporada en el quinto piso”, sobre su experiencia como funcionario de Juan Sourrouille en los años de Raúl Alfonsín, Torre escribió un artículo que acaba de salir publicado en el número 29 de “Prismas”, la revista de historia intelectual del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes. Se titula “Naides es más que naides, el impulso igualitario en la trayectoria de la sociedad argentina” y remite a esa frase que pronunciaron Jose Gervasio Artigas y Francisco “Pancho” Ramirez.
Torre parte de una anécdota personal, que le sucedió en 1979, cuando estaba exiliado y tomó un café en Lima. Le sorprendió que el mozo no lo mirara a los ojos, señal de ese orden jerárquico. Cita entonces una definición del historiador Oscar Terán sobre el igualitarismo. “Esa actitud que tienen los argentinos de ser y sentirse iguales (...) quienes detentan un estatus social superior no encuentran en los de más abajo la mirada huidiza y obsequiosa, tan característica de las sociedades jerárquicas, sino la mirada franca y dirigida a los ojos”. En un repaso histórico de 200 años, Torre explica por qué Argentina fue siempre un país distinto, donde no existe la llamada deferencia o desigualdad consentida. Para el autor de “El gigante invertebrado” y “Ensayos sobre movimiento obrero y peronismo”, la deferencia es el producto de una libertad condicionada: implica la aceptación voluntaria del liderazgo de la élite por parte de personas que no la integran.
Torre remarca que, después de romper el lazo con España, Argentina -que estaba en una región marginal del régimen colonial- se desenvolvió sin la estratificación del antiguo orden, que se mantuvo en México y Perú a través de verdaderas cortes coloniales. La contextura social móvil, la idiosincrasia democrática, las inmigraciones, la ley 1420 de 1884 que creó la escuela laica, gratuita y obligatoria y el proceso de migración interna de un millón de trabajadores que llegaron al área metropolitana entre 1936 y 1946 fueron hitos en la conformación de los rasgos distintos que adoptó la sociedad argentina. “Después del 17 de octubre de 1945, dice Torre, desapareció casi por completo el tributo de sumisión, aquello que denominamos la deferencia, que los de abajo debían rendir a los que estaban por encima de ellos en la escala social sólo porque así habían sido siempre las cosas”, dice Torre.
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No fue un proceso lineal. Torre señala que los repetidos intentos por “poner las cosas en su lugar” o recrear un orden jerárquico en el que la escala social determinara lo que las personas pueden y no pueden hacer. “Esos intentos de corte autoritario probaron ser infructuosos porque más allá de sus resultados materiales, siempre gravosos, no consiguieron extinguir el ideal igualitario del imaginario argentino”, señala.
El sociólogo y ensayista advierte que una sociedad con un talante más igualitario es más difícil de gobernar por la distancia entre las expectativas que suscita y las posibilidades concretas de satisfacerlas. En el caso de Argentina, a eso se suma, el recuerdo de momentos en los que distintos sectores sociales lograron sus aspiraciones: el primer Centenario para las clases altas, la década de 1920 para las clases medias, los años peronistas para los sectores populares. “Esas aspiraciones han conseguido sobrevivir a las coyunturas que las hicieron posibles y quedaron grabadas en la conciencia colectiva del país con una consecuencia difícil de procesar: el lugar que nos ha tocado en suerte en la estructura social ha sido en forma reiterada un objeto de frustraciones y de fuertes cuestionamiento”, escribe y agrega un postulado de la sociología del conflicto: se resiente mucho más perder lo que se tuvo que no alcanzar lo que nunca se tuvo.
Milei no nació de un repollo. Es el resultado de un largo proceso, que habilita debates y diferencias profundas. Para Torre, en los últimos cincuenta años asistimos al ocaso de ese eje distintivo de Argentina en América Latina, su capacidad para incorporar a sucesivas generaciones al trabajo, la educación, el bienestar, con oportunidades de progreso personal y colectivo.
Torre cita el trabajo del sacerdote jesuita Rodrigo Zarazaga entre los estratos más bajos de la población y el artículo del Centro de Investigación y Acción Social (CIAS) que advierte sobre la narrativa rota del ascenso social. Ahí aparece lo que parece ser una clave del presente para amplios sectores medios y medio bajos. “Luego de años de sobrevivir a la vera del camino, no hay entre ellos una memoria fresca de la experiencia de progreso. En su lugar, y bajo el asedio de falta de trabajo, la droga, la violencia, se percibe una sensación de abandono y desprotección. Y junto con ella, la pérdida de confianza en la dimensión colectiva del impulso igualitario”, dice Torre.
Es un momento contradictorio, en el que la pasión por la igualdad y el sentimiento de dignidad personal chocan con el presente de decadencia que nubla el horizonte de una salida colectiva. Para el autor de “Diario de una temporada en el quinto piso”, la idiosincrasia democrática y la movilidad social, los dos pilares del igualitarismo argentino, parecen haber experimentado un deterioro sin remedio.
Sin embargo, Torre no piensa que el impulso igualitario, motor principal de la historia argentina, esté en su eclipse. “Creo que no ha desaparecido del todo, solo que ya no mueve voluntades ni despierta sueños como lo hacía antes, para manifestarse a veces como iracundo inconformismo (...) Es bueno tenerlo presente como recurso ideal en momentos en que nos internamos por territorios inhóspitos, al son de convocatorias desde las alturas que llaman a romper filas y alientan a cada cual a rebuscárselas por su cuenta”, dice. El proyecto de Milei, que se mueve como si fuera una excepción histórica, va en contra de un largo proceso, de raíces muy profundas. El resultado de esa contradicción es la que definirá el futuro de su gobierno.
