El acuerdo con Estados Unidos no es un TLC: macrocosmos y microcosmos de la entrega nacional

A Milei le gusta proyectar futuros en los que la Argentina se parece a Irlanda o a Alemania. La situación de los socios de Estados Unidos en la región, que viven bajo su influencia desde hace más tiempo, nos permite observar un futuro diferente.

15 de noviembre, 2025 | 18.00

La “declaración de un marco de trabajo conjunto” entre los Estados Unidos y Argentina no debe leerse como un acuerdo comercial bilateral, mucho menos como un tratado de libre comercio (así lo presentó, mayoritariamente, la comunicación oficial y paraoficial y buena parte de la prensa, aunque estrictamente hablando no sea ninguna de las dos cosas). Se trata, en cambio, de una columna más en la ingeniería de dominación que despliega la Casa Blanca sobre el territorio argentino, los recursos del país y sus habitantes, y al mismo tiempo, de una inmensa oportunidad de negocios para los involucrados. La geopolítica de más alto nivel y la corrupción más mundana se entremezclan en una trama opaca con pocos beneficiados y 47 millones de damnificados.

Desde el comienzo de su gobierno Javier Milei ha demostrado que la negociación no es parte de su caja de herramientas. El presidente argentino no sabe negociar, sólo comprende el lenguaje del sometimiento. Para él existen dos formas de relacionarse con el poder. Aquellos que tienen menos poder que él son sometidos. Quizás, a la larga, reciban una recompensa, como Diego Santilli, pero nunca como parte de una negociación sino como una gracia del líder, que puede quitarse en cualquier momento. Por el contrario, con aquellos a los que percibe como más poderosos, Milei se somete con el entusiasmo de un groupie, dándolo todo sin pedir nada a cambio, a la espera de que la gracia alguna vez llegue. Y llegó.

Trump le permitió providencialmente ganar unas elecciones que el propio gobierno argentino daba por perdidas y le dio vida a un proyecto político que estaba, a todas luces, agotado, al borde de la intervención o el colapso. Milei, que cree en la providencia y especialmente en el rol que tendría reservado para él, y que notoriamente no tiene especial aprecio por el país que debe representar, ni por sus habitantes, dispuso a la Argentina como ofrenda sobre el altar del presidente norteamericano. Embarcados en una nueva guerra fría, que saben desventajosa, la Casa Blanca agradece el valioso obsequio, que no podría ser más oportuno. La batalla de Sudamérica, el más reciente escenario de la competencia global que dará forma a este siglo, está a punto de comenzar.

En las horas posteriores a la declaración de un marco de trabajo conjunto, el periodista Román Letjman, que reporta para Infobae desde Washington, publicó que “el acuerdo comercial ya estaba cerrado hace tres meses” y que “el anuncio formal dependía de los tiempos políticos de Trump”. Esos tiempos políticos coincidieron el jueves para la Argentina, Ecuador, El Salvador y Guatemala. Coincidieron también, con menos de dos horas de diferencia, con la declaración oficial, por parte del secretario de Guerra norteamericano, Pete Hegseth, de la operación militar en territorio sudamericano “Lanza del Sur”, que con la excusa de la lucha contra el “narcoterrorismo” le servirá para poner un pie en el “vecindario” que considera una pieza clave para su seguridad nacional en el conflicto con China.

El secretario del Tesoro, Scott Bessent, fue consultado respecto a cómo beneficia a los norteamericanos el salvataje a la Argentina y respondió, con total transparencia: “Estamos recuperando América Latina a través de nuestro liderazgo económico. No habrá balas”. Esas son las dos opciones sobre la mesa. Sometimiento o balas. Con las declaraciones de marcos de trabajo conjunto Estados Unidos señaló cuáles son los socios locales que conforman la coalición que respalda la injerencia de la Casa Blanca (a los cuales, con seguridad, se sumará pronto Bolivia y, de acuerdo al resultado de las elecciones, quizás luego Chile). Todos los que quedan afuera pueden convertirse en blanco. Hoy los ojos están puestos en Venezuela pero la narrativa también apunta a Colombia y, en segunda instancia, Brasil. 

A Milei le gusta proyectar futuros en los que la Argentina se parece a Irlanda o a Alemania. A partir del acercamiento estratégico a Washington algunos hablaron de “desarrollo por invitación”. La situación de los socios de Estados Unidos en la región, que viven bajo su influencia desde hace más tiempo, nos permite observar un futuro diferente. El Salvador es un estado policial bajo régimen de excepción permanente con tasa de encarcelamiento récord: uno cada cincuenta adultos preso. Sus cárceles ofician de campos de concentración tercerizados para Trump. La US Air Force opera instalaciones de la base aérea de Comalapa. Guatemala puso en manos del Cuerpo de Ingenieros del US Army la modernización y el control de puertos y trenes y también recibió deportados extranjeros.

Pero el caso más elocuente es el de Ecuador, que vive también en estado de excepción desde hace casi dos años sin poder controlar una crisis de violencia en escalada permanente: entre enero y octubre de este año mataron a una persona por hora. Hoy mismo en ese país se vota un referéndum impulsado por el presidente Daniel Noboa para habilitar una reforma constitucional y la instalación de dos bases militares norteamericanas en su territorio. Desde septiembre de 2023, además, está en vigencia un acuerdo SOFA que le brinda protección legal e inmunidad casi ilimitada a todo el personal de Estados Unidos que cometa delitos en territorio ecuatoriano. Si el referéndum se aprueba y la reforma constitucional avanza, Ecuador será la punta de la Lanza del Sur.

A esta altura del partido, cabe preguntarse si la Argentina puede quedar involucrado, directa o indirectamente, en un conflicto militar en el continente sudamericano, en el que durante más de un cuarto de siglo el único conflicto que hubo fue la ocupación ilegal de las Islas del Atlántico Sur por parte de Gran Bretaña, aliado estratégico de Estados Unidos. La misma tarde que se declaraban los marcos de trabajo conjunto y la operación militar en Sudamérica, Milei recibió en Olivos al ministro de Defensa, Luis Petri, para “ajustar los preparativos para la llegada de los F16 al país”. La coincidencia temporal es, por lo menos, inquietante. Los primeros seis de los veinticuatro aviones caza llegarán el 5 de diciembre y está previsto que queden operativos en el primer semestre del año que viene.

Un dato significativo pasó desapercibido en la Argentina, excepto para el especialista en relaciones internacionales Bernabé Malacalza, que en su reciente libro “Las cruzadas del siglo XXI” investiga cómo impacta la competencia entre Estados Unidos y China en la periferia y más precisamente en América Latina. La semana pasada se celebró la Cumbre CELAC-UE, que reúne a los presidentes latinoamericanos con los líderes del viejo continente. Milei no solamente no asistió a la cita en Santa Marta, Colombia, sino que envió a un delegado de tercera línea que se dedicó a obstaculizar el consenso sobre el documento final, actuando como delegado de Trump en un foro al que Washington no está invitado, una práctica que ya habían puesto en práctica los dos en la reunión del G20 del año pasado.

Malacalza habla de un proceso de “desautonomización” de la política exterior de la Casa Rosada para ponerla al servicio de la potencia: entre los puntos de disidencia se encuentran el llamado a fortalecer el proceso de paz en Gaza (que a Trump dejó de importarle en el momento en el que no ganó el premio Nobel), el que pide aunar esfuerzos para la regulación de la Inteligencia Artificial, los remiten a luchas contra los discursos de odio y “toda mención de la palabra ‘género’”. Más importante. Argentina decidió no acompañar la declaración sobre la defensa de una zona de paz en América Latina. Las consecuencias fueron inmediatas. El documento final, que en tras la cumbre de 2023 pedía por “la cuestión de la soberanía sobre las Islas Malvinas”, esta vez habla de “Islas Malvinas / Falkland Islands”.

Los retrocesos diplomáticos se profundizarán en la medida que continúe la renuncia a defender intereses nacionales en los ámbitos correspondientes, decisión política tomada desde el primer día, cuando se abandonó el BRICS. Esta semana se confirmó que Milei dejará vacío su asiento en la próxima Cumbre del G20, el mes que viene en Sudáfrica, haciendo seguidismo de Trump, que tampoco va a asistir. La excusa es el racismo, pero contra los blancos. El motivo real es que ante el final evidente de la hegemonía norteamericana, Washington rechaza cualquier atisbo de multilateralismo y apuesta por una nueva bipolaridad. Antes y después del encuentro cara a cara que tuvo con Xi Jinping en Corea del Sur el 30 de octubre, el norteamericano se refirió a esa instancia como el G2.

Macrocosmos, microcosmos. Por las mismas autopistas transitan las decisiones que le dan forma al siglo XXI también corren negocios privados multimillonarios, que muchas veces tienen los mismos protagonistas de uno y otro lado del mostrador. La opacidad del entendimiento bilateral se explica por motivos estratégicos y porque muchas cláusulas serían, seguramente, indigestas para la opinión pública de Estados Unidos, de Argentina o de los dos. Pero también porque ocultan una trama de corrupción en la punta de la pirámide: el 0,0001 por ciento más rico. Las fortunas más grandes del planeta toman decisiones que pueden tener consecuencias irreversibles o muy profundas para toda la humanidad mirando el balance de su cuentas bancarias y las oportunidades de negocios, legales o de los otros.

El autor de la letra chica del marco de trabajo conjunto es el secretario de Comercio de Trump, Howard Lutnick. Al igual que Bessent, viene de Wall Street y es el fundador y hombre fuerte de Cantor Fitzgerald, un fondo de inversión muy poderoso. Cantor tiene, a su vez, un vínculo muy estrecho con Tether, una de las empresas clave del ecosistema cripto porque administra USDT, una criptomoneda convertible uno a uno por el dólar. No sólo tiene una inversión directa en el 5 por ciento de su paquete accionario (por el valor de 600 millones de dólares) sino que también se encarga de gestionar y custodiar la mayor parte de los bonos del Tesoro norteamericano que respaldan el valor de USDT. Adicionalmente Tether y Cantor son socias en otras empresas del ecosistema cripto.

En abril de este año Tether hizo una inversión poco habitual, ya que hasta ese momento sólo se interesaba en el negocio del dinero digital. Por una suma también cercana a los 600 millones de dólares, adquirió el 70 por ciento del paquete accionario de Adecoagro, una de las más grandes compañías agroindustriales argentinas, que podría verse beneficiada con la apertura de la importación de maquinaria e insumos agrícolas y la exportación a Estados Unidos de carne dentro de un programa de cuotas. De acuerdo a múltiples fuentes, Lutnick empezó a diseñar el marco de trabajo conjunto siete meses antes de que se anunciara, lo cual coincide con los últimos pasos del proceso de compra de Adecoagro. Como parte de esa operación se incorporó la asesoría financiera de JP Morgan.

Cantor y Tether también son parte de una alianza con Satellogic, una empresa argentina de mapeo satelital que tiene contratos con el ejército de Estados Unidos y una asociación estratégica con Palantir, la compañía de servicios informáticos de inteligencia que hoy lleva adelante buena parte de ese trabajo en nombre del Pentágono y la NSA. El dueño de Palantir es Peter Thiel, otro supermillonario que estuvo reunido dos veces con Milei en la Casa Rosada, mentor del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance e ideólogo del movimiento neoreaccionario en Silicon Valley. El dueño de Satellogic es Emiliano Kargieman, la cara visible de Sur Energy, la empresa fantasma que hizo el anuncio de una supuesta inversión récord de Open AI (que no era tal) para construir datacenters de IA en la Patagonia.

De la misma manera que hoy sabemos que el salvataje de Bessent tuvo como objetivo rescatar a sus socios que estaban fuertemente invertidos en bonos argentinos, la declaración de marco de trabajo conjunto de Lutnick parece formar parte de otro esquema de negocios privados con muchos muchos ceros, de los que, seguramente, los representantes del gobierno argentino, el ministro de Economía Luis Caputo, ex JP Morgan, y el canciller Pablo Quirno, de la misma escudería, no saben ni participan. Cuando se habla de entrega no sólo describimos el endeudamiento del país y el sometimiento a condiciones externas que se describe en la primera mitad de esta nota; también este otro proceso insidioso de desguace y remate al menudeo, cuyos efectos son igualmente destructivos.