El violento operativo contra el Comando Vermelho que dejó un saldo de más de 120 muertos en Río de Janeiro, pago chico de Jair Bolsonaro, es algo más que un episodio policial. Es un hecho con profundas implicancias en todo el continente, íntimamente entroncado en las crisis concéntricas que definen el paisaje de esta década. El narco, con su estela de muerte, es una más de las corporaciones que crecieron y se volvieron incontrolables al calor del neoliberalismo, de una forma no muy distinta que otras dedicadas a negocios con mejor cobertura legal, y simultáneamente es la excusa que utiliza ese mismo neoliberalismo, en su versión fascista, para combatir la disidencia política a un plan de saqueo de recursos naturales y ocupación de posiciones estratégicas en el planisferio.
Cláudio Castro, el gobernador de Río, antagonizó de inmediato con el presidente Lula Da Silva, al que acusan de tener proteger a las bandas narco. Castro le pidió a Lula que envíe a las Fuerzas Armadas a controlar la situación, un reclamo habitual en el libreto de la derecha. La idea de usar a los militares para combatir al narco no solamente no funciona y suele culminar en auténticos baños de sangre, como en México o en Colombia, sino que además exhibe la huella dactilar del departamento de Estado, cuyo objetivo siempre fue que las FFAA de todo el continente se dediquen a trabajos policiales o de patrulla. Que persigan en lugar de asumir un rol enfocado en la defensa de los intereses estratégicos de cada nación, que por supuesto suelen solaparse con los intereses estratégicos de Estados Unidos.
Adicionalmente, el pedido de intervención militar implica convalidar un estado de excepción en el que se suspenden las garantías constitucionales. El gobierno a partir de sucesivas emergencias que configuran un estado de excepción permanente para reclamar la suma del poder público es una de las herramientas en el manual de la ultraderecha contemporánea para destruir a la democracia desde adentro. La excusa es el narcotráfico pero el objetivo es apuntar contra todos los opositores al proyecto hegemónico de Estados Unidos. Como en los 70s, la guerra contra las drogas vuelve a ser la pantalla de un conflicto profundamente ideológico. Este momento se inspira en esa política de Nixon como en la avanzada de George Bush Jr sobre Medio Oriente en busca de armas de destrucción masiva inexistentes.
Actualmente el Comando Sur de los Estados Unidos hace el mayor despliegue en el continente americano desde hace al menos medio siglo, con una fracción significativa de su poder naval apostada en el Caribe. El portaaviones más avanzado de su fuerza está en tránsito desde Croacia, donde monitoreaba simultáneamente los teatros de operaciones en Ucrania y Medio Oriente, hacia las costas de Sudamérica. También comenzaron a operar en el Caribe. Por ahora se dedican a hundir lanchas rápidas y matar a sus tripulantes sin juicio previo, bajo la acusación de narcotráfico. Pero no movés al USS Gerald Ford medio planeta para hundir lanchitas. Donald Trump ya autorizó operaciones en suelo venezolano. El presidente Nicolás Maduro es acusado de encabezar el cartel de los Soles.
Pete Hegseth, el secretario de Guerra de Trump, informa en sus redes sociales de cada operativo que concluye con el asesinato de ciudadanos civiles de otros países y allí prácticamente comparó a Maduro con Osama Bin Laden: “Estos narcoterroristas mataron a más estadounidenses que al-Qaeda, y van a ser tratados de la misma forma. Los buscaremos, los rodearemos y entonces les daremos caza y los mataremos”. La propuesta entusiasmó al hijo mayor de Bolsonario, Flávio, que varias veces le escribió en X al funcionario yanqui para pedirle que intervengan en Brasil, donde su padre sigue preso y condenado por haber orquestado un golpe después de perder las elecciones, exactamente igual que hizo Trump. “Qué envidia”, escribió el primogénito en inglés: “¿no quieren venir unos meses para acá?”.
Aunque el objetivo inmediato es Venezuela, el gobierno norteamericano ya escaló la retórica contra Gustavo Petro, el presidente de Colombia, y sus fuerzas ya operan también sobre el Caribe, lejos de las costas venezolanas. El mapa de sudamérica, que hace unos meses parecía hostil a Trump, comienza a mostrar otra fisionomía, con una maniobra de pinzas que avanza militarmente desde el norte y políticamente desde el sur (con especial atención a las próximas elecciones en Chile) para aislar a Lula y ejercer presión sobre el corredor bioceánico que está construyendo China entre Santos y Chancay. Tierra del Fuego, el Río Paraná y la triple frontera se vuelven puntos neurálgicos y en los próximos meses seguramente haya noticias sobre el despliegue de Estados Unidos en esos enclaves.
En la Argentina, el triunfo electoral de Javier Milei le da aire a la apuesta de Trump y Scott Bessent pero no logra despejar las dudas en el horizonte, que recaen no tanto sobre el riesgo de un recambio político hostil a la Casa Blanca (que existe, pero ni es tan alto ni es tan hostil) sino en las capacidades del propio Milei de darle, en los próximos dos años, más solidez a su gobierno que la que exhibió hasta ahora. Sin certezas en ese sentido y ante la fragilidad de todo lo que rodea al presidente, el plan es promover una oposición continuista y romper al peronismo hasta volverlo minoritario, o, si es necesario, volver a prohibirlo. La misma noche de la elección empezaron a promover la post verdad retroactiva de que el triunfo con boleta única prueba que todos los resultados anteriores estuvieron fraguados por el peronismo.
Una operación burda pero a la que se montaron rápidamente el jefe de Gabinete, Guillermo Francos; el ministro sin tareas adjudicadas Federico Sturzenegger y el vice de Economía, Luis Caputo. Es importante no sólo por el rango de los tres en el gobierno sino porque son funcionarios que responden a terminales distintas, lo cual habla de cierta coordinación o al menos coincidencia en el ánimo proscriptivo. Es el viejo anhelo de la derecha antiperonista argentina: gobernar sin oposición, porque creen que ese es el motivo por el que fracasan cada vez que les toca asumir el gobierno. Se equivocan. Es el plan económico. Siempre es el plan económico. Hay muchos reclamos por un peronismo amable con los mercados y pocos por un antiperonismo que alguna vez intente algo más que hacer la bicicleta financiera.
