Luis Caputo celebra en sus redes que los supermercados rechazaron una lista de precios con aumentos de las principales empresas alimenticias. Incluso si fuera cierto que no se aplicaron subas en las góndolas, una afirmación que choca contra la experiencia de cualquiera que haga las compras en forma cotidiana, el festejo del ministro de Economía omite que esa noticia señala dos aspectos preocupantes y que no dan muchos motivos para descorchar.
El primero es que los grandes formadores de precios están aumentando sus precios. Y si decidieron, por gestiones oficiales, postergarlo, van a aumentar en algunos días o semanas. El segundo es que los supermercados tienen que rechazar esas subas porque sus clientes no las pueden convalidar. Con salarios a la baja y pisados por el gobierno que se dedican principalmente a cubrir gastos fijos, cada aumento termina achicando el carrito.
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Así, mientras el gobierno intenta disfrazar con gloria la escupidera del Fondo Monetario Internacional para convencernos de que todo marcha acorde al plan, la capacidad adquisitiva de los argentinos se hunde. El consumo masivo se desplomó en marzo 5,4 por ciento interanual comparado con marzo del 2024, el peor momento después de la megadevaluación que aplicó Javier Milei al inicio de su mandato. Del sótano al subsuelo.
Desde que comenzó el experimento anarco-capitalista se enlazan 16 meses de consumo a la baja, un récord al que la historia no le hace ni sombra. Los rubros que más caen son los que no corresponden a artículos de primera necesidad. La gente sólo alcanza a comprar lo imprescindible. Y a veces ni siquiera eso. Distintos informes han registrado cambios en los hábitos de consumo de los argentinos para contrarrestar la pérdida del poder adquisitivo.
Y a veces ni eso alcanza. De acuerdo a un estudio del Instituto Argentina Grande, en el tercer trimestre del año pasado la mitad de los hogares del país tuvieron que recurrir a alguna estrategia para complementar sus ingresos, es decir que debieron endeudarse (con conocidos o con alguna entidad), vender alguna pertenencia o gastar ahorros para llegar a fin de mes. Eso implica un aumento de más de medio millón de familias respecto al 2023.
Según esta investigación, el 38 por ciento de los consultados tuvo que recurrir a sus ahorros para hacer frente a gastos corrientes, mientras el 15 por ciento tuvo que endeudarse con gente de su entorno y el 11,6 por ciento se vio obligado a recurrir a instituciones financieras. Finalmente uno de cada diez hogares vendió pertenencias para llegar a fin de mes. No son precisamente síntomas de salarios robustos y sistemas económicos conducidos con virtuosismo por candidatos al Nobel.
Y ese era el escenario a mediados del año pasado, cuando muchos economistas y expertos aseguraban que el programa macroeconómico era exitoso y la inflación bajaba lenta pero sostenidamente. La suba de inflación de marzo fue del 3,7 por ciento antes de la devaluación de abril. Todos los pronósticos hablan de cinco puntos de piso este mes y algo más todavía en mayo, antes de empezar a bajar si el resto de los planetas se alinean. El gobierno celebra pero los argentinos no estamos invitados a la fiesta.