Javier Milei celebró que el nuevo papa eligiera para sí el nombre de León porque en su fantasía solventada con dineros públicos creyó, genuinamente, que el ascendente de su figura había inspirado al sucesor de Francisco. Eso explica las figuras compartidas en redes sociales, imágenes febriles creadas con inteligencia artificial desde las usinas del estado para alimentar el egotrip de su máximo responsable, que en una semana lo depositará nuevamente en Roma.
Milei seguramente no conoce la historia de Leon XIII y su encíclica Rerum Novarum, sobre ‘las nuevas cosas’, ladrillo fundacional de la doctrina social de la iglesia, que inspiraron a Robert Francis Prevost a elegir su nombre como sumo pontífice. Si así fuera, no hubiera posteado que “las fuerzas del cielo dieron su veredicto”, porque las ideas que inspiraron a León XIV son opuestas a las suyas y eso quedó más claro que nunca en la semana que acaba de concluir.
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Va a enterarse pronto porque la explicación la dio el propio papa en su primer discurso ante el colegio cardenalicio, cuyo registro se viralizó en las redes de forma tal que es poco probable que en sus tantas horas que pasa en las redes sociales no la vea, y seguramente volverá a hablar del asunto en su misa de inicio del pontificado en la Plaza de San Pedro, en una ceremonia a la que el presidente argentino tiene planeado asistir, según informó su vocero.
“Leon XIII, con su histórica encíclica Rerum Novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial. Hoy, la Iglesia ofrece a todos su patrimonio de doctrina social en respuesta a otra revolución industrial y a los desarrollos de inteligencia artificial que plantean nuevos desafíos para la defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo”, dijo Prevost. Un detalle que pasó inadvertido: el papa elegido para lidiar con la IA es matemático de formación.
A fines del siglo XIX Rerum Novarum fue algo más que una encíclica: la primera lectura desde la iglesia sobre la cuestión del trabajo como un conflicto político es, junto a las ideas de Karl Marx, a las que también discute, uno de los grandes testamentos de contrahegemonía ética al capitalismo industrial que influyeron de forma insoslayable en la forja del siglo XX. Ese es el testamento que recupera el sucesor de Francisco para pensar el siglo XXI que transcurre a toda velocidad.
En el centro de la doctrina social aparece la propiedad privada como herramienta para la dignidad de las personas pero también la importancia de la organización del trabajo y de la intervención estatal para que esa riqueza se distribuya con criterio de justicia y no se concentre en pocas manos. Así, se diferenciaba al mismo tiempo del capitalismo desregulado, que explota al trabajador para enriquecer al patrón, y del comunismo, que lo despoja de propiedad en nombre del Estado.
“La cuestión que tratamos no puede tener una solución eficaz si no es dando por sentado y aceptado que el derecho de propiedad debe considerarse inviolable. Por ello, las leyes deben favorecer este derecho y proveer, en la medida de lo posible, a que la mayor parte de la masa obrera tenga algo en propiedad. Con ello se obtendrían notables ventajas, y en primer lugar, sin duda alguna, una más equitativa distribución de las riquezas”, dice en un pasaje que resuena con actualidad.
A veces la historia tiene ciclos extraños: León XIII publicó Rerum Novarum en 1891, cuatro años después de la ejecución de los mártires de Chicago, que conmovió al mundo y sin dudas influyó en ese documento. La encíclica también suele leerse como una respuesta de la iglesia a la fuga de fieles y también de religiosos, en las bases, hacia movimientos de trabajadores que se organizaban alrededor de las ideas del comunismo y el anarquismo como respuesta a los problemas de la época.
En la misma ciudad que fue el epicentro de esas protestas nació en 1955 Robert Francis Prevost, que desde esta semana es León XIV. Y no es un dato anecdótico que se trate del segundo papa consecutivo nacido en América, cuando todos esperaban que los cardenales mirasen en dirección a África y Asia. Si León XIV, como todo indica, es la sucesión exitosa de Francisco, entonces su dedo señala a occidente como la batalla prioritaria en las próximas décadas.
¿Cuál es esa batalla? La puso en palabras uno de los generales de las fuerzas adversarias, el estratega de ultraderecha Steve Bannon, en una entrevista una semana anterior al cónclave. Cuando lo consultaron sobre la chance de un papa nacido en Estados Unidos, lamentó que el que aparecía en la lista era “uno de los más progresistas, el cardenal Prevost”, que es “uno de los más cercanos a Francisco” y que esa línea conducirá a un cisma con los sectores reaccionarios.
Resulta imposible, con el diario del lunes, no relacionar la elección del religioso nacido en Chicago con la imagen que había publicado Donald Trump en vísperas del cónclave, donde se lo veía al inquilino de la Casa Blanca con los ropajes tradicionales del sumo pontífice. Esa imagen sin dudas llegó hasta los cardenales poco antes de quedar aislados y puede haber ayudado a madurar la idea de un papa que funcione como contrapeso de lo que Trump representa.
Después de la fumata blanca, desde el Vaticano, rápidamente confirmaron la autenticidad de la cuenta en X de Prevost, que tenía como posteo más actual una dura crítica a las deportaciones ilegales del presidente norteamericano y su par salvadoreño, Nayib Bukele, y otras publicaciones recientes que cuestionaban al vice JD Vance, católico y representante de Silicon Valley en Washington DC, por sus interpretaciones bíblicas justificando la discriminación de inmigrantes.
Desde el balcón, cuando lo anunciaron como nuevo papa, León XIV pronunció una frase definitoria que da cuenta de que él también ve su pontificado como una batalla: “el mal no prevalecerá”. Ese mal es el mismo que denunciaba Francisco cuando hablaba del dios dinero y el mismo que se combatía en Rerum Novarum. Se trata del imperio del capital sobre las personas y, por lo tanto, la degradación de la humanidad en una mera herramienta al servicio de la acumulación de riqueza.
Esa subversión de los valores humanistas más básicos en favor del capital es la misma que hace Milei cuando describe su supuesta “destrucción” de la teoría de la explotación, como hizo el viernes en un Foro Empresario. “Ustedes le compran dinero a su empleador. Se acabó la teoría de la explotación. Salvo que los trabajadores estén explotando a los empresarios, porque son los que compran dinero a cambio de trabajo”, dijo, convencido de estar ante una genialidad.
Sólo con ese marco teórico se puede entender la decisión del gobierno de suspender un acuerdo paritario para liberar valientemente a la patronal del peso de tener que actualizar los salarios de hambre que pagan los supermercados a los trabajadores. El ministerio de Economía objeta el aumento de 5,4 por ciento trimestral que alcanzaron el Sindicato de Comercio y tres cámaras de supermercadistas y pretende forzar su renegociación.
Con la misma lógica, esta semana el gobierno laudó en el Consejo del Salario Mínimo estableciendo un valor de 302 mil pesos para el mes de abril, apenas más que lo que ofrecieron las empresas y muy lejos de los 644 mil reclamados por el sector de los trabajadores. Hoy el salario mínimo vital y móvil vale la mitad que en 2015 y está por debajo del valor que tuvo en los peores momentos de la convertibilidad, previos a la crisis de 2001.
Acá opera esa subversión de valores que señalamos antes: se concibe (no sólo el gobierno, sino todo el sistema político) al salario mínimo como una cifra arbitraria y en el mejor de los casos una vara indicativa de la capacidad de pago de los empleadores, cuando en realidad funciona exactamente al revés: debería ser una suma que refleje el ingreso básico necesario para que un trabajador cubra las necesidades de su familia haciendo una jornada no mayor a ocho horas.
Lo establece, aunque no se cumpla, la ley de contratos de trabajo vigente, que en su artículo 125 establece esa remuneración como el mínimo que le asegure al trabajador “alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimientos, vacaciones y previsión social”. Si el sistema actual no se sostiene con esos valores, entonces lo que hay que replantear es el sistema, en lugar de normalizar una vara más baja.
No se trata de una cuestión económica sino de un asunto con connotaciones profundas para la política y para la ética: si el salario mínimo vital y móvil sólo cubre una cuarta parte de la canasta de una familia de cuatro, como sucede en la Argentina de Javier Milei, eso proyecta un sistema en el que los todos los adultos deben trabajar el doble para no caer en la pobreza. El siguiente paso sería que vuelvan a hacer trabajar a los niños. Es una exageración, por ahora.
Volvamos por un momento a finales del siglo XIX, a los mártires de Chicago y Rerum Novarum, y a la línea que une esas dos manifestaciones de rechazo al imperio del capital sobre las personas. En lo que coincidían anarquistas, comunistas y León XIII es en que una persona sólo puede tener una vida digna siendo libre y la libertad necesita, para ejercitarse, tiempo y recursos. Por lo tanto, el trabajo digno debía ser por definición un trabajo con jornada limitada y sueldo al menos suficiente.
Eso, en la Argentina de Milei, 140 años más tarde, parece una utopía. Ocho horas diarias de trabajo, ocho horas diarias de descanso y ocho horas diarias de vida libre es un lujo que se pueden dar muy pocos. Hay, sí, algunos afortunados. Entre ellos, el propio Milei, que el jueves pasó seis horas pelotudeando en un programa de stream para batir un récord Guinness y otras cuatro replicando improperios y amenazas en sus redes sociales. Mientras tanto, ¿quién gobierna?