Radicalización sin aislamiento: el camino hacia un nuevo consenso

27 de noviembre, 2025 | 09.45

La designación del jefe del Ejército, Carlos Presti, como ministro de Defensa, la decisión de que asuma ese cargo sin perder estado militar y de que aparezca en las fotos de gabinete vestido de fajina, no implican la ruptura del consenso democrático de 1983 sino que son evidencia de que ese pacto ya estaba roto: se plebiscitó en noviembre de 2023, donde ganó con el 56 por ciento de los votos el candidato que cuestionaba explícitamente la condena al terrorismo de Estado e instrumentaba a su favor la violencia política. Ahora simplemente estamos recogiendo los pedazos.

La buena noticia es que Milei no representa un nuevo consenso. El apoyo que recibió sigue explicándose más por el rechazo a las alternativas que por la adhesión a sus ideas. No existe, en la Argentina, un clamor mayoritario por desmantelar la escuela pública, entregar el país a Estados Unidos o votar a favor de la tortura en el comité de la ONU. La experiencia anarcocapitalista funciona, en todo caso, como los monstruos que surgen arropados por una época en la que lo viejo terminó de morir hace mucho y lo nuevo todavía es una incógnita.

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En los últimos días, tras la elección de Zohan Mamdani como alcalde de Nueva York, se viralizó una declaración de Peter Thiel, supermillonario, ideólogo de Silicon Valley, enemigo declarado de la democracia (a la que cree incompatible con la “libertad”), faro de la ultraderecha global, dueño de Palantir -la principal maquinaria de espionaje planetario-, padrino político y financista del vicepresidente de Estados Unidos, en la que observaba, con bastante sentido común, que sin participación en el capital, los jóvenes no tienen incentivos para ser capitalistas.

“Yo sería la última persona en el mundo en defender al socialismo, pero cuando el 70 por ciento de los millenials se define como pro-socialistas, debemos hacer algo más que decir que son estúpidos o privilegiados o que les lavaron el cerebro. Debemos tratar de entender por qué. La respuesta es sencilla: cuando uno está muy endeudado o la vivienda no es asequible (...) sin una parte en los beneficios del capitalismo, es posible que se ponga en su contra”, escribió Thiel en un email a Mark Zuckerberg y otros popes de Silicon Valley.

Es un diagnóstico acertado, pero tiene un detalle. No es actual. Ese email es de enero de 2020. Antes de la pandemia. Cuando Thiel escribió ese mail, Facebook y la mayoría del establishment digital estaba alineado con el Partido Demócrata. La profundización de la crisis política e institucional y el crecimiento de la ultraderecha sponsoreada por ese mismo establishment durante el último lustro no son parte del diagnóstico sino más bien la respuesta que encontraron en Silicon Valley a esa inquietud que escribió Thiel. Es más fácil “corregir” la democracia que el capitalismo.

Está claro que del otro lado falta todavía un análisis que permita poner en marcha mecanismos de la misma densidad pero sentido contrario, no anclados en la concentración de dinero/poder sino en la organización de las grandes mayorías, que son las perdedoras de este sistema. Lo que a esta altura, diez meses después de que asumiera Trump su segundo mandato y dos años después de que Milei llegara a la Casa Rosada, es que no hacer nada no es una opción. Los que creyeron que podían sentarse a esperar que esto pase hoy reconocen ese error.

James Carville es uno de los principales asesores en comunicación del Partido Demócrata desde la década del 90, autor -entre otras cosas- de la frase “La economía, estúpido”, que ayudó a Bill Clinton a ganar las elecciones presidenciales. En marzo de este año, Carville escribió una columna en el New York Times en la que recomendaba a los opositores “la maniobra política más audaz en la historia de nuestro partido: rendirse y hacerse los muertos” hasta que Trump “se derrumbe bajo su propio peso” y que la gente los "extrañe”.

Esta semana tuvo que volver sobre sus pasos y ahora propone una fórmula radicalmente opuesta: “Tengo 81 años y sé que, para muchos, llevo la antorcha de una supuesta era política centrista. Sin embargo, incluso para mí está clarísimo que el Partido Demócrata debe basarse en la plataforma económica más populista desde la Gran Depresión. Es hora de que los demócratas adopten una plataforma radical, agresiva, sin adornos, sin complejos y totalmente inconfundible de pura furia económica. Esta es nuestra única salida del abismo”, reflexionó el estratega.

Por supuesto, nada garantiza el éxito de esa transformación. Así como estaba equivocado en marzo, Carville también puede estar equivocado ahora. Pero lo que me parece que queda en evidencia con esta confesión, y que nos remite al vacío de consensos del que hablábamos al comienzo de esta columna, es que no hacer nada o buscar la respuesta en viejos manuales no es una opción. Y entonces, cuando lo viejo no funciona y no hacer nada no es una opción, entonces estás obligado a saltar para adelante. ¿Tenés plan? Buenísimo. Si no, saltá igual.

El desafío más grande para los que nos oponemos al aceleracionismo de Silicon Valley, Trump y Milei es construir una agenda “radical, agresiva, sin adornos, sin complejos y totalmente inconfundible de pura furia económica” pero que también sea atractiva para las mayorías. No solamente por la necesidad de ganar elecciones, sino también -y sobre todo- porque va a ser necesario un inmenso apoyo popular para superar las poderosas resistencias sistémicas que despertará, sin dudas, un programa de esa naturaleza.

El filósofo brasileño Rodrigo Nunes aborda esta aparente contradicción entre la urgencia simultánea por radicalizarse y ampliarse. Para Nunes, la salida pasa por “articular una visión plausible de cómo las personas podrían vivir mejor en un mundo organizado de manera diferente y ofrecer una idea de los pasos mediante los cuales ese mundo podría construirse ahora mismo, sin requerir sacrificios mucho mayores que los que ya están haciendo”. No se convence mediante debates ideológicos sino a partir de ideas concretas.

Porque, advierte, “‘radicalizar’ -en abstracto- lo más probable es que termine significando sólo la radicalización de la propia identidad”, que es “una receta para el aislamiento”. En cambio, el brasileño propone “construir alternativas que, sin temor a dar respuestas radicales a los problemas que enfrentan, no dejen de comunicar con la realidad cotidiana de la mayoría de las personas y parezcan no sólo más sensatas y deseables que lo que se tiene, sino efectivamente alcanzables bajo las condiciones existentes”.

Después de una década en el que la extrema derecha movió muchísimo hacia su campo la definición de lo posible, el camino “centrista”, el de “buscar un compromiso en estas condiciones”, implica “seguir fingiendo que las cosas pueden volver a ser como antes” y por lo tanto “perder un tiempo que ya no tenemos y garantizar que pronto viviremos en un mundo donde los desastres naturales, los conflictos sociales y la represión sin precedentes será la nueva normalidad”. Por eso, plantea, “es necesario redefinir qué se entiende por ‘realista’ y ‘posible’”.

Para Nunes, “transformar el límite de lo posible es el objetivo mismo de la política” y eso fue lo que pudo hacer con éxito la derecha en la última década. Revertir ese proceso va a requerir de “una noción de radicalidad distintas que la afirmación intransigente de su propia identidad”, que pueda mover la ventana. Para hacer política no basta con querer: es necesario calcular las mediaciones. Para hacer política transformadora, sin embargo, tampoco basta con calcular las mediaciones. Siempre es necesario calcularlas hacia arriba, tensarlas, llevarlas al límite”.

“Nadie es radical en términos abstractos, un radicalismo de este tipo es meramente estético, la performance de una identidad”, concluye. “Ser políticamente radical es ser radical en relación con una situación concreta. No se trata de demarcar una posición independientemente de cualquier contexto, sino descubrir aquí y ahora cuál es la posición más transformadora capaz de conquistar la máxima adhesión y producir los mayores efectos, para que, en un momento futuro, sean posible mayores y mejores objetivos”.

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Nicolás Lantos

Nací en 1983 y viví casi toda mi vida en la ciudad de Buenos Aires, donde nunca voté a un candidato ganador. Trabajo como periodista desde 2005 en diarios, revistas, publicaciones digitales, radio y tevé, aunque más de una vez estuve a punto de dejar todo y ponerme a atender un bar. Especializado en análisis político nacional e internacional, cubrí desde la primera línea tres campañas presidenciales en Argentina (2011, 2015, 2019) y una en los Estados Unidos (2016). Antes de sumarme a El Destape y a lo largo de quince años de carrera colaboré en medios y plataformas locales e internacionales, entre los que se destacan Página 12, Radio Nacional, América TV, revista Los Inrockuptibles, Rock & Pop, Radio América, Posta, Yahoo Argentina, Vice News (España) y La Diaria (Uruguay).

Highlights:
1) Hice que Reutemann “se recontrameta en el culo” su candidatura presidencial en 2009,
2) predije el triunfo de Trump,
3) una vez Chávez me dijo que me parecía al Che.

Mi apellido se pronuncia como se lee. Soy hincha de Boca. Toco en una banda que se llama Krupoviesa.