Cansados, pero felices, gran parte de los 25 científicos de diversos institutos del Conicet que protagonizaron la campaña al cañón Mar del Plata, emitida por streaming en tiempo real durante 21 días, ya están de regreso en el Museo Argentino de Ciencias Naturales de Parque Centenario. Con ellos, llegaron en camión cientos y cientos de contenedores con las muestras recogidas a hasta 3900 metros de profundidad gracias al vehículo robótico (ROV) Subastian, cuyas cámaras nos transportaron a un mundo desconocido y poblado de extrañas formas de vida que se nos aparecían como de otro planeta: organismos transparentes, luminosos, ondulantes que recibieron entre 16 y 18 millones de visualizaciones, una cifra sin precedente que incluso llamó la atención de los principales medios del mundo; entre ellos, The New York Times, The Guardian, El País, la Deutsche Welle y noticieros de la TV francesa.
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“El Schmidt Ocean siempre hace estas transmisiones como parte de las campañas que realiza en el mar, pero hasta ahora alcanzaban las 4000 o 5000 visualizaciones –contó en una conferencia de prensa Daniel Lauretta, jefe científico de la expedición que fue seguida por personas de todas las edades y dominó la conversación pública en bares, gimnasios, escuelas, reuniones familiares y hasta recitales durante tres semanas. A tal punto, que el comentario habitual era que cuando no estaban transmitiendo (porque el ROV no estaba sumergido), se los extrañaba.
Pero más allá de su repercusión masiva, la exploración constituyó un hito científico. Permitió descubrir unas 40 o 50 nuevas especies (de unas 400 o 500 que deben existir en esas profundidades) y ver por primera vez ecosistemas completos en vivo, en su medio natural.
“Esta expedición fue una experiencia única y me siento honrado de haberla compartido con colegas con los que vengo trabajando desde hace una década –confesó Lauretta, que atribuyó los logros a que lo hicieron de forma horizontal, sin diferencias jerárquicas. “Todos tuvieron un rol fundamental y contribuyeron para que fuera exitosa”, agregó.
El Grupo de Estudios del Mar Profundo Argentino (Gempa) explora esa región situada en el Atlántico Sur, a 300 km de la costa de Mar del Plata, desde comienzos de la segunda década del siglo. Había hecho tres campañas (Talud Continental I, II y III, a bordo del Buque Oceanográfico Puerto Deseado, del Conicet), pero luego se habían visto obligados a suspenderlas por falta de financiamiento. La expedición “Underwater Oases of Mar Del Plata Canyon: Talud Continental IV”, fue posible gracias a que su proyecto fue seleccionado por la fundación Schmidt Ocean Institute. Ellos proveyeron el buque Falkor (too), provisto de tecnología de última generación y de un vehículo operado en forma remota capaz de capturar imágenes submarinas en ultra alta definición y recolectar muestras del océano profundo sin alterar el entorno. En las oportunidades previas, las muestras se habían recogido con redes y rastras. Esta fue la primera vez que pudieron ver el fondo marino en alta definición.
De acuerdo con un comunicado del MACN, a una profundidad de mil metros vieron arrecifes de coral como Bathelia candida, una especie de coral pétreo que forma hábitats. A 1500 metros, encontraron un extenso campo de Anthomastus sp. rojo, coral blando de aguas profundas. También vieron nuevas especies de anémonas de mar, pepinos de mar, erizos de mar, caracoles, corales y crinoideos, entre otros.
Confirmar con certeza las nuevas especies llevará tiempo y no es sencillo. “Hay casos en que para estar seguros de que una especie es nueva hay que poder comparar el espécimen con un único ejemplar que está en un museo de Rusia, que no sabemos cuál es –explicó Lauretta–. Eso lleva tiempo y dinero, pero esperamos poder tener una lista bastante completa en alrededor de un año”.
La etapa que viene ahora ocurrirá en el laboratorio: tendrán que reconocer las especies, describirlas, hacer comparaciones para encontrar su lugar en “el árbol de la vida”, un proceso que puede tomar meses o años. “En cuanto a los primeros resultados de microplásticos y carbono azul, van a llevar al menos seis meses –explica Lauretta–. Lo que estimamos que va a tomar más tiempo será analizar las doscientas horas de filmación que trajimos registradas”. A partir de las imágenes, se pueden extraer datos cuantitativos sobre la abundancia (o no) de las especies y así estimar si se trata de un ecosistema vulnerable, información vital para estudios de impacto ambiental.
Con respecto a la contaminación, aunque encontraron algunos objetos, todo indicaría que deben haber caído de barcos y que no es basura llegada desde la costa, lo que es “algo bueno”, mencionaron los científicos. De todas maneras, destacó Valeria Teso, también integrante de la expedición, tienen previsto analizar las muestras de sedimentos que trajeron para compararlas con las que habían tomado en 2012 y 2013.
“Cerca de la mitad del país está sumergido bajo las aguas del Océano Atlántico y esos fondos están llenos de recursos que aún desconocemos –afirmó Lauretta en el comunicado del MACN–. Campañas como la que acabamos de terminar son fundamentales, porque esas zonas no se pueden ver desde el aire con imágenes satelitales o drones. Sí o sí se necesitan barcos e instrumentos como el ROV, que nos permitió ver la fauna viva in situ y su distribución. El océano profundo es un lugar inmenso”. Y adelanta que piensan seguir estudiando los cañones para tener un conocimiento global de la fauna en aguas profundas y poder tomar decisiones sobre las actividades humanas que se puedan realizar en esas zonas a futuro. “Si volviéramos a ir, seguiríamos encontrando nuevas especies, porque lo primero que se ve es lo que resulta más abundante”, aclaró.
Por su parte, Martín Brogger, del Instituto de Biología de Organismos Marinos y también miembro del grupo, destacó que “cada nueva campaña nos muestra lo mucho que falta por aprender y refuerza la necesidad de continuar con estos estudios. Caracterizar estos hábitats es un paso esencial para valorar y proteger la biodiversidad marina de nuestro país y, al mismo tiempo, para inspirar a que nuevas generaciones de científicos continúen este camino”.
“En la Argentina, el estudio del mar profundo resultó siempre un desafío, tanto por lo costoso de la tecnología que se necesita para estudiarlo, como por la distancia a la que está de la costa –agregó Mariano Martinez, investigador del MACN que también integró el equipo de la expedición científica–. La oportunidad de tener todo eso al alcance y compartirlo, gracias al convenio entre el Conicet y el Smith Ocean Institute, fue increíble. Nos permitió dar a conocer la riqueza y hermosura de la fauna que tiene nuestro país, en un lugar tan particular e inexplorado”.
En la expedición participaron cuatro generaciones de científicos. “Fue un momento de una exaltación y una alegría inmensa –dijo Pablo Penchaszadeh, el “patriarca” del grupo, ya que dirigió la tesis de una decena de los integrantes, y se sumó como artista invitado–. Lo único que las oscureció fue que a una de las doctorandas se le terminó la beca del Conicet mientras estábamos en alta mar. Fue una tristeza inmensa, porque el trabajo científico requiere continuidad, es una cadena muy vulnerable y estas cosas la pueden romper”.
En esta expedición participó un equipo multidisciplinario integrado por más de treinta científicos, en su mayoría del Conicet, incluyendo el Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, el Instituto de Biología de Organismos Marinos (Ibiomar), el Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Iinmyc, Conicet- Universidad Nacional de Mar del Plata), el Instituto de Biodiversidad y Biología Experimental y Aplicada (Iba, UBA-Conicet), el Centro Austral de Investigaciones Científicas (Cadic) y el Instituto de Diversidad y Ecología Animal (IDEA, Conicet-Universidad Nacional de Córdoba). También participaron investigadores de la Universidad Nacional de La Plata.
En los próximos meses, el Falkor volverá a navegar con equipos argentinos en la Patagonia y en aguas profundas frente a la costa de Buenos Aires.