Del trading al narco en el caso del triple femicidio: el camino roto de los varones jóvenes

El caso de Matías Ozorio, principal cómplice de Pequeño J en el triple femicidio, refleja la problemática de una generación marcada por la precarización, la deuda, el abandono estatal y la ilusión del ascenso económico sin una red.

04 de octubre, 2025 | 19.00

Matías Agustín Ozorio fue señalado en los últimos días como el principal cómplice del jefe narco Tony Janzen Valverde Victoriano, más conocido como “Pequeño J”, imputado por el triple femicidio de Florencio Varela. Pero la trayectoria biográfica de este joven de 28 años expone una trama que excede el caso y se convierte en sintomática de toda una generación marcada por la precarización laboral, el deseo de ascenso individual, la ilusión del dinero rápido y fácil, y la violencia criminal como último recurso cuando no hay horizonte.

De camillero a “trader”

Matías Ozorio trabajaba como camillero en el Hospital Italiano, pero dejó su trabajo estable y en blanco en busca del sueño de vivir sin trabajar por un salario y volverse millonario a través de las apuestas y el mundo de las finanzas. En muchos países del mundo se advierte esta tendencia con preocupación: jóvenes que deciden dejar el colegio, no estudiar una carrera, o renunciar a sus trabajos para dedicarse tiempo completo a apostar o ser traders de criptomonedas. Para ello decidió sumarse a la academia Revolution, liderada por un influencer de finanzas conocido como Cristian Díaz cuya sede está ubicada en la Torre de la Naciones de Tigre. Dicha institución comparte contenido en redes y promete formar a sus alumnos y alumnas para ganar dinero en el mundo de las criptomonedas. Paradójicamente, el líder de este espacio fue denunciado por estafa el 4 de junio por la propia Comisión Nacional de Valores (CNV).

Allí se inició en su carrera como “trader” y, como muchos otros, creyó en las ideas de la libertad y la autonomía financiera para generar dinero sin jefes, sin horarios establecidos, y sin depender de nadie, promocionadas en redes sociales. Los jóvenes son atraídos inicialmente por lo económico, pero el proceso de identificación prende a partir del refuerzo permanente de valores sociales como la hiper individualización, la competencia, y el éxito personal por sobre lo colectivo. Aquí la libertad es entendida exclusivamente como un estilo de vida de autonomía sin dependencias, dado por una capacidad de consumo exuberante y un desapego de la comunidad. Las herramientas de inversión y técnicas financieras que incorporan en dicho mundo son dispositivos de subjetivación, los cuales moldean emociones, deseos, y formas de ver la realidad donde el riesgo aparece como la condición indispensable para salir adelante.

Según sus familiares Matías era “un buen chico” y no saben cómo terminó convirtiéndose en un referente narco. Lo que sí saben y relataron es que Ozorio estaba muy endeudado. No solamente había invertido sus ahorros en la criptomoneda $LIBRA, estafa piramidal promocionada por Javier Milei a través de su cuenta de X que en pocas horas captó a cientos de jóvenes, pequeños ahorristas y especuladores con la promesa de rentabilidades imposibles, sino que además había recibido dinero de terceros, que confiaron en él como trader. La presión por sus compromisos lo empujó a involucrarse y exponerse a circuitos ilegales de dinero rápido y fácil como el narcotráfico. Lo que empezó como ilusión de independencia económica terminó en deuda, violencia y dependencia del crimen organizado.

El quiebre del trabajo como organizador social

La historia de Ozorio conmociona por el grado de violencia que involucra la tortura y femicidio de Brenda, Morena y Lara. Sin embargo, parte del camino que recorrió hasta el femicidio no se trata de una excepcionalidad o rareza. Por el contrario, refleja un fuerte cambio estructural que hoy atraviesa la vida de millones de jóvenes, principalmente varones, en Argentina y gran parte de América Latina. Durante décadas, el trabajo formal funcionó como organizador central de la vida social y la familia en un modelo sólido con horizontes socioeconómicos predecibles. En ese contexto fue clave la imagen del varón proveedor y el rol de la masculinidad: generaba ingreso, prestigio y reconocimiento social. Ese rol estructuraba una identidad en el marco de un modelo social seguro.

Dicho modelo social, que generaba condiciones para el ascenso a través de la carrera en un empleo estable, llegó a su fin junto con el siglo XX y la llegada de la modernidad líquida. En su lugar se instaló el paradigma neoliberal que vulnera particularmente a las nuevas generaciones: “uberización”, informalidad, precarización, desocupación juvenil, fragmentación y soledad. El trabajo ya no garantiza estabilidad, autonomía, ni futuro, y sin ese marco, la masculinidad entra en crisis: ¿cómo sostener el mandato si el mercado laboral no lo permite y el Estado no acompaña los proyectos de vida?

Los “cripto-bros”: ilusión de libertad y ascenso

En el vacío post ruptura del modelo laboral emergen nuevas figuras sociales como los “cripto-bros”, grupo conformado mayormente por varones menores de 30 años, cuya narrativa estereotipada se basa en la exposición permanente de bienes, dólares, su lugar de vivienda, sus viajes y lujos. Para ello los influencers financieros comparten en sus redes técnicas y estrategias vinculadas al mundo de las finanzas como inversiones, apuestas, criptomonedas, o bitcoins, e invitan a otros a sumarse. Estos personajes del ecosistema digital encarnan una nueva subjetividad masculina de época atravesada por el mandato del éxito ostentoso y consumos caros como autos importados, viajes, y exclusividad.

En sus discursos se presentan como innovadores, disruptivos, libres, ajenos a la “esclavitud” del empleo asalariado y las 8 hs de oficina. La formación de estos jóvenes no responde a las categorías de profesionalización enmarcadas en el plano educativo formal o a las instituciones tradicionales como, por ejemplo, las universidades. La educación formal o gastar años de la vida para conseguir un título universitario significan una suerte de sumisión y pérdida de tiempo. La Academia Revolution, denunciada en junio por estafa por el ejecutivo nacional, forma parte de este entramado que promete a los jóvenes un camino de ascenso económico y social inmediato en el mundo de las finanzas, el trading, y las apuestas online.

El fenómeno, no casualmente, se profundizó en los últimos años a partir de la instalación del discurso libertario que glorifica la autonomía individual y la desregulación del Estado: “hacer tu propio camino”, “ganar sin depender de nadie”. Sin embargo, esconde un lado perverso y cruel por el que el individuo termina siendo pleno responsable de sus actos, de sus resultados, de su éxito o fracaso, por lo que si perdés dinero o no podés, es tu culpa. La promesa de éxito es seductora, pero en la práctica no es tan sencillo y puede conducir a las personas a caer en comportamientos como estafas piramidales, ludopatía, endeudamiento y la pérdida sostenida de dinero. La caída del espejismo digital al mundo real puede ser dura, y en ese vacío material se cuelan negocios como el narco que funcionan hoy como una institución alternativa en territorios donde el mercado expulsa y el Estado y las políticas públicas se retiraron. El narco aparece como institución empleadora, organizadora, y como marco de reconocimiento, pertenencia, poder y capital social de poblaciones que de otra manera no lo consiguen.

El narco como institución alternativa

La narco cultura encaja perfectamente en la subjetividad de estos jóvenes porque ofrece un modelo de homosociabilidad heteropatriarcal intensa, exacerbada, llena de símbolos de ostentación, vestimenta costosa, música de narcocorridos dedicada a ellos, etc. Esos capitales permiten poner en marcha una performance de prácticas, creencias, actitudes y símbolos asociados a dicho universo. Con lo cual de alguna manera la pertenencia constituye un dispositivo material y simbólico de reconfiguración de una masculinidad rota y una vida fragmentada: armas, violencia, poder sobre otros, control territorial, respeto. Pareciera que el valor perdido y el estatus en una sociedad que no encuentra rol para sus jóvenes caídos del mapa se recupera en el crimen organizado, aunque sea a un precio altísimo y sin medir las consecuencias.

Si bien el trayecto de Ozorio no es lineal ni inevitable, resulta paradigmático e ilustrativo de lo que actualmente se vive y respira en los barrios. Deja en evidencia cómo la precarización y el abandono del Estado, combinados con la ilusión de riqueza rápida y la ausencia de horizontes, abren un camino alternativo donde la violencia aparece como única forma de existencia. El triple femicidio de Florencio Varela no puede leerse solo como hecho policial sino como síntoma de una fractura social previa, donde el ajuste, la desigualdad y el vaciamiento estatal amplifican y generan subjetividades atrapadas entre la deuda y el delito.

Si la política argentina, en todos sus estratos, no recoge el guante de sus efectos e interviene, el narco seguirá ocupando ese lugar. El desafío del campo nacional y popular debe ser la reconstrucción del contrato social, y para eso el foco debe estar en crear un horizonte posible y deseable para los jóvenes que devuelva la imagen y el derecho al futuro. Políticas de empleo con derechos, educación crítica sobre los espejismos financieros, y espacios comunitarios que otorguen pertenencia más allá del consumo.