Los alquimistas buscaban la piedra filosofal, legendario compuesto químico del que se decía que podía convertir plomo en oro o plata, que era capaz de rejuvenecer y hasta de ofrecer la inmortalidad. Lo mismo podría decirse de la lectoescritura: está en la base de todo conocimiento, puede transformar oro en plomo (o a la inversa), mantenernos jóvenes gracias al aprendizaje continuo y, en algunos casos, ofrecernos la inmortalidad… Pero a pesar de ser el núcleo vital de la civilización humana, tanto en la Argentina como en otros países se advierte un deterioro alarmante de las capacidades de los más pequeños en ese terreno. Lo documentan las pruebas internacionales, y lo comprueban maestros, profesores y empleadores. La triste realidad es que los jóvenes cada vez leen con más dificultad y, en gran medida, no entienden lo que leen.
“No hace mucho trabajé con el ejército en la isla francesa de Mayotte, en el Océano Índico –cuenta Cassandra Potier Watkins, investigadora norteamericano-francesa del Collège de France, de París, en el equipo liderado por Stanislas Dehaene, titular de la cátedra de Psicología Experimental de esa institución creada en 1530 y uno de los mayores expertos mundiales en las bases neuronales de la lectura–. Reciben voluntarios de entre 18 y 25 años, y registran un 60% de analfabetismo. Me di cuenta de que allí los jóvenes ya no tienen la cultura de ir a tomar un café y leer el periódico para saber qué está pasando en su isla. Los diarios locales desaparecieron y todo está en el teléfono. Cuando recién se difundieron la internet y las redes sociales, creímos que los chicos iban a estar expuestos a mucha más lectura. Pero en lugar de leer, miran videos. Y eso me preocupa, porque tal vez nos hayamos internado en un extraño desierto donde no estamos expuestos a las palabras. Todo se puede hacer mediante video y audio, ni siquiera se envían mensajes escritos. Los niños los graban. Creo que hay muchas cosas buenas en las redes sociales, pero espero y deseo que las escuelas sigan siendo un lugar donde los libros existan, y sean atesorados y honrados. Desafortunadamente, en nuestro mundo es mucho más fácil ver videos que leer el periódico o libros”.
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Y completa la argentina Melina Vladisauskas, doctora en biología egresada de la UBA y ahora investigadora posdoctoral en el mismo instituto: “Esto establece un círculo vicioso, porque si no sabés o no tenés hábito de leer, vas a preferir no hacerlo”.
Ambas, Potier Watkins y Vladisauskas, estuvieron la semana pasada en Buenos Aires como parte de una visita a América Latina, donde lanzaron programas para aprender a leer y escribir con un método desarrollado en el laboratorio francés a partir de las evidencias más sólidas reunidas por la ciencia en los últimos años. Llamado Kalulu, propone un enfoque ciento por ciento basado en la fonética explícita; es decir, ir enseñando las letras a partir de sus sonidos (fonemas) y luego combinarlas. Todo concebido para “armonizar la enseñanza con el funcionamiento natural del cerebro”. El programa, cuyos materiales se encuentran online, y son de uso libre y gratuito, incluye una serie de libros de aprendizaje especialmente pensados para captar la atención de los chicos y facilitar el aprendizaje a través del juego, una aplicación que se puede descargar al teléfono con ejercicios interactivos y cartas para consolidar las competencias de lectoescritura mediante juegos grupales. Se puede acceder a una versión en español en el sitio https://kalulu.excellolab.org/.
Las investigadoras ya iniciaron ensayos en la ciudad de Cambé, Brasil, y Risaralda, Colombia, donde miles de chicos aprenderán a leer y escribir con este método. Dado que tienen una versión en español, la idea es ponerlo en práctica también en la Argentina, y para eso ya están hablando con posibles interesados.
“Hace un tiempo que trabajamos en el laboratorio sobre la neurociencia del aprendizaje de la lectura y la matemática –explica Potier Watkins–. Pero como era difícil mantener las líneas de investigación, en 2022 lanzamos en el ámbito del Collège de France la iniciativa Agir pour l’éducation [Actuar para la educación], para poner la ciencia al servicio de los maestros desarrollando herramientas de uso libre (open source) para mejorar sus métodos de enseñanza”.
Desde el Consejo Científico que asesora al presidente Macron (también dirigido por Dehaene), los científicos comparten además sus ideas con el sistema educativo. Por ejemplo, rediseñaron las evaluaciones nacionales y aconsejaron no tomarlas a fin de año. “¿De qué le sirven al maestro o a la maestra cuando terminan las clases –se pregunta la científica–? Ellos sólo sienten que están siendo juzgados. Logramos que las hicieran al comienzo del año y de ese modo los profesores pueden saber cuál es el nivel de los estudiantes y sobre qué deberían trabajar. En primer grado, las hacemos a mitad de año, como una suerte de chequeo a través del cual la maestra puede ver el progreso de sus alumnos y seguir trabajando en aspectos puntuales. Eso cambió un ciento por ciento su utilidad, porque en lugar de sentirse puestos a prueba, se dieron cuenta de que los ayuda a entender mejor los avances de sus alumnos y actuar un poco como investigadores. Además, reciben los resultados al cabo de dos semanas, para que no lleguen cuando ya ni se acuerdan de lo que hicieron”.
De acuerdo con las investigadoras, el método que probó ser más efectivo para aprender a leer es el fonético; es decir, enseñar el código alfabético de cada lenguaje, en contraste con el “global”, que les presenta palabras completas suponiendo que los chicos van a dilucidar a través de la práctica qué sonido corresponde a cada letra. “Hay que darles a sus cerebros el código para el algoritmo y al mismo tiempo desarrollar la comprensión –destaca Potier Watkins–. Eso, a temprana edad hay que hacerlo a través del lenguaje oral, leyéndoles historias, hablándoles con mucho vocabulario, cantándoles, leyéndoles poesía… La neurociencia nos muestra que hay que combinar estos dos factores, que enseñar a leer es darles a tus circuitos del lenguaje una ruta a través del sistema visual. Podría decirse que cuando uno aprende a leer está usando sus ojos para escuchar. Y si el chico ya conoce estas palabras y tiene una buena comprensión oral, las va a entender también cuando lea. Trabajar en la comprensión oral mejora la comprensión escrita”.
También afirman que los chicos deberían ser capaces de leer y escribir sus primeras palabras en la primera mitad del año para luego pasar a leer y producir textos con distinto nivel de dificultad. “Los chicos nacen preparados para adquirir el lenguaje –explica Potier Watkins–. Uno no le dice a sus hijos ‘esto se llama de esta forma y esto otro, de tal otra’. Lo aprenden solos, es algo para lo que nuestro cerebro está equipado. No es el caso de la lectura: hay que enseñarles en forma explícita, pero luego funciona muy bien porque se conecta con los sistemas neurolingüísticos que ya están activos y son innatos”.
El método Kalulu, que estará en versión ‘argentina’ aproximadamente dentro de un mes, puede ser adaptado en un par de semanas. “Nuestra meta es preguntarles a los maestros y maestras si quieren probarlo, y tendremos tests online que podrán utilizarse a modo de evaluación previa y posterior –comenta Potier Watkins–. Van a poder ser sus propios investigadores y fijarse si funciona o no. Tenemos pensado desarrollar una plataforma centralizada en la que se podrán subir los datos para verificar si el progreso que hace cada grado es el esperable”.
“Algo importante para tener en cuenta es la progresión [del aprendizaje] –subraya Vladisauskas–. Para eso tenemos una app que les ayuda a los chicos a repetir y practicar todos los grafemas [unidades de la escritura] y fonemas [unidades fonológicas] por pares. Es completamente libre y gratuita, y puede utilizarse tanto en la clase o con los padres en los celulares. Pero además hay juegos de mesa para que si no tienen una tablet o un teléfono digital puedan trabajar con sus compañeros. Es algo muy flexible. La idea es que se enseñen dos pares [grafema y fonema] por semana y que se practiquen. También proveemos un librito para el docente, videos y diferentes estrategias para hacer las prácticas en el orden que se elija para organizar la clase de acuerdo con el propio estilo”.
Kalulu ya fue sometido a prueba en una intervención en gran escala realizada en Francia. “Observamos mejoras en la velocidad de la lectura, la fluidez, el reconocimiento de fonemas y la comprensión –detalla Potier Watkins–. Algo interesante fue que notamos que los chicos que dominaban más rápido el código también comprendían más rápido. Y cuanto más rápido pasaban por la parte ‘aburrida’ de aprender el alfabeto, más velozmente podían entender lo que estaban leyendo”.
Para la científica, una de las confusiones más difundidas tiene que ver con lo que significa “comprender” lo que se lee. “La comprensión comienza con el vocabulario oral, que es algo que los chicos aprenden desde que nacen si se los expone a historias, canciones y se les habla mucho –explica–. Estos, cuando empiezan a leer, tienen el cerebro lleno de palabras, sintaxis e ideas. Por otro lado, hay chicos que desafortunadamente no tienen esta oportunidad. Para mejorar la comprensión, los maestros tienen que ofrecerles palabras, canciones y semántica en la clase. La lectura, por su parte, se va a nutrir de lo que los chicos absorben oralmente, del vocabulario que tienen en sus cabecitas. Pero si uno pasa por alto la parte de la decodificación, no van a incorporar la lectura aunque entiendan el lenguaje oral”.
Acerca de si las redes sociales y los teléfonos celulares enriquecen o conspiran en contra del aprendizaje opina: “Son herramientas que deberían permitirnos ser más productivos y facilitarnos la vida, como una máquina de lavar. Pero ahora, en lugar de ser herramientas, se convirtieron en una diversión. Espero que la escuela vuelva a hacernos ver que los teléfonos son instrumentos para ayudarnos a aprender”.
Y concluye Vladisauskas: “Lo peor de insistir con métodos que no están dando los resultados esperados es que los chicos más perdudicados son los más desaventajados. Aquellos cuyos padres no tienen tiempo para dedicarles ni dinero para pagar tutores, que carecen de libros e historias en sus casas”.