La Laguna de Rocha, es un humedal de 1400 hectáreas en Monte Grande que funciona como uno de los pulmones verdes más importantes del sur del Conurbano. Allí conviven más de 160 especies de aves, entre ellas cisnes, garzas y chajás, además de tortugas, anfibios, mamíferos e insectos que encuentran en este ecosistema un refugio indispensable.
La caminata hacia los espejos de agua exige botas, paciencia y cierta resignación a despedirse de las zapatillas. Los pastizales largos y duros recuerdan que, antes de ser reserva, el área estuvo destinada a cultivos de soja. Hoy, en cambio, funciona como aula a cielo abierto.
La Laguna de Rocha: entre mitos, memoria y verdades
En uno de los bosquecillos de tala y eucaliptos, donde también llegan vecinos a tomar mate, se acumulan troncos quemados y restos de construcciones improvisadas. Allí se filmaron publicidades, documentales y hasta producciones de bajo presupuesto que dejaron cicatrices visibles. Pero la zona también guarda marcas más profundas.
En los terrenos que rodean la laguna funcionaron dos centros clandestinos de detención. Durante un recorrido guiado, una visitante reconoció el sonido del lugar pese a no haber estado allí “libre” nunca, había pasado por uno de esos espacios durante su secuestro. Esa memoria subterránea alimenta relatos sobre presencias, gritos o misterios que aún hoy circulan entre quienes caminan el humedal.
Lo que antes era un único gran espejo de agua hoy está dividido en cuatro, consecuencia de obras y terraplenes construidos por empresas privadas. La altura inusual de las totoras, de hasta dos metros, es materia de estudio de universidades que investigan por qué prosperan de manera tan singular. Bajo los juncos, el barro espeso y oscuro desprende un olor penetrante, signo de aguas estancadas y de un ecosistema que intenta sobrevivir a la presión urbana.
