La provincia de Buenos Aires es el destino perfecto para las personas que buscan desconectarse por un rato de la ciudad y el caos: allí hay pueblos que parecen pensados para relajarse.
Así es el caso de este rincón bonaerense que te invita a una escapada distinta: caminatas, construcciones antiguas y la calidez de su gente. Conocé todos los detalles al respecto, en esta nota.
Escapadas: el pueblo con 100 vecinos y una paz que atrapa a quien lo visita
A poco menos de 200 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, en el partido bonaerense de Alberti, se esconde una joyita llamada Villa Grisolía o Achupallas, un paraje pequeño, pero con una historia particular y una tranquilidad que enamora.
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Con apenas 100 habitantes y una estación de tren que dejó de funcionar hace décadas, este rincón de la Provincia se transformó en un destino ideal para quienes quieren pasar un día distinto, entre caminatas y paisajes rurales.
Lo primero que llama la atención al conocer este lugar es su doble nombre. Aunque oficialmente se llama Villa Grisolía, muchos lo conocen como Achupallas, tal como figura en el cartel de entrada. Esto se debe a que, si bien el nombre original se remonta al siglo XIX y es un homenaje a Pascual Grisolía, un estanciero que fundó el pueblo, al lotear sus tierras en 1909, se construyó una estación de tren que llevó otro nombre: Achupallas. Con el tiempo, ese nombre ganó popularidad entre quienes llegaban o se iban en tren.
En su época de esplendor, el pueblo llegó a tener unos 1500 habitantes. El tren funcionó desde 1911 hasta 1977 y fue un motor clave, al igual que una fábrica de tejas muy activa hasta fines de los 70. Pero con el cierre de ambas, la población fue disminuyendo y el pueblo se convirtió en ese lugar donde el tiempo parece haberse detenido.
Actualmente, Achupallas o Villa Grisolía ofrece un paseo distinto, donde lo simple se convierte en valor. Las construcciones antiguas, algunas rancherías de barro y la icónica estación de tren son parte del recorrido obligado.
También se puede visitar la Capilla Nuestra Señora de Luján y, para cerrar la visita, nada mejor que El Boliche de Moro. Se trata de un pequeño bodegón, es el corazón del pueblo, donde se puede comer, tomar algo y, quizás, sumarse a alguna de las peñas que organizan los vecinos