“Me enamoré del pueblo”, afirmó Paula Ares, la actual anfitriona y restauradora de “La Pituca”, un restaurante ubicado en medio del campo. Todo lo hizo con la intención de devolverle la vida a Ramón Biaus y honrarlo y lo logró: cada fin de semana recibe a decenas de visitantes para compartir un buen asado y productos regionales.
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El lugar abrió sus puertas en lo que fue un antiguo almacén de ramos generales que abastecía al pueblo, llamado “Casa Báez”. “Reconstruimos una vieja casona que estuvo cerrada por más de 50 años”, comentó Paula, y, entusiasmada, agregó: “Era un tesoro increíble, teníamos que darle una segunda oportunidad”. Tras dos años y medio de reformas, en los que cambió toda la instalación eléctrica y renovó el techo en su totalidad, logró convertirlo en su casa y, a la vez, en una parrilla. “Lo haría cien veces más, porque cada día que me levanto en “La Pituca” es una verdadera alegría. Es una joya donde vivo”, sostuvo.
Paula era de Ramos Mejía y, tras tomar un trabajo de venta de silobolsas, comenzó a recorrer la Provincia de Buenos Aires en busca de clientes. Poco a poco fue haciendo amigos que la llevaron a la peña que Ariel Canepa organizaba en su propia casa y se enamoró. “Yo lo ayudaba y, así, me metí en la noche campesina, para conocer más de sus vidas en el campo”, recordó sobre los primeros encuentros con su pareja, originario de Ramón Biaus y parte fundamental del proyecto. Anecdóticamente, contó que ella quería incorporar en el menú salame de picado fino y fiambres de la ciudad, pero su novio le recomendó no hacerlo porque nadie lo iba a comer. ¿La razón? En el pueblo, cada uno hace su propio fiambre: “así empecé a entender cómo era su idiosincrasia”.
“La Pituca” destaca por su nombre y su origen causa inmediata curiosidad. Está bautizada en honor a la verdadera Pituca de Ramón Biaus, apodo con el que los del pueblo conocían a Gladis Barbato, la mamá de Ariel. Desde un principio, Paula quedó encandilada por su belleza y, luego, por su vida e historia. En su casa de campo, Gladis recibía a todos con sus recetas caseras de pan, ravioles, matambre y más. Según cuentan los vecinos, era una mujer amorosa, trabajadora, con una belleza innegable y que, también, amaba profundamente a sus tres hijos, a quienes transmitió todo su conocimiento de cocina y del campo.
Si bien Paula nunca llegó a conocerla, la conexión entre ellas es muy fuerte: “A mí me inspira este ejemplo de mujer”, confesó la actual dueña de la parrilla y destacó la forma en que vivían en el pasado: sin tecnología y sin demasiadas cosas. Incluso, comentó que La Pituca confeccionaba sus propios vestidos, a la vez que mantenía su huerta: “antes todo era a pulmón y fuerza”. “Pero me parece que está buenísima esta combinación del ayer con el hoy y todo lo que nos trae eso. Para mí son recuerdos de la niñez, de cuando estábamos con nuestros abuelos”, aseguró emocionada.
El restaurante sobresale entre otros por su menú de asado libre, picada regional y, también, por su estética. Cada espacio está adornado con objetos antiguos, pintadas con la técnica de fileteado, vinos y carteles de chapa. Afuera, una carretilla refuerza la ambientación de campo y, por dentro, la historia del viejo almacén se hace presente con los muebles originales. Una foto de La Pituca y las flores de su jardín adornan el lugar, junto a su palo de amasar original.
La atención de Paula y Ariel es otro de los aspectos más valorados: “Siempre voy por cada mesa, les pregunto de dónde vienen y les agradezco por venir”, contó la dueña. Entre risas, aseguró: “Algo bueno habré hecho en mi vida para tener este premio, porque después de que se va la gente, yo me quedo disfrutando el atardecer y tomando mate, pensando en qué hacer la semana siguiente”.
La emoción abunda entre quienes llegan al pueblo y, con llantos alegres y abrazos, le dicen a Paula: “Vos me hiciste pisar el mismo lugar al que yo venía con mi abuela, con mi papá, con mi mamá”. Los recuerdos se renuevan constantemente: hijos e hijas llevan a los padres, antiguos habitantes de Ramón Biaus, a “La Pituca”. “Somos puente de recuerdos lindos, se genera amor con cada visita”, afirmó.
Con este proyecto lograron impulsar el turismo rural: “Así el pueblo crece y se crean puestos de trabajo”, explicó Paula, quien recibe todos los fines de semana y feriados a comensales que buscan disfrutar de un auténtico día de campo. No sólo se potencia la economía, sino que también se fomenta la vida en la región: así fue como un visitante terminó mudándose a Chivilcoy, cerca de Ramón Biaus. Inspirada por esta historia, la actual dueña del restaurante compartió un mensaje para quienes piensan en mudarse al campo: “Siempre digo que lo hagan y no lo piensen tanto, que se animen. Yo no vine con plata, cambié un auto por dos terrenos y empecé a trabajar. Al principio vendía una sola empanada y hoy estoy haciendo un hotel”.
La naturaleza fue lo primero que enamoró a Paula y lo que la convenció vivir en este destino; aseguró que cada vez que lo visitaba pensaba, casi como un mantra, que quería que esa calle de tierra y los animales que la transitaban sean su camino de regreso a casa. “Es un pueblo de 130 habitantes, muy tranquilo, se escucha el sonido de los pájaros”, contó la actual dueña del restaurante y agregó que está parquizado, bien cuidado y que conserva su encanto de propiedades antiguas: tiene una iglesia, plaza y una vieja estación de trenes. “Ramón Biaus te ayuda a parar, a bajar sesenta cambios y te invita a conectarte con la tierra y los sabores del campo”, dijo. Además, destacó la amabilidad y cercanía de sus vecinos: “Todo el mundo te saluda y te esperan para tomar mate; más allá de los típicos quilombos, todos se interesan por el otro