Ballenas muertas en ríos: qué hay detrás del fenómeno que se replicó en Zárate y Vicente Lopez

Investigadores del CONICET y expertos en fauna marina analizan las posibles causas y los riesgos ambientales que enfrentan las ballenas. En apenas dos semanas, aparecieron tres sin vida en el medio del agua.

25 de julio, 2025 | 00.05

En menos de dos semanas aparecieron tres ballenas sin vida en distintos puntos del Río de la Plata. Se trató de ejemplares de especies distintas, en lugares y condiciones poco habituales. ¿Coincidencia, señal de alerta o síntoma de un cambio más profundo? Investigadores del CONICET y expertos en fauna marina analizan las posibles causas y los riesgos ambientales que enfrenta el estuario.

Primero fue en la costa de Vicente López. A los pocos días, otro cuerpo flotó en la Costanera Norte. El episodio más reciente tuvo lugar en Zárate, cuando se avistó una ballena jorobada en avanzado estado de descomposición. Tres varamientos en apenas dos semanas, todos dentro del área metropolitana de Buenos Aires, encendieron la alarma entre vecinos, autoridades y especialistas.

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Aunque no se trata de un fenómeno completamente nuevo —hay registros esporádicos de ballenas que se han internado en el estuario o incluso remontando el Paraná—, sí resulta llamativa la frecuencia y cercanía temporal de estos eventos. Las especies involucradas tampoco son las más comunes en zonas fluviales: dos ballenas sei (Balaenoptera borealis), una especie oceánica en peligro de extinción, y una ballena jorobada (Megaptera novaeangliae).

La falta de necropsias completas, debido al avanzado estado de descomposición de los ejemplares, deja sin respuestas muchas preguntas. Pero los especialistas coinciden en que los varamientos recientes no obedecen a una única causa. El fenómeno pone en foco una combinación de factores: desde tormentas y desorientación hasta colisiones con buques, contaminación acústica y los efectos —más lentos pero persistentes— del cambio climático.

“Lo que vemos son situaciones distintas que no necesariamente responden a un mismo patrón”, aclara Miguel Iñíguez, presidente de la Fundación Cethus. “Las ballenas Sei encontradas en Vicente López y Costanera probablemente se hayan desviado de su ruta por una tormenta. Al internarse en un ambiente de agua dulce, sin la salinidad que necesitan, pueden haber sufrido un colapso fisiológico”. Son animales adaptados a ambientes marinos profundos y abiertos, con escasa tolerancia al encierro y las bajas profundidades del estuario.

El caso de Zárate, en cambio, fue diferente: “No se trató de un ingreso activo al sistema fluvial, sino de una colisión en mar abierto”, explica Mariano Coscarella, investigador del CONICET en el Laboratorio de Mamíferos Marinos del CESIMAR. Según el especialista, este tipo de accidentes es común en zonas de navegación intensiva como la costa este de Estados Unidos, pero podrían volverse más frecuentes en el estuario del Plata si aumenta el tráfico portuario sin medidas de mitigación.

Laura Prosdocimi, investigadora del Laboratorio de Ecología, Conservación y Mamíferos Marinos del Museo Argentino de Ciencias Naturales (MACN-CONICET), coincide en que no estamos ante una señal de alarma inmediata, pero subraya que estos ingresos son fenómenos inusuales. “Las ballenas no habitan el sistema fluvial. Lo que vemos en estos casos son probablemente animales jóvenes o enfermos, que se desorientan o exploran nuevas zonas. También puede haber factores ambientales que alteren las condiciones normales de navegación acústica, como el aumento del ruido submarino”, indica.

Ese ruido, generado por dragados, maquinaria y tráfico marítimo, puede interferir con los sistemas de comunicación de los cetáceos. “Estos animales dependen en gran parte del sonido para orientarse, alimentarse y mantenerse en contacto”, explica Prosdocimi. Cuando el paisaje acústico cambia, puede provocar desvíos, desorientación o comportamientos erráticos. “Y a eso se le suma la turbiedad del agua, la escasa visibilidad y la profundidad mínima del estuario, que lo convierten en una trampa potencial”, agrega.

Coscarella aporta otro dato clave: las ballenas Sei son una de las especies menos estudiadas en la región. “En los últimos 15 años empezamos a verlas en el Golfo San Jorge, y recién en 2024 logramos colocarles los primeros rastreadores satelitales. Todo indica que migran hacia el noreste de Brasil, pasando cerca de la boca del Río de la Plata. Es posible que alguno de estos animales haya tomado una ruta errónea”.

“Cuando las especies crecen en número, algunos individuos comienzan a explorar nuevos hábitats. El ingreso al sistema del Paraná es riesgoso para ellos, porque no pueden sobrevivir largo tiempo en agua dulce, pero es coherente con ese patrón biológico”. Y agrega: “Ya hay registros previos de ballenas río arriba, incluso hasta Paraná o Santa Fe”.

La recuperación de poblaciones también podría explicar un aumento en los avistamientos. Desde la moratoria internacional contra la caza comercial, implementada en 1986, muchas especies comenzaron lentamente a repoblar zonas donde antes habían sido prácticamente exterminadas. En ese contexto, no sorprende que aparezcan en lugares donde antes era raro verlas. “Cuando una población crece, también aumenta su dispersión”, aclara Iñíguez. “Eso puede llevar a exploraciones accidentales o colonizaciones nuevas, aunque no siempre exitosas”.

Pero otros factores también están en juego. El cambio climático, por ejemplo, no afecta directamente a los cetáceos, pero sí a su alimento. “En zonas de alimentación como la Antártida, el aumento de temperatura afecta al krill, que es el sustento básico de muchas especies. Eso obliga a las ballenas a recorrer distancias mayores para encontrar comida, lo que implica un mayor desgaste energético, sobre todo en hembras preñadas o en lactancia”, detalla Coscarella.

Ese desplazamiento forzado también puede llevarlas por rutas poco habituales, o extender sus migraciones a zonas donde no encuentran condiciones adecuadas. “Aunque no tenemos pruebas de que el cambio climático esté detrás de estos casos puntuales, sí sabemos que genera alteraciones sistémicas que eventualmente afectan a toda la cadena trófica marina”, agrega.

Los especialistas coinciden en la necesidad de reforzar los sistemas de monitoreo y respuesta ante estos episodios. Existen redes de rescate de fauna marina y protocolos establecidos para la toma de muestras, pero aún son escasos los recursos para actuar en tiempo real. “Predecir un varamiento es casi imposible, pero sí se pueden mitigar riesgos”, dice Coscarella. En el Golfo Nuevo, por ejemplo, se establece un corredor seguro para buques durante la temporada de ballenas, con velocidades máximas y vigilancia activa de avistamientos.

Mientras continúan los estudios para esclarecer las causas concretas detrás de los últimos varamientos, los especialistas coinciden en que se trata de episodios inusuales que ameritan seguimiento. “La mayoría de los registros históricos en el Río de la Plata se dan en áreas más cercanas al estuario y no tan adentro del sistema fluvial”, advierte la bióloga Laura Prosdocimi, y subraya que en estos casos suele tratarse de ejemplares juveniles desorientados o en malas condiciones de salud.
Desde la Fundación Cethus, Miguel Iñíguez también llama a no sobredimensionar lo excepcional. “No hay un patrón, no hay una tendencia. Lo que vemos es un caso puntual que debe ser analizado en contexto”, señala.

Aunque no se puede descartar la influencia del cambio climático, las modificaciones en las dinámicas fluviales o el impacto del ruido subacuático, los investigadores remarcan que no hay, por ahora, una explicación única ni definitiva. Los próximos días serán clave para determinar las causas más probables, mientras los equipos continúan trabajando en la zona.