El investigador del Conicet Gregorio Bigatti combinó distintas tareas a bordo del buque Falkor (too) en el cañón submarino de Mar del Plata: desde lo científico, su trabajo con los nemertinos, los gusanos marinos; desde la divulgación, el contacto con colegios de todo el país para incentivar la pasión por la ciencia; y desde lo comunicacional, las entrevistas con los medios de comunicación.
Para Bigatti, la hora del desembarco en el puerto de Buenos Aires resultó muy emocionante. La masiva expectativa de la prensa por recibirlos le permitió terminar de dimensionar la enorme repercusión que generó la labor de la delegación. Pero, además, en lo particular, le significó volver al lugar al que el 16 de julio de 1978, a sus cinco años, fue trasladado junto a su madre por un grupo de tareas de la ESMA, que los había secuestrado en su casa de Tapiales.
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“Estoy orgulloso de haber vuelto a un lugar tan traumático para mí como corolario de una misión que reivindicó a la ciencia argentina, a la educación pública, a la cultura de nuestro pueblo. Siendo un niño, me habían traído a la fuerza al puerto para que, junto a mamá, viéramos a papá al que habían secuestrado un día antes, el 15 de julio de 1978. A Mario, mi papá, lo llevaron a la ESMA donde lo sometieron al trabajo esclavo. A mi mamá y a mí nos subieron a un Falcón verde y nos dejaron en la madrugada en el centro porteño”, explica a El Destape.
Infancia clandestina
La infancia de Gregorio Bigatti estuvo cruzada por la dictadura. “De 1976 a 1978 mi familia estaba en la clandestinidad por la militancia de mis padres. Nos teníamos que mudar constantemente. En el 78 ya nos quedamos en la casa de Tapiales. Después supimos que a mi viejo lo tenían en la ESMA. Como era arquitecto lo hacían trabajar en reformas. Primero en el 79, lo hicieron hacer cambios en la ESMA para que cuando viniera la visita de la comisión de derechos humanos de la OEA el lugar no coincidiera con el relato de las denuncias. Después lo hicieron trabajar en El Silencio en el Tigre adonde trasladaron a los detenidos-desaparecidos de la ESMA temporalmente hasta que se fuera la delegación. Con mi mamá y mis hermanos vivíamos vigilados. Después a mi viejo lo empezaron a hacer volver a mi casa, pero seguía con el trabajo esclavo en la ESMA”, recuerda.
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En ese marco de terror, en la escuela pública Gregorio se comenzó a interesar por las ciencias exactas. “Me gustaba matemáticas y naturales. Primero pensé en estudiar Ingeniería, pero me hice un test vocacional en la UBA que me marcó que podía volcarme a la biología y así lo hice”, recuerda.
Pero más allá de llevar adelante su formación educativa, la vida de la familia seguía cruzada por la persecución. “A papá lo soltaron, pero nunca dejaron de vigilarnos. Hasta al menos el año 89 tuvimos el teléfono pinchado”, agrega.
Entre los invertebrados marinos y el cannabis
Ya en la carrera de Biología en la Universidad de Buenos Aires, mostró interés por el estudio de la “fisiología vegetal del cannabis”. Pero a principios de los ’90 ese era un tema prohibido. “Sin la posibilidad de avanzar en el área que a mí me interesaba, un profesor me generó interés por profundizar en los invertebrados marinos. Fue Pablo Penchaszadeh, con el que ahora, 30 años después, compartimos el trabajo en la expedición a Mar del Plata. Fue el artista de la delegación. A sus 81 años, mantiene la pasión”, destaca Bigatti.
Al igual que su referente combina la biología con el arte. Penchaszadeh, con la pintura y Bigatti con la música. “Soy percusionista. La ciencia y el arte no tienen fronteras. Manejan un lenguaje universal”, se entusiasma. Uno de los grupos que conformó junto a otros biólogos fue la murga “Los caracoles mochos”, que se presentaron en Tecnópolis donde combinaban el ritmo de murga con charlas científicas.
En el marco de un doctorado sobre caracoles marinos es que, junto a su pareja, también bióloga, se mudaron a Puerto Madryn, donde conformaron una familia con tres hijos. Ya en el sur ingresó en el 2007 como investigador al CONICET donde comenzó a organizar el Laboratorio de Reproducción y Biología Integrativa de Invertebrados Marinos.
Paralelamente, en Madryn es parte de la agrupación H.I.J.O.S desde donde lucha por los derechos humanos.
En lo científico, junto a su labor de investigación sobre invertebrados marinos, en 2016 retomó su original plan de estudios y se puso a trabajar sobre el cannabis. “Primero lo hacía desde lo social, en relación al cultivo y preparación de aceites medicinales, en trabajo con médicas. Tras la sanción en el 2020 de la ley es que integramos el trabajo que veníamos haciendo al CONICET”, cuenta.
Ciencia y militancia
Bigatti está feliz de la repercusión que tiene el trabajo realizado en la expedición submarina, que en Argentina batió todos los récords de visualizaciones. “Es un tema para que estudien las ciencias sociales, que también tienen su importancia. Se necesita una investigación específica para determinar por qué en nuestro país pegó tanto el tema a diferencia de en otros lados que sólo llamó la atención de la comunidad científica”, sostiene.
Al mismo tiempo que hace su defensa de la ciencia en su totalidad, tira algunas puntas del fenómeno. “Argentina tiene premios nobel en ciencia. Su pueblo se niega a dejar de ser culto. No podemos naturalizar perder eso”, plantea en primer lugar.
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A la vez valora que sirve para cruzar el discurso oficial “de que en el Conicet hay vagos o que no se hace ciencia. Se vio en vivo y en directo cómo trabajamos y la capacidad para transmitir conocimientos. Es una reivindicación de la ciencia y de la educación pública”, se enorgullece.
Gregorio Bigatti habla con pasión. “En mis años de tratamiento psicológico junto a profesionales del Instituto Ulloa comprendí que por lo que me tocó vivir, por los valores de lucha familiares, cada cosa que emprendo lo hago como una militancia. No en el sentido partidario, sino colectivo”, sintetiza.
Con esa convicción encaró su tarea como científico en las profundidades del mar argentino.