Roberto quería ser analista de sistemas o mecánico dental, pero el destino le tenía preparada otra cosa: ir a la Guerra de Malvinas, lo que cambió su vida para siempre, no solo por ser ex soldado y por todo lo que eso conlleva, si no porque decidió dedicarle todo su futuro a recopilar cartas y encontrarse con gente que hizo posible su regreso tras ser herido en las Islas. Ese camino, que comenzó cuando falleció su mamá, parece no tener fin. Cada persona que tiene algún vínculo con las Islas y conoce el trabajo que hace para generar reencuentros, intercambio de cartas y emotivas reuniones no duda en pedirle ayuda para reconstruir su propia historia.
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Roberto Oscar Piccardi era un soldado ‘62 que, para la época de Malvinas, tendría que haber estado de baja esperando que incorporen a la clase ‘63, pero el 2 de abril, mientras cumplía cada uno su rol en el Regimiento 7 de La Plata, se enteró que fue convocado a través de un noticiero que estaba viendo junto a otros integrantes del Regimiento en un televisor de la época, pequeño, de unas 20 pulgadas: “Fue sorpresa generalizada para todos”, cuenta a El Destape. Desde esa primera comunicación hasta ahora, siempre estuvieron presentes las cartas. Pero no solamente las suyas, su recorrido para armar el rompecabezas de una explosión en la Isla que había olvidado por completo lo llevó a conectar a soldados con personas que nunca se habían visto y a reconstruir otras historias ocultas.
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La última vez que vio a su familia antes de viajar a las Islas fue después de una misa que se realizó en el Regimiento. “Pobre cura”, recuerda Roberto entre risas, “Nadie le dio bolilla, todos estabamos tratando de estar con nuestra familia”. Al finalizar esa misa, le confirmaron que iba a Malvinas. El martes 13 partieron desde el Regimiento en micros comunes de La Plata a El Palomar, de El Palomar a Río Gallegos y de Río Gallegos a Malvinas. La primera carta que escribió desde el aeropuerto de Río Gallegos, al que tuvieron que volver después de sobrevolar las Malvinas. “Tenías dos posibilidades, había una larga fila con un teléfono público, que después que llegabas y marcabas, si te daba ocupado tenías que volver atrás porque te querían matar, o escribir una carta”, explica sonriente. Entonces, decidió escribir para avisarle a sus padres que iba a ir a Malvinas: “Les pedí que no se preocuparan, porque nos habían dicho que íbamos un tiempo y no teníamos ropa para invierno, razón por la cual era lógico creer que no estaríamos mucho tiempo allí”, detalla sobre una carta bastante optimista.
Su papá fue clave para que Roberto se ubicara en tiempo y espacio, ya que en sus cartas incluía un billete y un calendario con la fecha en la que la había escrito. Lejos del optimismo de esa primera carta, la primera decisión que tomó cuando su teniente le dijo que iban a entrar en combate también estuvo medidada por la escritura. “Me preocupaba que mis viejos no me encontraran, porque no tenía chapa identificatoria, entonces agarré la birome que usaba para las cartas y me escribí el DNI en las piernas y en los brazos”, recuerda.
Cuando no se escribía el cuerpo, Roberto se ocupaba de las cartas. Durante casi dos meses en Malvinas, recibió correspondencia que compartía con su compañero de carpa y la guardaba como si de eso dependiera su vida. El Regimiento que integraba entró en combate el 11 de junio y su grupo era un refuerzo, a la espera de un ataque: “Creo que en pleno combate se olvidaron de nosotros y, a medida que el combate avanzó, los heridos, los que iban zafando de primera línea, iban llegando a nuestra posición”, comenta.
A la hora de entrar en acción, Roberto y otros recibieron la instrucción de ir a las carpas a buscar las raciones reservadas para esas circunstancias. Ese fue el momento que cambió su presente y futuro para siempre: intuitivo, Roberto cumplió la orden pero sumó al pedido del superior un paquete de curaciones y todas las cartas, que escondió tan bien que volvieron con él en perfectas condiciones.
Haber sido herido fue lo que logró que pudiera tenerlas encima, ya que a los otros los requisaban antes de volver ‘al continente’. Pero no fue lo único que trajo, ya que, mientras estaba hospitalizado, notó que no tenía tierra de Malvinas: “Los que estábamos en la habitación empezamos a raspar los borceguíes y la juntamos en un sobre de carta”, detalla emocionado.
"Hoy esas cartas son reliquias": el momento en el que encontró toda la correspondencia, cuatro décadas después
Si bien Roberto había recibido gran cantidad de cartas en la contienda, otras, producto del bloqueo en particular y la dictadura en general, no habían podido llegar a las Islas y volvieron al regimiento: “Me dieron una pila de cartas que tienen los mismos sentimientos que las que sí llegaron a Malvinas, entonces las abrí y las guardé y estuvieron así 40 años”, expresa. Eran la pieza fundamental de comunicación con los amigos, con la familia: “Hoy son reliquias, incluso las que fueron abiertas o censuradas”, comenta sobre aquellas que estaban selladas con cinta adhesiva mientras aclara siendo irónico: “Yo no hacía el servicio militar con un rollo de cinta en el bolsillo, estaban claramente abiertas para ver si se permitía o no que sea enviada y luego eran pegadas de ese modo”.
La vida tiene esa forma de cambiar de repente, sin avisar. Así fue como el fallecimiento de la mamá de Roberto le trajo sorpresas: “Revolviendo cosas en su casa, que había sido mi casa, empiezo a encontrar las carpetas que yo había guardado hacía 4 décadas”, expresa. La conmemoración n°40 de la Guerra de Malvinas fue intensa y le despertó la necesidad de agradecerle a las personas que le escribieron: “Con algunas había perdido el contacto y otras ni sabía quiénes eran, pero me decidí a buscarlas”, destaca.
Empezó con los más íntimos y, para su sorpresa, cuando llevaba una carta para charlar, cada reacción era diferente. Uno de sus amigos inmediatamente fue a su habitación y, al volver, le ‘tiró’ delante suyo arriba de la mesa una carta. Esa fue la primera vez que vio una carta que él mismo había mandado desde Malvinas: “Fue emocionante porque no lo recordaba. No tengo presente cuántas cartas escribí o lo que puse en cada una”, puntualiza.
La emoción y la belleza única de cada encuentro derriba hasta al más fuerte: “Siempre terminás llorando”, describe con algunas lágrimas incipientes en sus ojos. Algunos de esos sentimientos se entrecruzan a veces con la tristeza de quienes ya no están, habían pasado tantos años que, por ejemplo, sus tíos ya no podían participar de esos encuentros, entonces decidió contactar a sus primos. Uno de ellos, ‘Carlitos’, tenía 14 años cuando Roberto estaba en las Islas y no recordaba que le había escrito: “Le di una copia de la carta y fue sumamente emocionante”, define.
La lectura de las cartas, un instante inmortalizado en filmaciones
No todas las personas reaccionaron de la misma forma. Algo llamativo que luego se volvió ritual fue lo que sucedió con una ‘chica’ del Colegio Tomás Espora de Temperley, donde Roberto se había egresado. Al recibir la carta de manos de Roberto, Liliana Abranges automáticamente empezó a leerla en voz alta, algo que lo conmovió como nunca y fue el inicio de otro tipo de idea: pedirle a cada persona permiso para filmarla mientras leía la carta. Eso mismo le dio pie para su segundo libro (el primero se llama ‘35 años después’), uno sobre las anécdotas detrás de las cartas que aún está en proceso.
No todo es llanto, también hay encuentros que son pura diversión: Juan Manuel, amigo de Roberto, le mandó varias cartas, y en todas ellas hablaba de salidas nocturnas, boliches y de como ‘las chicas’ extrañaban a Roberto: “Nos matamos de risa”, resalta.
En la medida que fue encontrando personas, casi sin querer, se fue encontrando con cartas que él había mandado desde Malvinas. Un día, en una comida con compañeros de la Colimba de la Compañía de Servicio del Regimiento n°7, alguien le dice que lo tenía que ‘poner’ en sus anécdotas de Malvinas porque había sido quien ‘lo sacó’ del pozo. Roberto no lo recordaba, porque cuando fue herido en el bombardeo entró en shock, pero eso abrió otro capítulo en su búsqueda: “Aparece otro Malvinas, que son las personas que estuvieron al lado mío allá”, recalca.
La reconstrucción de la historia propia
Habló entonces con Daniel García Cueto, el del ‘pozo’, para tener más detalles y buscó a su jefe, el teniente Galíndez Matienzo, que fue quien recibió una herida en el hombro producto de una segunda bomba que Roberto no recordaba pero que, después de contactarlo, supo que esa explosión los había hecho volar por el aire a ambos. Tras ser herido, Roberto había sido trasladado en un jeep militar hasta un hospital; decidió entonces encontrar al chofer y a los dos soldados voluntarios que estaban arriba del jeep. Uno había fallecido pero el otro no, entonces quiso entrevistarlo para conseguir aún más detalles. Del hospital no logró contactar a nadie aún, pero sí sabía que había vuelto al continente en un Hércules, había logrado averiguar hora y día del despegue; no quedaba otra que ir a la Fuerza Aérea para, entre los archivos, saber qué había sucedido con ese avión. Supo así que el ‘Tango Charlie 66’ continuaba operativo. Pidió verlo y hasta se tomó una foto con el enorme alado: “Estuve en el lugar donde viajé sentado de regreso”, grafíca.
Esa otra recopilación de información lo impulsó a buscar a quienes estaban con él en el avión: consiguió la planilla de vuelo y empezó a rastrearlos. Así fue como se enteró que el piloto había escrito un libro (‘No apagues la luz cuando te vayas’) donde se menciona el vuelo de Roberto. Pudo también contactar al oficial navegador, quien le contó la maniobra que tuvieron que hacer para descargar la carga y subir a los heridos: “Teníamos que salir de Puerto Argentino y nuestra artillería tiraba continuamente para tapar el ruido de los motores y había un helicóptero en la punta de la cabecera de la pista para hacer maniobras evasivas; volaron por encima de la propia tropa y el vuelo, que normalmente dura 50 minutos, duró casi 3 horas para llegar a Río Gallegos”, narra.
Su viaje no terminó ahí: bajaron tres heridos graves en ese aeropuerto y siguieron hasta Comodoro Rivadavia, donde Roberto estuvo internado en el hospital regional, a donde fue años después a buscar su historia clínica pero las habían tirado todas al basurero municipal. No se quedó con los brazos cruzados: “Llamé a los medios, hicimos una conferencia de prensa y denunciamos esto”, describe efusivo. De todas formas, ese viaje no fue en vano; no habrá encontrado papeles que mostraran su tiempo allí, pero sí encontró una enfermera que los había atendido, la entrevistó y volvió con ese otro relato bajo el brazo.
También entrevistó a Nora, la señora que lo cuidó, que lo ‘adoptó’ como hijo en el Hospital del Quinto Cuerpo del Ejército en Bahía Blanca, donde había estado internado. Incluso, encontró la historia clínica de Campo de Mayo pero le faltaban las fechas, así que recurrió al Archivo General del Ejército y pudo tener una aproximación de cuántos días estuvo en cada lugar, lo que creyó que era el final de su recorrido, de cartas, anécdotas y encuentros.
Pero estaba equivocado: un verano lo llama una de las ‘chicas’ de la secundaria, diciendo que tenía cartas de Malvinas y que quería dárselas. Pero ella no figuraba en el listado de gente que él había hecho a lo largo de todo ese tiempo, lo que le despertó una nueva curiosidad; claramente se trataba de otra cosa.
La historia de la mamá de Nora con Argentino y Sergio, que reconstruyó Roberto
Se juntó con ella, Silvia Maroño, que le recordó que la revista ‘Gente’ durante la Guerra de Malvinas invitaba a escribirle a los soldados. Ella y su mamá eligieron cada una un soldado y les enviaron cartas. Cuando la madre de Silvia fallece, ella se encuentra con todas las cartas a propósito de que estaban moviendo cosas porque apareció una mancha de humedad. Muchas de las cosas que estaban en esa habitación las tuvo que tirar, pero, casi como un mensaje divino, las cartas estaban en perfecto estado. Ella tenía la copia de las cartas y tenía las contestaciones de estos dos soldados, pero no sabía nada de la vida de ellos. Uno creían que había fallecido en el crucero General Belgrano, pero tenían una contradicción en la fecha: se suponía que había fallecido el 2 de mayo, de hecho habían colocado una placa conmemorativa en Lanús al respecto, pero una de las cartas tenía fecha del 25. ¿Alguien había usurpado su identidad? Entonces, al no saber qué hacer con esa confusión y con temor a contactar a la familia del caído, guardaron todo por 42 años.
Con el material de Silvia, Roberto investigó y llegó a la conclusión de que se trataba de Argentino Ramírez y efectivamente les había contestado ese día. Perteneció al Batallón de Infantería de Marina n°5 en Río Grande, había hecho el servicio militar en Lanús y cayó en combate a fines del conflicto. El otro era Sergio Orellana y Roberto lo conocía, lo que generó otra anécdota inolvidable; cuando estaba hablando con Silvia, lo llamó a Orellana y le contó lo que estaba pasando: “Le dije que estaba leyendo su carta escrita en el ‘82 y que le tiraba los galgos”, relata riendo como si estuviera viviendo el momento nuevamente.
Los puso en contacto e hizo un acto para él al que invitó a la familia de Argentino Ramírez. En ese evento le entregó copia a Alberto Ramírez, hermano del soldado caído, de las cartas. También se conocieron Silvia con Sergio y se cambiaron ‘las figuritas’, como le gusta nombrar a las cartas a Roberto.
La historia de Argentino Ramírez lo atravesó por completo: él murió y fue enterrado como NN en las Islas durante 35 años. Gracias al trabajo del Equipo de Antropología Forense lograron reconocerlo al encontrar en su bolsillo la chapa identificatoria: “Estuvo 35 años mal enterrado por culpa de ese coronel inglés que supuestamente vino a hacer el trabajo bien”, explicíta aún fuertemente afectado por el hecho. Esa carta es una de las más invaluables porque es la única que se conoce de un héroe de guerra aparecida 43 años después: “Estoy seguro que muchísima gente le escribió a los soldados y seguramente más de uno debe tener correspondencia de alguno que falleció”, manifiesta esperanzado.
Luego, se enteró que el Senado estaba haciendo actos con historias aún no conocidas públicamente de Malvinas que merecían reconocimiento. Escribió al Senado y detalló su caso, con información sobre quienes lo habían ayudado a salir de las Islas e incluso especificó datos sobre dos soldados voluntarios que sacaron, entre el 10 y el 13 de junio, entre 80 y 100 heridos del frente: “Ninguno de ellos había sido reconocido”, asegura.
El Senado aceptó la propuesta de Roberto y él no quiso dejar a nadie afuera: asistió al evento con todos sus compañeros del pozo en Malvinas. Ese emotivo acto abrió otro capítulo más en su recorrido de anécdotas de las Islas: uno de los asistentes le comentó algo sobre su contextura física, algo que automáticamente le hizo registrar que esa persona también lo había ayudado a salir de Malvinas, pero él no lo había sabido hasta ese momento. El hombre lo había sacado junto a otros y le mencionó además quienes habían ido a buscar su armamento una vez que resultó herido: “Me dijo que tenía un diario de Malvinas”, sostiene emocionado sobre lo que Oscar Salituri le mostró de su paso por las Islas, diario en el que había una hoja completa que relataba lo sucedido con Roberto.
Las 73 cartas de Roberto
Las 73 cartas que recolectó Roberto (de las cuales 15 eran de su mamá, su papá y su hermano, entre otros familiares cercanos) no fueron leídas nuevamente al inicio de las entrevistas, hacía 40 años ya lo había hecho y le resultaba doloroso volver a vivirlo: “Iba, les sacaba copias, pero no las leía”, expone. De hecho, tampoco se sintió preparado para leerlas durante la charla con El Destape.
Una de las cosas que más afecta a Roberto cuando vuelve a hablar de las cartas es que la mayoría de ellas fueron escritas por jovenes de 19 años, por lo tanto relatan vivencias típicas de esa edad: “Hay una de un muchacho que era jugador de fútbol, Eduardo Piso, el primero que me llamó héroe, mientras me contaba sus hazañas deportivas”, evoca a la vez que dice contundente: “Héroes son los que quedaron allá, nosotros no”.
Uno de los hechos más dolorosos para Roberto es hablar de las personas que buscó cuando empezó el recorrido de las cartas pero ya habían fallecido, personas incluso más jovenes que él, con quienes había ido a la secundaria. Sin embargo, pudo dar con Graciela, que todas las semanas le escribió una carta, de las cuales Roberto logró conservar 6, y, al reencontrarse con ella, se enteró que es docente y que cada 2 de abril le leía una carta de Roberto a sus alumnos.
Además, Roberto dio con la familia de Viviana Kat, que falleció muy joven, pero él no quería dejar de contactar a su hermana para llevarle copia de las cartas. La madre de Viviana había encontrado además unas fotos de Roberto de cuando actuaba en el colegio en los 80s, imágenes que él no sabía ni que existían. De algún modo las cartas también le revivieron recuerdos previos a Malvinas.
Otra persona que recuerda con mucho afecto es Sandra Torres, quien le escribió muchas cartas y cuya madre le consiguió trabajo cuando volvió de Malvinas, algo que parecía imposible para los heridos en la Guerra. La mujer le comentó un día a su jefe sobre una carta que Roberto le había enviado a su hija y le preguntó si podía leérsela. El hombre no dudó al escucharla y le dijo que si algún día podía hacer algo por ‘ese muchacho’ se lo haga saber. Así fue como tuvo una entrevista con el entonces interventor del PAMI y el 5 de octubre del ‘82 ingresó a su nuevo puesto de trabajo, trabajo que con los años significó la creación, con la ayuda de los jubilados, de la Oficina de Atención al Veterano de Guerra, que primero se transformó en Subgerencia y actualmente es Gerencia de Veteranos.
El principal objetivo de esos institutos era que los veteranos pudieran acceder a una pensión por las secuelas de guerra, ya que algunos habían perdido una pierna o un brazo y les daban un 60% de incapacidad de acuerdo a la Ley de Accidentes de Trabajo, algo que era inconcebible: “¿Qué trabajo tuvimos en Malvinas? Estuvimos en una guerra”, asevera indignado. Asimismo, gran parte de los que volvieron de las Islas con secuelas no tenían acceso a ninguna pensión porque los familiares de los caídos, que en su mayoría tenían entre 40 y 50 años en ese momento, tenían que superar los 60 o demostrar que el veterano era de ayuda indispensable en el hogar: “No encajaba con aquellos que habían ido a defender a su patria”, declara Roberto. Por ese motivo, fue 25 años Presidente de los Veteranos de Lomas, donde militó y logró ‘PAMI Veteranos’, una ley de incapacidades de guerra (razón por la que actualmente todos los veteranos cobran, sin importar su tipo de incapacidad): “Sus servicios tienen que ser reconocidos”, insiste. Roberto hace hincapié en que no pedían ‘nada del otro mundo’, ya que tomaron el ejemplo de aquellos países que tenían experiencia en guerras, incluso participaron en un congreso internacional, de donde sacaron ideas para presentar proyectos de leyes, entre otras propuestas.
Roberto menciona repetidas veces que recibió fuerte apoyo de su familia y tuvo un firme objetivo de vida a partir de su labor en PAMI, su militancia y todo el recorrido de las cartas, pero no todos tuvieron la misma suerte: “Con una contención más importante, con una orientación y en mejores condiciones que las que volvimos, el panorama hubiera sido distinto”, denuncia. Por otro lado, la militancia de sus compañeros tuvo lugar por las condiciones en las que estaban sus colegas, a quienes hasta cierta época ni siquiera se les permitía desfilar en fechas patrias: “Todo nos terminaba llevando a actos de rebeldía”, proclama. Actos que también llevaron a que en 2008 él y otros compañeros inauguraran el ‘Museo de Veteranos de Lomas de Zamora’, donde hay incluso una pieza de Mortero 81mm, el arma con cuya munición fue herido por los ingleses el 12 de junio de 1982.
Al contrario de otros veteranos, a Roberto ‘no le quita el sueño’ volver a Malvinas: “Tengo curiosidad de ir, pero ese deseo tiene como contradicción el tener que permanecer sí o sí en Malvinas una semana. Es demasiado estar una semana encerrado en Malvinas”, afirma. A eso se le suma el trajín que conlleva: los vuelos salen de Chile, paran en Río Gallegos los sábados, llevan un contingente, traen a otro y así sucesivamente. Otra alternativa es ir con viajes de crucero, pero puede suceder que por cuestiones climáticas se suspenda la parada en Malvinas y, de hacerla, se viaja con otras 2000 personas y se debe ser la primera persona en desembarcar y la última en embarcar para poder llegar a la posición en la que estaba Roberto durante el conflicto bélico y volver a tiempo.
Todo esto sin contar lo doloroso que le resulta tener que utilizar un pasaporte para ir a un territorio que es argentino, como así también el negocio que hay alrededor de los viajes a las Islas: cuesta casi tanto como ir a Europa por un recorrido en el que hay 4 horas de revisación, porque no está permitido traer ni un poco de arena (de hecho la venden en frasquitos) y hay poco tiempo para recorrer.
Actualmente, Roberto Oscar Picardi continúa presentándose como ‘ex soldado conscripto clase ‘62 del ‘glorioso’ Regimiento de Infantería Mecanizado n°7 Coronel Conde con asiento en La Plata’, que fue herido en combate y es padre de familia: tiene dos hijas, Luciana e Ivana, su esposa, Alejandra, y un nieto. Se dedica a dar charlas en la UNLZ (‘Universidad Nacional de Lomas de Zamora’), la UNLA (‘Universidad Nacional de Lanús’) y todo lugar donde lo inviten. Siempre está dispuesto a charlar, sobre todo si se trata de dar a conocer historias que hasta ahora estaban ocultas, es por eso que pide a quien le interese que le escriba a robertopiccardi@hotmail.com o a través de su cuenta de Instagram ‘piccardiroberto’. Quién sabe qué podrá develar en su próxima aventura.
