El 2 de diciembre de 1993 marcó el fin del capo del cartel de Medellín, pero fue apenas el comienzo de una vida marcada por el miedo y el destierro para la familia de Pablo Escobar. Perseguidos por enemigos y rechazados en al menos 17 países, la viuda Victoria Eugenia Henao y sus hijos, Juan Pablo y Manuela, encontraron refugio en Argentina con identidades nuevas. Desde entonces, el hijo del narco más famoso del mundo vive un proceso de transformación pública que hoy lo ubica en las antípodas de la violencia que lo rodeó en su infancia.
Lejos del mito sangriento que Netflix instaló en el imaginario colectivo con series como Narcos, Sebastián Marroquín construyó un relato propio: el de un hombre que intenta romper con el peso del apellido Escobar.
De Juan Pablo a Sebastián Marroquín: la huida y el exilio
Después de la muerte de Escobar, la familia intentó radicarse en España, Alemania e incluso Mozambique, pero en cada destino chocaron con el mismo muro: la estigmatización del apellido. La intervención del fiscal colombiano Gustavo de Greiff les abrió las puertas de Argentina, donde llegaron con nuevas identidades: Juan Pablo se convirtió en Juan Marroquín Santos, y más tarde adoptó el nombre con el que se lo conoce hoy. En paralelo, debió enfrentar a la justicia colombiana y negociar con el cartel de Cali, comprometiéndose a no buscar venganza.
Una nueva vida en Argentina
En Buenos Aires, Marroquín se formó como arquitecto y se dedicó también al diseño industrial. Pero su proyección pública llegó a través de los libros y documentales donde narra su historia, entre ellos Pecados de mi padre, estrenado en 2009, donde confronta a víctimas del narcotráfico y pide perdón en nombre de su familia.
A diferencia de su hermana, Juana (antes Manuela Escobar), que eligió el anonimato y una vida privada lejos de cámaras, él es un referente en charlas sobre reconciliación y cultura de paz. Su madre, Victoria Eugenia —rebautizada María Isabel Santos— también logró reinsertarse en Argentina, primero con trabajos precarios y más tarde con publicaciones y actividades vinculadas al coaching ontológico.
El desafío de vivir con un apellido imposible
Sebastián carga con un estigma ineludible: ser el hijo del narcotraficante más temido de la historia. Sin embargo, supo capitalizar esa herencia para transformarla en un mensaje de resiliencia. “No soy mi padre”, repitió en entrevistas en las que busca diferenciarse de la narrativa que convirtió a Pablo Escobar en ícono pop, desde camisetas hasta producciones de Netflix.
En este sentido, su figura funciona como contraste: mientras el mercado cultural fetichiza al capo del cartel de Medellín, él insiste en desarmar el mito desde la palabra y el testimonio, al recordar el costo humano de aquella violencia.