La historia muchas veces sorprende por las coincidencias que revela. Y es que muchas veces, al estudiar los sucesos de forma aislada se pierde un poco la percepción del tiempo. Sin embargo, hay muchos hechos que, aunque cueste creerlo, fueron contemporáneos: por ejemplo, hay una histórica Universidad, que sigue funcionando al día de hoy, y que fue contemporánea al Imperio Azteca.
Mientras en el corazón de Mesoamérica comenzaba a consolidarse el Imperio Azteca, uno de los más influyentes de la América precolombina, al otro lado del océano Atlántico, en Inglaterra, la Universidad de Oxford ya abría sus puertas y formaba a los primeros estudiantes europeos. El dato puede resultar desconcertante: alrededor de 1325, los mexicas fundaban Tenochtitlán, la ciudad que más tarde se convertiría en el centro político y cultural del Imperio azteca. Casi al mismo tiempo, Oxford, que ya funcionaba como institución desde fines del siglo XII, era un espacio consolidado de aprendizaje y conocimiento en Europa.
La Universidad de Oxford es considerada la más antigua del mundo angloparlante. Sus orígenes se remontan a finales del siglo XII, cuando maestros y alumnos comenzaron a reunirse en la ciudad para impartir y recibir enseñanza. Con el tiempo, la institución se organizó en colleges y adquirió prestigio internacional, formando a figuras claves en la política, la ciencia y la literatura. Durante los siglos XIV y XV, mientras el Imperio azteca alcanzaba su esplendor, Oxford ya era reconocida como uno de los centros de conocimiento más influyentes de Europa.
Esta simultaneidad pone en evidencia las enormes diferencias entre los procesos históricos de distintas regiones del mundo. Mientras los aztecas levantaban templos, pirámides y desarrollaban un sistema social y religioso complejo en el Valle de México, los europeos asistían a clases de filosofía, teología y derecho bajo el modelo académico medieval. Más allá de la distancia geográfica, ambas realidades muestran cómo las civilizaciones evolucionaron en paralelo, cada una con sus propios avances, saberes y cosmovisiones.
El final de una civilización
La grandeza azteca, sin embargo, tuvo un desenlace abrupto. En 1521, apenas dos siglos después de la fundación de Tenochtitlán, el imperio cayó tras la llegada de Hernán Cortés y las fuerzas españolas, apoyadas por pueblos indígenas aliados. La ciudad fue arrasada, y sobre sus ruinas se levantó la actual Ciudad de México. Esa caída marcó el fin de una de las culturas más imponentes de América.