La trama de la película Un fantasma en la batalla, de Netflix, se centra en Amaia, una joven agente de la Guardia Civil reclutada para infiltrarse en la organización ETA durante más de una década. Ambientada en la España de los años 90 y en los 2000, la película relata cómo Amaia adopta una identidad falsa para introducirse en las filas etarras, con la misión de localizar los zulos: depósitos de armas y explosivos que la banda ocultaba en el sur de Francia. La película se inspira en hechos reales como la llamada Operación Santuario, “la mayor operación encubierta contra ETA”, aunque dramatiza eventos para la narración.
Final de "Un fantasma en la batalla"
En el desenlace de la historia, Amaia consigue aportar una pista clave: obtiene fragmentos de una tarjeta SIM que permiten rastrear comunicaciones de ETA y localizar el cautiverio del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, lo que desencadena la fase final de la operación. Sin embargo, a pesar del éxito operativo, Amaia se enfrenta al colapso personal: su identidad falsa está a punto de descubrirse, y cuando uno de los comandos etarras comienza a sospechar de ella, se activa una señal de alerta: la canción “Parole, Parole”, que indica que su cobertura ha sido comprometida. Pero Amaia está distraída, en el baño, y no escucha la señal de evacuación. La película sugiere que queda atrapada, traicionada por su propia cobertura, y el final se queda abierto: no se muestra explícitamente su destino, pero queda claro que ha perdido su vida cotidiana, que las heridas psicológicas la marcarán para siempre y que su misión la ha convertido en un “fantasma” dentro del conflicto.
Explicación del final de "Un fantasma en la batalla"
Este final funciona en varios niveles. Primero, como cierre operativo: la misión secreta logra un impacto real, lo que coincide con el histórico debilitamiento de ETA a través de infiltraciones y desmantelamiento de zulos. Pero simultáneamente, el guion pone el foco en el costo humano: Amaia ya no tiene hogar, ya no pertenece ni a la organización en la que vivió ni al mundo al que ya no puede volver. Es la personificación de un “fantasma en la batalla”. La canción de código (“Parole, Parole”) actúa como metáfora de la voz que no fue escuchada, de la cobertura que falla, de la agente invisible que de pronto queda expuesta.
Además, la película señala el dilema moral que enfrentaron muchos operativos: vivir una doble vida, traicionar vínculos, asumir que tus actos pueden salvar vidas pero también destruirte. Como comenta el director Agustín Díaz Yanes: existe un desliz entre lo que es real y lo ficcionado, que deja al espectador en un espacio incómodo: ¿qué parte es verdadera?, ¿qué parte importa más, la veracidad de los hechos o la verdad emocional del personaje?
En última instancia, el final funciona como llamada de atención: la batalla real puede haber acabado, pero sus consecuencias persisten. La agente ha ganado la guerra principal, pero a qué precio. Y el “fantasma” del título no es solo ETA, sino el agente que ya no vive ninguno de los mundos que conocía. Una reflexión sobre lucha, memoria, sacrificio y anonimato.