"PATÉTICA: se jacta de saber historia y arranca negando un dato base", le dijo Javier Milei a la historiadora Camila Perochena. El pecado de ella: decir que cuando el Presidente afirma que "Argentina fue una potencia mundial en 1910" está "manipulando o moldeando el pasado".
Pero Milei confundió algo muy simple. Una cosa es ser un país rico y otra muy distinta es ser una potencia mundial. Argentina, un siglo atrás, podía ser la primera, pero jamás la segunda.
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La famosa serie de Maddison, que el mandatario fervorosamente reivindicó, muestra que Argentina casi triplicó su PBI per cápita entre 1880 y 1910, al pasar de 2.500 a 6.000 dólares, un valor seis veces más alto que el de Brasil, y superior al de países como Alemania, Dinamarca, Francia, Italia, Japón, Noruega o Suecia (1).
Efectivamente, la economía local era una de las de mayor crecimiento del mundo, capaz de absorber en pocas décadas a unos 5 millones de inmigrantes atraídos por salarios altos, que restaban importancia al frecuente incumplimiento de las promesas de entrega de tierras.
Argentina, como toda economía en expansión, poseía una sociedad fuertemente desigual, además de carente de derechos laborales y sociales que, prácticamente, no existían todavía en aquella época. Pero también ofrecía enormes oportunidades de ascenso social que explican por qué era la segunda nación que más migración europea recibía en el mundo luego de Estados Unidos. Y que comenzaron a configurar la imagen de país de clase media que, en oposición a casi toda Latinoamérica, se instalaría durante el resto del siglo XX.
¿Argentina potencia en 1910?
Pero, así como hoy la India o Brasil no son lo mismo que Finlandia o Irlanda, nada de lo expuesto implica que Argentina fuera una potencia mundial en 1910.
A nivel regional el país buscaba efectivamente erigirse como potencia y no someterse a otras naciones, ni siquiera a Estados Unidos. Así lo evidencian su neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, su diplomacia de privilegio comercial e incluso la Doctrina Drago, formulada por el canciller de Julio Argentino Roca en 1902 para oponerse a la histórica Doctrina Monroe.
A nivel global, sin embargo, la cosa era bien distinta. El mundo de la segunda revolución industrial estaba segmentado entonces por la famosa división internacional del trabajo, que diferenciaba entre países centrales, importadores de materia prima y exportadores de manufacturas industriales, y países periféricos, exportadores de materia prima e importadores de industria.
Argentina solo puede ser ubicada dentro de este último grupo, ya que se trataba, como es obvio, de un país básicamente agroexportador, en el que los productos primarios o los alimentos procesados representaban el 90% de sus ventas al resto del planeta (2). En otras palabras, a inicios de siglo XX ser "el granero del mundo" y ser potencia mundial eran mutuamente excluyentes.
En cambio, hacia 1920 la industria representaba únicamente el 20% del PBI del país (3). Un marcado contraste con Alemania, en la que el PBI industrial era del 60%, y en la cual eran industriales un 63% de sus exportaciones ya hacia 1913 (4).
Además, la industria existente era eminentemente liviana. La única rama con relativa importancia por fuera de las manufacturas agroindustriales era la textil, que, según el censo de 1914, representaba aproximadamente a un 19% de los establecimientos. Al contrario, ramas de industria pesada como la metalurgia solo concentraba a cerca de un 9% de los establecimientos totales (5).
Si Argentina buscaba mostrar su relativa independencia económica respecto a Estados Unidos era porque, al mismo tiempo, su economía dependía directamente de los países europeos, especialmente del Reino Unido. La propia Libertad y Progreso, hoy think tank del Presidente, reivindicaba en un informe de hace cinco años que el 48% del capital fijo invertido en el país en 1913 era de origen extranjero (6). Basta compararlo con el porcentaje de capital fijo extranjero en países centrales como Alemania, Francia o Estados Unidos, donde en ese mismo período era solo de entre un 5 y un 15%.
Es decir, jamás, y menos en pleno auge del imperialismo, puede ser potencia un país con una economía dependiente de terceros. Los frigoríficos eran norteamericanos, los ferrocarriles eran británicos (al igual que los capitales que construyeron la Línea A de subte), el servicio eléctrico era de capitales alemanes e italianos y buena parte de la banca era extranjera.
No se trata solo de que el Presidente quiere devolverle a Argentina un status que en verdad nunca tuvo. Además, añora un modelo que sería irreproducible hoy en día y que, de hecho, se agotó poco tiempo después, a partir de la Gran Depresión de los años treinta y del auge de un proteccionismo que casualmente es promovido en la actualidad por el país que él mismo ubica como faro: Estados Unidos.
Milei, para quien el primer gobierno de Carlos Menem fue "el mejor de los últimos 40 años", debería prestar más atención al "realismo periférico" que dominó la diplomacia argentina en los noventa y a las "relaciones carnales" con Estados Unidos que promovió el entonces canciller Guido Di Tella.
Y entender que, si quiere que Argentina sea una potencia, puede ser "comunista" como China, de izquierda como lo son hoy Brasil y Reino Unido o de derecha como son hoy Estados Unidos, Rusia o India, pero no puede dejar de impulsar que el país ocupe un lugar autónomo en el mundo. Exactamente lo contrario a lo ocurrido en las dos épocas históricas que él constantemente reivindica.
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(1) https://www.rug.nl/ggdc/historicaldevelopment/maddison/releases/maddison-project-database-2023
(2) https://latinaer.springeropen.com/articles/10.1007/s40503-017-0050-9
(3) Kosacoff, Bernardo (2008). Development of technological capabilities in an extremely volatile economy. The industrial sector in Argentina. Santiago, Chile. Editado por ONU-CEPAL.
(4) Enciclopedia Británica (https://www.britannica.com/place/Germany/The-economy-1890-1914)
(5) Censo nacional de 1914
(6) https://theeconomicstandard.com/argentina-from-rich-country-to-poor-country/