En el debate político suele aparecer una desviación de la que, a veces, es difícil darse cuenta: el provincialismo, el creer que el espacio en el que se desarrollan los acontecimientos, la economía argentina, tiene características propias que la diferencian de todas las demás. Y como es diferente, las leyes de la ciencia no funcionarían igual que en el resto del mundo.
MÁS INFO
Una manera de salirse de este provincialismo puede ser recurrir a la mirada antropológica, la mirada desde el “otro cultural”. Montesquieu utilizó tempranamente el recurso en sus célebres “Cartas persas”, en las que retrataba críticamente a su propia sociedad, la Francia de comienzos del siglo XVIII, desde la mirada atónita de viajeros de otra cultura, quienes veían con extrañeza todo aquello que para el observador local le parecía normal. Algo similar ocurre con los muy religiosos, que suelen advertir la superstición en las creencias de los demás, pero jamás en las propias.
El periodismo local también le encontró la vuela retórica para sumar la mirada del otro. El recordado Osvaldo Soriano recurría a la figura del “politólogo sueco”, el presunto aportante de una mirada técnica y desapasionada sobre los sucesos locales. Años después el también recordado Mario Wainfeld le sumaría, con humor, una amiga, “la colorada progre”, seguramente inspirada en alguna redactora del viejo Página/12, que ayudaba con la información al observador externo, el becario sueco.
En materia económica, sin embargo, se produce una paradoja. Aunque siempre se la busca, la mirada del otro nunca aparece. La perspectiva extranjera resulta absolutamente contaminada por la local. Los corresponsales de los grandes diarios estadounidenses o europeos, por ejemplo, suelen “refritar” los artículos de la prensa nacional, que para cerrar la calesita son luego republicados en los diarios locales. Solo a veces, cuando tienen ganas, consultan a los mismos consultores que los periodistas de aquí. Una secuencia similar siguen los informes de los bancos de inversión internacionales, que se nutren de las consultoras de la city porteña. Y para completar, lo mismo ocurre con los documentos de los organismos financieros internacionales, cuyas delegaciones viajan efectivamente al país, se encierran en los hoteles de la zona de Retiro, pero luego construyen su mirada entrevistándose con los consultores de las veinte manzanas. El balance es evidente: no hay mirada del otro, son siempre los mismos diciendo lo mismo en un círculo infinito.
¿Cuál es, entonces, el dato nuevo en la mirada del resto del mundo? Que hoy todos quienes integran ese colectivo llamado mercado financiero internacional, quienes toman las decisiones de inversión globales, observan a la economía argentina mucho más críticamente que hace apenas dos meses. De pronto todos descubrieron que el programa de Milei, hasta ayer alabado hasta el hartazgo, es un completo fracaso.
Hasta las elecciones bonaerenses del pasado 7 de septiembre, esas que “no había que desdoblar”, solo se escuchaban loas. Pero desde entonces los mercados parecen haber descubierto lo que los lectores de El Destape saben desde los primeros meses de la gestión de Javier Milei, que el freno de la inflación sostenido con atraso cambiario alegra a todo el mundo, pero solo dura mientras duran los dólares.
Cuando los dólares comienzan a agotarse, los operadores del mercado advierten la proximidad de la devaluación, con lo que el precio del dólar comienza a subir y regresa la presión sobre los precios internos. Al mismo tiempo, los acreedores advierten que las divisas que se necesitan para pagarles no estarán, con lo que los precios de los títulos públicos caen y, en consecuencia, aumenta el “riesgo país”, es decir se pone en marcha el cierre del “crédito voluntario”, el que se necesita para refinanciar vencimientos. El resultado: una nueva vuelta ascendente del dólar y del riesgo crediticio.
Para contrarrestar la tendencia, comienza un proceso de suba de las tasas de interés, pero no para buscar la necesaria tasa positiva que evite la profundización de la pérdida de valor de la moneda, sino para arbitrar contra el dólar y huir hacia adelante postergando la devaluación que, llegado este punto, es esperada como una realidad inevitable.
Históricamente la ortodoxia económica insistió en que la principal restricción económica era la fiscal, que solo es la del gobierno, con lo que se desentendió de la restricción del conjunto de la economía, que es la del balance de pagos, la externa. Sin embargo, el peso de la realidad se impuso y hasta los economistas más ultramontanos comenzaron a reclamar la acumulación de reservas. El FMI lo estableció nuevamente como meta del programa acordado en abril y este viernes volvió a reclamarlo. El gobierno lo evitó de manera sistemática porque acumular reservas cuando los dólares son escasos significa que el precio del dólar sube y, con él, todos los precios.
Confirmando esta relación dólar - inflación, esta semana se conoció que los precios mayoristas crecieron en septiembre alrededor del 4 por ciento, lo que prácticamente duplicó la inflación minorista, que fue del 2,1. Aquí se observan las dos anclas del modelo funcionando en sentido contrario. La suba del dólar, el “desancle” cambiario, rápidamente se reflejó en los precios mayoristas, como siempre sucede, pero el ancla salarial, es decir los salarios que crecen por debajo de la inflación, desplomó el consumo de las familias y contrajo la economía, con lo que evitó que el 100 por ciento de la subas mayoristas se reflejen en el IPC. El balance preliminar es que la inflación no se disparó a la misma velocidad que el dólar por la poda salarial y la consecuente recesión. En otras palabras, el capital comercial debió absorber la diferencia vía reducción de márgenes. Esto que, en el agregado, son movimientos de grandes variables, en la microeconomía significa achicamientos, cierres de empresas y pérdidas de empleo.
Lo que toda la profesión de economistas ya sabe, a excepción del autodenominado “especialista en crecimiento económico con o sin dinero”, es que el modelo tiene los días contados, que sus fundamentos están rotos, que el dólar barato no se sostuvo en el aumento de la productividad de la economía y de las exportaciones, sino gracias al blanqueo y a los aportes del FMI a partir de abril. También se sabe que los por ahora magros cientos de millones de dólares del Tesoro estadounidense hundidos en el mercado cambiario local solo están evitando el estallido cambiario hasta el próximo domingo 26, cuando comenzará otra historia. Creer que la secuencia puede cortarse con más y más nuevo endeudamiento es, en el mejor de los casos, ilusorio.
Dejando de lado las especulaciones de uso espurio del “dinero de los contribuyentes” para salvar las inversiones de los amigos del secretario Scott Bessent, presuntamente sobre invertidos en Argentina, denuncias que proliferan en la prensa estadounidense de la mano de la oposición demócrata, lo más concreto es que ningún economista con formación media sugeriría seguir quemando dólares con el solo objetivo de sostener un modelo macroeconómico inviable. No se trata de defender devaluaciones, sino de equilibrios contables. Suponiendo que el objetivo de la dupla Trump-Bessent fuese estrictamente geopolítico, como muy probablemente lo sea, ello no quiere decir que los aportes del Tesoro sean de “bolsillo de payaso”. Los funcionarios estadounidenses en algún momento deberán rendir cuentas ante su Congreso. Por lo pronto la suma de minoristas que pulsaron con Bessent en el mercado local terminaron la semana con saldo a favor, el dólar subiendo y los bonos bajando, una ciénaga cambiaria que nadie habría imaginado, pero que sin embargo vuelve a dejar una enseñanza: cuando los fundamentos de un programa están rotos, no hay tasa de interés ni intervención externa que lo salve.
Hasta este viernes, el balance de la intervención estadounidense dejó un saldo en rojo:
* El anuncio de Trump de que dejará de apoyar en caso de que Javier Milei no pueda reconstruir su base de sustentación política derrumbó las expectativas.
* La intervención directa vendiendo dólares evitó la explosión, pero no consiguió frenar la continuidad de la devaluación.
* Finalmente, el dato de que el “bailout” a la Argentina se volviera una disputa interna de la política estadounidense se tradujo en la peor publicidad mundial posible para el experimento libertario. Ahora todo el mundo, literalmente, sabe que la economía local, a la que los mercados globales ya consideraban una “defaulteadora crónica”, necesita ser permanentemente recatada. Sabe que Milei no es el administrador brillante e implacable que la ultraderecha festejaba hasta el pasado 7 de septiembre y, sobre todo, sabe que la economía argentina no tiene los recursos para hacer frente a sus vencimientos a partir de 2026. Aunque permita llegar malamente al próximo domingo 26, el rescate estadounidense fue la peor publicidad negativa imaginable para cualquier administración. La mirada del otro no resultó la esperada.-