“U.S. enters war against Iran”: Guerra de proporciones mundiales en Medio Oriente

Así titula su portada el New York Times, el diario más leído en los Estados Unidos. El ataque golpeó tres sitios de la industria nuclear iraní, en Fordow, Natanz e Isfahan, uniéndose a los ataques de Israel contra el país y atrayendo al país a otra guerra en Medio Oriente, intentando desactivar la capacidad de enriquecimiento nuclear de la República Islámica, y frenar una no comprobada construcción de armas atómicas.

22 de junio, 2025 | 16.20

Bajo el argumento del “derecho de Israel a defenderse”, el gobierno de Benjamín Netanyahu lanzó el viernes 13 de junio un ataque contra la República Islámica de Irán, en un nuevo episodio de su estrategia de expansión colonial sionista. Con esta ofensiva, Israel optó por sabotear las negociaciones “semi-públicas” que Washington venía manteniendo con Teherán, abriendo un frente de escalada bélica con implicancias globales.

La administración de Donald Trump, históricamente alineada con las directrices del poderoso lobby sionista AIPAC (American Israel Public Affairs Committee) y al frente del Estado que actúa como principal sostén del aparato militar israelí, se encontró ante una encrucijada estratégica: cerrar filas con Tel Aviv o distanciarse del conflicto en curso. La decisión implicaba una arriesgada jugada geopolítica, con consecuencias regionales e internacionales impredecibles y un alto costo en términos de reordenamiento interno de actores económicos, políticos y militares.
 

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Pese a la resistencia de sectores influyentes, incluyendo medios como The New York Times, CNN y The Wall Street Journal, así como el debilitado Partido Demócrata, y a la presión de referentes neoconservadores como Tucker Carlson, quien opera como un pseudo vocero de Elon Musk desde la red social X, la administración Trump optó finalmente por ingresar de forma directa en la guerra. Pero, ¿cómo se llegó a esa situación? 
 

El 13 de junio como un chantaje de Netanyahu

La madrugada del 13 de junio, Israel lanzó una operación aérea sobre objetivos estratégicos en Irán. Más de 200 aviones y 330 municiones de alta tecnología impactaron centros nucleares, fábricas de drones, bases misilísticas, y domicilios de altos mandos militares y científicos, asesinando en el ataque a familiares y vecinos de zonas residenciales de Teherán, la capital iraní. Se trató de una acción coordinada con sabotajes internos, drones kamikaze y operativos encubiertos guiados por el Mossad.
 
El saldo fue devastador: entre 90 y 224 muertos, destrucción de infraestructura crítica, eliminación de cinco científicos nucleares y de figuras centrales del aparato militar iraní. Entre los asesinados se encuentran los altos mandos de la Guardia Revolucionaria Islámica, Hossein Salami y Mohammad Bagheri, figuras clave en la estructura de defensa iraní.
 
Esta operación, llamada “León naciente”, se inscribe claramente en una doctrina de guerra preventiva que oculta una lógica colonial e imperialista de aniquilación de toda capacidad autónoma en la región. Mientras Israel posee armamento nuclear sin informar, se denuncia la eventual capacidad iraní que, sin embargo, no existen pruebas certeras de que se haya concretado.
 
En este sentido, debe tenerse en cuenta que según el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), Irán tiene uranio enriquecido al 60% de pureza, mientras que para la construcción de una bomba nuclear se necesita más de 90% (BBC, 19/06/2025). Además, Israel nunca firmó el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), como sí lo hizo el propio Irán. De esta manera, Israel no se somete a inspecciones periódicas de sus posibles instalaciones nucleares. 
 
 
Los bombardeos estadounidenses sobre Irán, de este 21 de junio, no pueden entenderse sin mencionar el asesinato del general Qasem Soleimani, comandante de la Fuerza Quds iraní, perpetrado por Estados Unidos el 3 de enero de 2020, en una decisión de la por entonces primera administración de Donald Trump. El General Soleimani, figura central del despliegue estratégico del llamado “Eje de la Resistencia Islámica”, fue asesinado por un misil lanzado desde un dron estadounidense mientras se desplazaba en una caravana cerca del aeropuerto de Bagdad.
 
La decisión -que se atribuyó el propio Trump y ejecutada bajo argumentos no verificados sobre supuestas amenazas a diplomáticos estadounidenses- inauguró una nueva etapa de agresión imperialista abierta contra la soberanía iraní. Sin embargo, los hechos presentaron dudas acerca de si realmente fue una decisión tomada por el presidente o si se trató de una decisión del deep state estadounidense y el Pentágono, ordenando políticamente a un Trump subordinado. No obstante estos pormenores, la respuesta de Teherán fue inmediata: el 8 de enero, misiles iraníes impactaron la base militar Ayn al-Asad, en Irak.
 
 
Desde entonces, el conflicto no ha dejado de escalar. Tras la desproporcionada respuesta de Israel a la Operación “Tormenta de Al-Aqsa”, impulsada por Hamás y la resistencia islámica, se ha desatado una espiral creciente de violencia que no muestra signos de detenerse.
 

La respuesta iraní

Apenas unas horas después del ataque de Israel, en la madrugada del 14 de junio, Irán contraatacó con más de nueve “oleadas” de misiles y drones que alcanzaron diversas ciudades, particularmente Haifa y Tel Aviv. El saldo oficial fue de 13 muertos, 380 heridos, e incluyó impactos de fuertes misiles sobre la sede del Ministerio de Defensa y contra instalaciones económicas clave, entre ellas edificios del distrito financiero de Ramat Gan en Tel Aviv.
 
Tras la respuesta iraní, el primer ministro Benjamin Netanyahu anunció que “responderemos con toda nuestra fuerza a esta agresión sin precedentes”. Lo interesante es que, en éste tipo de declaraciones, subyace una inversión discursiva: el agresor se presenta como víctima, mientras despliega el aparato militar más sofisticado de la región. En el último año, el gobierno de Tel Aviv ha concretado bombardeos y acciones bélicas en cinco países: Palestina (Gaza y Cisjordania), Siria, Líbano, Yemen e Irán. 
 
En un ataque ocurrido el 19 de junio, Irán bombardeó el Soroka Medical Center, ubicado en Beersheba, a unos 100 km al sur de Israel. Misiles balísticos iraníes impactaron directamente en el complejo hospitalario, causando daños severos al edificio y dejando -oficialmente- unas 71 personas levemente heridas. 
 
Ante el ataque, el primer ministro israelí ofreció una conferencia de prensa frente al hospital Soroka y recorrió las instalaciones dañadas. Durante su intervención, advirtió que Irán pagará “un alto precio” por lo ocurrido, en lo que calificó como una agresión intolerable contra objetivos civiles. Por su parte, y también al llegar al lugar de los hechos, Isaac Herzog, presidente de Israel, publicó un extenso tuit en X que afirmaba: “¡Ésto es un crimen de guerra!”.
 
“Sí, estamos de acuerdo en que atacar hospitales es despreciable”, tuiteó Matt Duss, vicepresidente ejecutivo del reconocido think tank Center for International Policy, en respuesta a Herzog. “Realmente crees que no hemos estado viendo los últimos 20 meses en Gaza?”, agregó.
 
Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch hasta el año 2022, dijo el jueves que “el ataque de Irán a un hospital israelí no es más permitido que los ataques israelíes contra hospitales en Gaza. Es un crimen de guerra atacar hospitales sin actividad militar de suficiente importancia que justifique privar a la gente de la salud en medio de una guerra”.
 

Detras del velo: el genocidio palestino

Gaza es el telón de fondo de toda ésta escalada bélica. El ataque a Irán se produce en el marco de la ofensiva genocida que Israel despliega sobre todos los territorios palestinos desde octubre de 2023. Se configura así un accionar colonial de nuevo tipo, y los ataques israelíes y estadounidenses parecieran estar respondiendo a una lógica expansionista, donde cualquier señal de autonomía o autodeterminación, sea árabe o musulmana, es percibida como una “amenaza existencial”. En esa cruzada, Washington se ha decidido a garantizar el blindaje diplomático, militar y económico del proyecto sionista, a pesar del creciente cuestionamiento ciudadano, político y diplomático mundial.
 
En una entrevista concedida el 21 de junio al programa The Daily Show, el expresidente de Estados Unidos Bill Clinton criticó con dureza al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, acusándolo de utilizar el conflicto con Irán como una estrategia para perpetuarse en el poder. “Netanyahu ha querido desde hace mucho tiempo pelear contra Irán porque así puede permanecer en el cargo para siempre. Él ha estado allí la mayor parte de los últimos 20 años”, afirmó Clinton, al tiempo que cuestionó la falta de voluntad del gobierno israelí para avanzar hacia una solución de dos Estados: “En estos momentos no se está hablando de negociar la paz en el Medio Oriente, ya que los israelíes no tienen la intención de darle un Estado a Palestina”.
 
Durante la entrevista, el exmandatario también hizo un llamado a evitar “guerras no declaradas”, y exhortó a la administración Trump a desempeñar un papel moderador frente a la escalada de violencia en la región. Las declaraciones de Clinton se realizaron, probablemente, mientras unos seis bombarderos furtivos B‑2 Spirit arrojaban sus bombas bunker-buster GBU‑57 (de 13,6 toneladas) contra el sitio de Fordow, y los misiles de crucero tomahawk dirigidos a Natanz e Isfahán eran lanzados desde submarinos.
 

Palabras de cierre

Mientras los gobiernos del eje imperialista de Occidente respaldaron, en un orden cerrado, la ofensiva israelí, potencias como Rusia y China advirtieron sobre la ilegalidad de los ataques israelíes y pidieron contención. Rusia denunció la violación de la Carta de la ONU, y China condenó la agresión y defendió la soberanía iraní. Todo este accionar escalará sus tensiones con el ingreso directo de EEUU en los ataques hacia Irán, y ya varios mandatarios del mundo han condenado el ataque estadounidense, en lo que constituye toda una guerra no declarada.
 
En América Latina, Gabriel Boric y Nicolás Maduro han fijado posiciones muy críticas contra ésta decisión de la Casa Blanca. En paralelo, el precio del petróleo se disparó hasta un 13%, ante el riesgo de bloqueo del estrecho de Ormuz, por donde transita un tercio del suministro mundial. Las bolsas globales cayeron, aunque empresas militares y petroleras obtuvieron ganancias. Una vez más, la guerra es negocio para algunos.
 
En un contexto donde la propia Agencia Internacional de Energía Atómica (OIEA) no ha hallado pruebas de un programa activo de armas nucleares, el verdadero “peligro” no es un Irán nuclear, sino un Irán soberano, con capacidad tecnológica y militar, que dispute la hegemonía en la región más caliente del planeta. Lo que las élites israelíes y occidentales no toleran, una vez más, es un país que se niega a someterse a sus intereses estratégicos, y que ahora encontró nuevos mecanismos de articulación internacional a partir de su ingreso a los BRICS.
 
La ofensiva contra Irán debe entenderse también como una extensión de su guerra permanente contra Palestina. El genocidio en Gaza y la ocupación sistemática de Cisjordania encuentran en “la amenaza iraní” una narrativa funcional al ocultamiento, que busca desplazar el foco internacional y justificar una guerra de proporciones mundiales.
 
Estamos ante una nueva fase del conflicto, en la que Israel -y ahora con EEUU en el juego directo- ha activado a pleno su maquinaria militar bajo una lógica de “fuga hacia adelante”, persistiendo en una estrategia de agresión continua, midiendo muy poco las consecuencias políticas, humanitarias y geoestratégicas de sus acciones.
Lo que está en juego no es sólo el destino de Medio Oriente, sino el derecho de los pueblos a la autodeterminación, a la soberanía, a la justicia y, sobre todo, a la Paz.