Cuando se habla de economía siempre aparece un lugar común, la pregunta por el devenir del precio del dólar. Algunos analistas describen una supuesta “obsesión” de los argentinos con la divisa estadounidense. Es una zoncera, el problema no tiene nada de psicológico, nada de obsesión, sino que es bien material. Uno de los elementos que reflejan cabalmente el fracaso del Estado en el cumplimiento de sus funciones esenciales es el dato duro de “no tener moneda”. Este fenómeno también es mal descripto como “una economía bimonetaria”. No, el presunto bimonetarismo es la consecuencia de no tener moneda. Como la moneda no cumple con una de sus funciones esenciales, la de ser reserva de valor, se recurre a la moneda de otro Estado que sí la cumple, el dólar.
Suele escucharse también que la inflación no importa cuando los salarios la siguen, pero medio siglo de inflación sostenida, acompañada por tasas de interés reales siempre negativas, lograron su cometido: la moneda local es solo una herramienta para las transacciones menores y los movimientos de cuentas. Además, cuando hasta los movimientos entre cuentas son gravados con el 5 por ciento de Ingresos Brutos, cuando no por otros impuestos, como lo fue la retención sobre débitos y créditos bancarios, todo lo que puede ir por afuera, va por afuera. Es difícil no haber escuchado nunca la pregunta “¿necesitás factura?” O el más visible sistema de los tres precios, efectivo, débito y crédito con hasta 20 por ciento de diferencia entre puntas. No es falta de cultura impositiva, es un sistema de incentivos totalmente distorsionado. Agréguese, para completar, el insólito discurso oficial según el cual los impuestos son un robo y los evasores, héroes.
Si hay incentivos a mover recursos por afuera y si la moneda propia no funciona como reserva de valor el resultado predecible es que los excedentes se dolarizan. Aquí aparece una segunda zoncera, que es hablar de esta dinámica como “fuga de capitales” y agravarla proponiendo también un sujeto: los “empresarios fugadores”. Algunas escuelas de pensamiento económico local, con alta ascendencia en los últimos gobiernos kirchneristas, sumaron bastante confusión al invertir las relaciones causa efecto de estos fenómenos. Hay dolarización de excedentes porque no hay moneda, no al revés. El resultado general es que, sin que haya sido el objetivo, la macroeconomía promovió tanto la informalidad como la dolarización de los excedentes. La cifra real nadie la sabe a ciencia cierta precisamente por su carácter informal, pero distintas fuentes estiman que los argentinos mantienen entre 200 y 300 mil millones de dólares fuera del sistema, buena parte en la llamada “banca Simmons”, el colchón, que generalmente asume la forma de cajas de seguridad.
MÁS INFO
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
La gran paradoja es que, desde hace décadas, pero agravado en el presente, el principal problema de la economía es, además de no tener moneda, la escasez relativa de dólares. Por eso el deseo de todos los gobiernos es encontrar la fórmula mágica para que esas divisas reingresen al sistema.
Un breve repaso, siempre superficial, de la actual gestión económica, es inseparable de estos procesos. Desde el comienzo se especulaba que la llegada de Luis Caputo al ministerio de Economía se vinculaba con las mismas razones que lo habían eyectado de la administración de Mauricio Macri, su impresionante capacidad de mesadinerista para colocar deuda. En un principio se argumentaba que sería el encargado de conseguir los dólares para cumplir con la afortunadamente olvidada promesa de dolarización. No sucedió. En los primeros meses de gestión no conseguir nueva deuda no fue un problema, porque el gobierno comenzó con una fuerte devaluación y la consecuente recesión que dio lugar, por algunos meses, a un superávit externo. Pero luego la cosa cambió, además de sostener el ancla salarial, se sumó también el ancla cambiaria y, a medida que la inflación crecía mucho más rápido que “el crol” (por crawlling peg), la “tablita” devaluatoria, comenzó la apreciación sostenida. Como clavar el dólar, que es el principal precio básico de la economía, tiene un gran efecto estabilizador, el gobierno, como sucedió tantas veces en el último medio siglo, se enamoró del instrumento.
Si bien un gobierno puede decidir el precio del dólar, si la divisa se abarata debe contar con los dólares suficientes para satisfacer la demanda. No es verdad que solo se trate de operaciones entre privados, como acostumbra insistir el Presidente. El ministro Caputo, en el contexto de un gobierno que no solo despertaba el apoyo, sino también la excitación de los mercados, fue sacando de la galera sucesivos instrumentos. Primero fue el llamado “dólar blend”, que mandó el 20 por ciento de las exportaciones al mercado de los dólares financieros en detrimento de acumular reservas internacionales en el Banco Central. Luego, a la espera de que lleguen nuevos créditos, especialmente del FMI, se decidió agregar, a partir de octubre pasado, el primer blanqueo que sumó alrededor de 23.000 millones de dólares en tres etapas finalizadas el pasado abril, lo que permitió seguir estirando la estrategia del dólar barato que tanta satisfacción sigue brindando a viajeros e importadores, en este caso en detrimento del turismo y el aparato productivo. Por eso, con prescindencia de lo que suceda en el futuro, y como sucedió con la dictadura, la convertibilidad y, con menor intensidad, a mediados de la década pasada, la etapa actual será recordada por los viajeros internacionales de clase media como una nueva era dorada.
Finalmente, cuando la presión sobre el tipo de cambio empezaba a tensarse poniendo en evidencia que el modelo solo podía estirarse con más endeudamiento, llegó el nuevo auxilio transitorio del FMI. Increíblemente, al menos hacia afuera, el gobierno presentó la conexión al pulmotor como si fuese un éxito que validaba su programa y se abocó a seguir haciendo más de lo mismo, es decir a seguir sosteniendo el ancla cambiaria como principal herramienta de estabilización. No obstante, a pesar del exitismo hacia afuera, todo indica que alguien dentro del Ministerio de Economía hizo alguna cuenta y advirtió que, aun los más de 20 mil millones de dólares aportados por el Fondo, no serán suficientes para sostener por mucho tiempo la continuidad de la patriada del dólar barato. Por ello se decidió lanzar un nuevo blanqueo todavía más permisivo que el de octubre-abril. Esta vez no existirá la obligación de depositar los fondos en una cuenta bancaria especial ni declarar el origen de los fondos. El tope sería de 100 mil dólares, pero también se habla de llevarlo a 200 mil. Lo que parece buscarse es un estímulo a la demanda y un ingreso de segunda vuelta al sistema. La crítica inmediata fue señalar que con la medida se facilitaba el blanqueo de actividades ilícitas, como las vinculadas al narcotráfico, pero el objetivo sigue siendo la inmensa economía “barrani”. Que más del 45 por ciento de los trabajadores sean informales es apenas un indicador indirecto del conjunto de la economía no registrada o semi registrada. Que a este sector se le ofrezca blanquear sin preguntarle nada es una tentación muy grande. La probabilidad de que se provoque una nueva lluvia de dólares para sostener el modelo parece de moderada a alta. El mago Caputo no puede parar. Mientras tanto, la olla cambiaria seguirá sumando presión, pero como se sabe, nadie muere en la víspera.