La decadencia exportadora y sus consecuencias

Argentina exporta poco, cada vez menos, y eso tiene consecuencias profundas: la falta crónica de divisas condiciona la estabilidad macroeconómica, agrava la inflación y limita el crecimiento. Sin dólares, no hay margen para sostener el gasto ni para evitar nuevas crisis. 

08 de mayo, 2025 | 00.14

Que la mayoría de la población experimente la política en general y la política económica en particular como si todo fuese un presente permanente es comprensible, sería un error de apreciación pedirle a todo el mundo que comprenda una ciencia que no ejerce. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con materias como la física o la biología, política y economía son cuestiones de debate público, lo que además es un presupuesto de cualquier democracia. Pero además es algo que la población en general, más allá de su grado de politización, está compelida a enterarse, sea porque se lo propone o porque la realidad se le impone a través del bolsillo.

Y lo primero que las personas ven de la economía son los precios, por eso es tan relevante el problema de la inflación. No es verdad, por ejemplo, que la inflación no importa si los salarios la siguen. La recuperación de ingresos, cuando existe, siempre es a posteriori, mientras que la sensación de pérdida es instantánea. Luego, por analogía con los propios ingresos, lo segundo que comprenden las personas es que existen las restricciones. A partir de aquí, el debate público comienza a ejercer un rol fundamental en la interpretación, porque en apariencia la única restricción de la economía sería el gasto estatal, con lo que la complejidad se resuelve a través de unos pocos enunciados elementales. Primero, el Estado no puede gastar más de lo que recauda y segundo, si ello sucede se ve obligado e emitir dinero y por esta vía genera inflación. Listo, se acabó la carrera de Economía, con estos dos axiomas ya se está en condiciones de interpretar el mundo.

Sin embargo, resulta extraño que los observadores limiten las restricciones al ámbito del Estado y no al de la economía cómo un todo, es decir que no se proponga, por ejemplo, que “una economía no puede consumir más de lo que produce” o lo que es parecido, comprar eternamente más de lo que vende. Dicho de otra manera, la “lógica del almacenero”, o “la libretita de Néstor” según la mitología del primer kirchnerismo, se aplica solamente al aparato de Estado, pero no al conjunto de la economía.

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Recapitulando, la restricción presupuestaria, la del gobierno, impuestos menos gastos, es la restricción interna. La restricción de la economía como un todo, exportaciones menos importaciones, es la restricción externa. La pregunta inmediata es cómo se conectan entre sí.

Un ortodoxo poco sofisticado, como el Presidente, dirá “la restricción externa no existe para los gobiernos, exportar e importar son relaciones entre privados” cuyo equilibrio se produce automáticamente por la vía del nivel del tipo de cambio, es decir del precio del dólar. Incluso hay toneladas de teoría convencional que explican cómo operan estos equilibrios. La pregunta del millón sería entonces por qué todos los gobiernos, incluido el actual, se ocupan del precio del dólar, o por qué los países se endeudan en dólares, o por qué cuando aparecen déficits persistentes en la cuenta corriente del balance de pagos los gobiernos pierden las elecciones. Parece que en algún lugar los enunciados elementales que permitían eliminar la carrera de Economía, el ABC del cerebro presidencial, dejaron de funcionar o de ser suficientes.

En contrapartida, un heterodoxo poco sofisticado dirá que “la restricción interna no importa” y que la única restricción es la la externa. El gobierno puede tener déficit en tanto sea en la moneda que él mismo emite. Expandir el gasto hace crecer la economía y será el propio crecimiento el que luego financiará el déficit. Sin embargo, en el camino de ese crecimiento ocurre que las importaciones empiezan a crecer más rápido que las exportaciones, los dólares se vuelven más escasos, su precio sube y, con él, la inflación. Y frenamos aquí la argumentación para evitar complejizar la foto sumándole la retroalimentación que se produce cuando, además, la moneda propia no funciona como reserva de valor y el excedente tiende a dolarizarse.

La primera síntesis provisoria es que los dos déficits, tanto el interno como el externo, terminan afectando por distintos caminos al principal precio de la economía, que es el del dólar, y por esta vía, afectan a todos los demás precios, es decir provocan la inflación, que es ese fenómeno que, con prescindencia de sus voluntades, todos ven. La segunda síntesis, la más importante, es que para conseguir una macroeconomía estable y crecer sin endeudarse, la condición necesaria es aumentar la provisión real de dólares, es decir exportar más.

En una segunda línea de análisis, tan importante como las restricciones y la interacción entre ellas, aparece que lo que se exporta e importa, es decir la inserción de la economía en el mundo, determina la dinámica productiva interna. Si se observa en cualquier momento la foto del balance de pagos de cualquier país, que incluye el balance comercial, se puede saber inmediatamente casi todo sobre ese país. Por esta razón resultan de interés algunos números recopilados esta semana por Fundar. 

El primero dato importante no es que el país ocupe el lugar 52 en el ranking de exportadores, sino que represente apenas el 0,3 por ciento de las exportaciones globales, un número complejo para el ego nacional. En términos de PIB el país es el 0,7 del PIB mundial, lo que indica que además exporta poco en términos relativos. Los datos son del 2023 y la fuente original de Fundar es la Unctad. En la región Argentina se encuentra detrás de Chile, que tiene menos de la mitad de la población pero ocupa el lugar 48, y por supuesto de Brasil, que está en el lugar 24. Pero el dato más preocupante para una economía altamente endeudada y con déficit permanentemente de divisas es la caída tendencial de su participación exportadora. Sin necesidad de comparar con el momento de auge del modelo agroexportador, cuando las exportaciones locales llegaron a representar el 3,8 por ciento de las ventas globales, o con los niveles de entre 2 y 2,6 por ciento del período de entreguerras, lo que se observa es que a partir de la segunda posguerra la participación se redujo abruptamente, incluso a pesar del crecimiento registrado entre 1945 y 1975, que se centró en el mercado interno y no tuvo correlato exportador. El nivel del 0,3 por ciento de participación se mantuvo relativamente constante desde mediados de los ’70. Desde entonces la participación solo fue creciente en dos períodos: 1992-1998 y 2003-2011. Aunque con contextos económicos y políticos diferentes ambos períodos tuvieron una característica en común, la estabilidad macroeconómica. Quizá exista allí alguna clave.